La memoria de Kálnay
Un joven húngaro que llegó con su hermano al país en 1920 dejó atrás una peculiar carrera de cuatro décadas. Una muestra y un libro rescatan el nombre poco conocido de un arquitecto al que no le reconocieron el título.
Por Sergio Kiernan
En una tarea de rescate que merece destacarse, el Cedodal inauguró esta semana una muestra dedicada a la obra del arquitecto húngaro Andrés Kálnay. La exhibición se complementa con un libro que recorre su carrera y su vida de novela: hijo de un país que desapareció, el Imperio Austrohúngaro, Kálnay pasa de ser oficial de artillería en la Primera Guerra Mundial a constructor en tiempos milagrosos de viviendas para sus damnificados, revolucionario independentista y emigrante calificado. Llega a Buenos Aires con veintitantos años y se encuentra con la fase de nuestra arquitectura donde el academicismo le cede el paso al Art Déco y, luego, al racionalismo. Kálnay arranca más de cuarenta años de trabajo en los que la burocracia le impide firmar sus planos por no reconocerlo como arquitecto y la historia parece olvidarlo. A veinte años de su muerte a los 90 de edad, la muestra resucita un arquitecto peculiar, creativo, muy artístico y de vuelo.
Como todos los libros que edita el Centro dirigido por el arquitecto Ramón Gutiérrez, éste cuenta con un capítulo final que es un catálogo de obras. Así nos enteramos que Kálnay alcanzó a edificar la sede de la Compagnia de Assicurazioni Generali di Trieste en Budapest y por lo menos a diseñar una escuela de señoritas, antes de que la guerra lo transformara en artillero. Terminada la hecatombe y con su país derrotado, construye en 15 frenéticos días de 1919 cuarenta y ocho viviendas para ex combatientes y damnificados por los combates. Es la primera muestra de una pasión por la tecnología constructiva y la organización de sus procesos que le hacen erigir constantemente edificios en tiempos todavía hoy notables.
Los primeros Kálnay argentinos arrancan en 1921 y son una serie de viviendas unifamiliares afrancesadas o italianizadas, con abundancia de pérgolas en las azoteas, con algún chalet pintoresquista a la inglesa o a la alemana. También está el restaurante Munich de Perón y Pueyrredón, hoy muy modificado, del que se conservan los detallados dibujos de mobiliarios y equipamientos realizados por Kálnay. En pocos años, el arquitecto comienza a destacarse por un estilo muy personal, que tiene un pico en el estupendo interior del cine y teatro Suipacha, hoy casi irreconocible como el complejo Tita Merello, y en varios edificios de renta y frentes de locales de muy peculiar decoración. La piqueta voraz dejó pocos ejemplos de estas obras. Hay que destacar el edificio de renta de Medrano y Lezica, a metros de Rivadavia, con su ochava de balcones triangulares retirados, coronado por dos torretas como de vigías, el interior de la iglesia evangélica alemana de Esmeralda 165, reformada y redecorada en 1931, y la milagrosamente salvada Munich de la Costanera Sur, hoy museo de telecomunicaciones. Igual milagro hace que todavía exista aunque en pésimo estado el restaurante Brisas del Plata, largos años después de la demolición de su gemelo en Juan de Garay, ambos en la misma costanera.
Un lugar especial se lo merece el edificio del diario Crítica, que todavía sobrevive en la Avenida de Mayo, donde Kálnay participó del diseño con su hermano Jorge, que completó la obra. Crítica es un edificio asumidamente Art Déco del mismo 1925 en que se realiza la Exposición de París en el que ese estilo se consagra, exposición que Kálnay visita y que genera varios libros que se encuentran en su biblioteca. A sus interiores espléndidamente ornados se les suman funcionalidades extrañas, que mezclaban oficina, redacción, rotativa (alojada en un vasto subsuelo), una peluquería, un gran comedor y una extravagante sala de armas. La fachada del edificio tiene un claro aire de familia con el del Deutsche La Plata Zeitung, que todavía sobrevive al 600 de Corrientes.
Kálnay impresiona además por su solidez como artista plástico y su costumbre de diseñar hasta los vitrales de sus edificios. Sobreviven en papel series completas de ornamentos, frescos, lámparas, boiseries y mobiliario creados por el arquitecto, así como figurines tridimensionales esculpidos. También es llamativa la preocupación constante por las soluciones de la vivienda unifamiliar de bajo precio, que lo llevó a crear el sistema Kálnay de construcción prefabricada, que por años trata de insertar en el mercado y de los que deja detalladísimos diseños y cálculos de costos comparativos. No es su único invento: también creó sistemas extensibles para cubiertas y escaleras, un baño mínimo –suerte de artefacto sanitario único que cumplía todas las funciones necesarias–, tribunas prefabricadas, y hasta sistemas de cañitos metálicos para mejorar la acústica de salas públicas. Muchos de sus diseños siguen impactando por su belleza y modernidad.