Sábado, 30 de abril de 2005 | Hoy
Ahí donde Corrientes se cae hacia Alem se está reciclando un edificio de oficinas de proporciones singulares, casi pura fachada. El interior será completamente a nuevo, pero el exterior tiene chance de recuperar una de las obras notables de Buenos Aires.
Por Sergio Kiernan
Uno de los problemas de Buenos Aires es la falta de perspectivas. Entre la planta en damero y la total indiferencia a las alturas mezcladas, ésta es una ciudad de iglesias invisibles, palacios escondidos y departamentos emparedados. El problema se nota por la contraria, cuando uno puede pararse y ver alguno de los pocos, pocos edificios con espacio para lucirse, como el Correo Central desde su plaza o la Iglesia del Pilar desde Quintana. Desordenada y coqueta, la ciudad porteña esconde encantos que hay que ingeniarse para apreciar.
Uno está en la cuadra corta de Corrientes al 200, sesenta metros que suelen parecer bastante más porque ahí está la marcada barranca que alguna vez fue costa y hoy es una vereda asmática entre Alem y 25 de Mayo. Para principios de siglo, la zona ya no era tan puerto y Alem no era la Alameda putanesca, industrial y cubierta de rieles, más camino de cargas que avenida, que fue en el primer desarrollo porteño. Eran tiempos de un boom edilicio que reíte de Puerto Madero, pero con algo perdido y olvidado hoy: un canon de arquitectura elegante y profesionales capaces de seguirlo. Por eso tenemos un Bajo de estupendas sedes empresarias, eclécticas, lujosas, cubiertas de materiales nobles y ornatos, compitiendo entre sí con torres y cúpulas, todas de evidente valor patrimonial.
El de Corrientes al 200 era un terreno raro, largo de 60 metros y estrecho de 12, con un desnivel muy marcado. Lo que se construyera allí sería realmente una gran fachada con dos tacos laterales apenas visibles sobre 25 de Mayo y Alem. Fue la cerealera Dreyfuss, una de las empresas más poderosas del granero del mundo, que entre 1923 y 1925 se lanzó a construir lo que hoy es el edificio Neuss, en plena restauración. Y lo hizo con una de las primeras estructuras completas de hormigón del país.
El edificio original tiene ocho niveles, con la peculiaridad de que el más bajo existe completo sobre Alem y va desapareciendo, hecho sótano, a medida que se sube hacia 25 de Mayo. Sobre el Bajo, esta planta baja ratera tiene su recova de doble altura, entrada de garaje y estupendas herrerías de enrejado. Junto con el nivel superior –planta baja y acceso sobre 25 de Mayo, primer piso en el resto– este nivel de cocheras forma un potente basamento por su revestimiento de piedras vestidas de granito gris, adusto pero no severo y rustificado muy a la italiana. Este basamento exhibe abajo herrerías de motivo romano en ventanas pareadas, estrechas y altas, y arriba amplios ventanales con arcadas de medio punto y barandas de balaustres. Esta banda inferior del edificio se cierra con una fuerte cornisa sostenida por ménsulas curvas y talladas, y gana movimiento por sus juntas. Una belleza.
Para arriba, el volumen principal del edificio muestra una fachada en símil piedra, muy porteño, lisa en los primeros tres pisos y más inquieta en el cuarto, donde las aperturas se intercalan con fuertes ménsulas que sostienen otra cornisa rotunda. Por encima, el viejo remate, un nivel más coronado por otra cornisa. El conjunto resulta sólido y cauto, como le va a una sede empresaria, pero no aburre.
Parte del encanto viene de un truco visual de los autores, Benot, Pater y Gantner. El centro de la banda central de la fachada está tomada por tres series de siete ventanales cuadrados idénticos. A ambos lados de este paño de aperturas hay dos grandes altorrelieves verticales de tres pisos de altura. Muy clásicas, las esculturas son alegorías de oficios –mieses, engranajes– que incluyen la navegación encarnada en una pesada ancla. A ambos lados de estos frisos hay una línea de ventanales, éstos verticales como para hacerles compañía a las esculturas, y los inferiores están pedimentados.
¿Por dónde se le entra a esta mole? No por donde es esperable, algún lugar central de la fachada principal, ya que la barranca haría bastante difícil utilizar un portal. La entrada, entonces, está en la esquina superior, la de 25 de Mayo y Corrientes, donde se marcó una rotunda ochava plana y se inscribió un portal flanqueado por columnas, muy decorado y ennoblecido, a la altura de la segunda cornisa, por un rotundo pedimento curvo con medallón inscripto y doble ménsula a cada lado.
El edificio iba a ser transformado en sede de los Neuss, pero recientemente se decidió que fuera de oficinas para alquilar, lo que implicó varios cambios interiores. Uno es la aparición de un octavo piso, retirado y difícil de ver, que reemplaza una colección de estructuras diversas alzadas a lo largo de los años. Otro es que, para ganar metros aprovechando todo el FOT (hasta los 6700), se dividieron los tres niveles de mayor altura: el subsuelo se duplica para meter más coches, y los dos primeros pisos reales se transforman en cuatro.
Más drástico aún es el cambio en las plantas. La Dreyfuss construyó una amplia escalinata que tomaba prácticamente la cuarta parte del espacio disponible en cada piso, lo que dejaba los ascensores arrinconados. Para peor, ese enorme volumen vertical era imposible de convertir a las nuevas leyes de seguridad, que incluyen perlitas como la presurización. Mario Locatelli, el arquitecto a cargo de la obra, asegura que tampoco se pierde mucho en estética: parece que los Dreyfuss, al contrario que sus colegas de Bunge & Born, no lograron una sede que se caracterizara por su belleza.
Más serio, por lo público, es que una vez más un edificio notable va a perder sus carpinterías originales, “muy deterioradas y de funcionalidad obsoleta” según la memoria del proyecto. Serán reemplazadas por las ya predecibles de doble vidrio, etc., etc. –ufa–, que no combinan ni en color ni en textura. Por suerte, es explícito que no se alteran los vanos ni las arcadas y que la fachada se restaurará. Para realizar la obra hubo que sacar cantidades mágicas de tabiquería y cielos rasos de ínfima calidad y muy posteriores a los originales, de los que no quedaba demasiado. La estructura de hormigón se reforzó y restauró, y por supuesto las instalaciones se están haciendo completamente a nuevo.
Antes de fin de año la obra estará lista y se verá qué gana, si las aperturas novedosas o la fachada restaurada. Para comprobarlo, habrá que parar en la rápida bajada a la barranca o buscar un ángulo desde la calle de arriba o la avenida de abajo. Hay cosas difíciles de encontrar, pero que valen la pena.
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