La ciudad está presentando los volúmenes dos y tres de sus Guías del Patrimonio Cultural porteño, dedicados a los murales de la ciudad y a sus sitios arqueológicos. Como el primero de la serie, que trataba de sitios, edificios y paisajes, estos dos tienen un formato de bolsillo, textos breves, un mapa de ubicación y una introducción a cargo de los autores.
Murales fue compilado y escrito por el arquitecto Horacio Spinetto, autor del alegre libro sobre los cafés notables de nuestra ciudad. La introducción funciona como una breve historia del arte mural, sus usos y técnicas materiales y sus orígenes en nuestro país. Así se aprende que el primer mural porteño registrado todavía existe en la pared posterior del altar de la Dolorosa, en la iglesia del Pilar, y data de 1735. Ordenadamente, se enumeran escuelas y estilos del siglo XIX y del XX, en este caso casi década por década por la variación de “ismos” y con una parada en las galerías comerciales de los años cincuenta, cuando los murales fueron moda furiosa que dio buenos frutos.
Luego siguen 163 murales individuales, divididos en pinturas murales, esgrafiados, relieves escultóricos, cerámicos, vitrales y mosaicos. Ecuménica, la guía incluye todas las escuelas habidas y por haber, y va de grandes obras a decoraciones de restaurante, tocando tamaños y posiciones muy diversas. Y al final propone recorridos, como para hacerse paseos muralistas.
La guía dedicada a la arqueología urbana es, por su temática, más ceñida. Daniel Schávelzon y Marcelo Weissel, con la colaboración de Anabelle Castaño Asutich y Patricia Frassi, recorren el “abajo” de la ciudad, exhibiendo restos, cimientos, rastros de lo que fue. Este tomo abarca 74 lugares divididos en tres secciones: la de sitios, que historia edificios o lugares que ya no existen y cuyos rastros deben buscarse con la pala; la de edificios todavía existentes y la de hallazgos, definidos simplemente como agrupaciones de objetos encontrados “por casualidad” en antiguos pozos de basura o aljibes rellenados, tapados por edificios posteriores.
Este libro tiene su lado fascinante, que consiste en saber qué había en lugares hiperconocidos. Por ejemplo, el Botánico albergó el polvorín de Cueli; la plaza San Martín, el mercado de esclavos de la ciudad; la Arlt, el cementerio de pobres y esclavos, y Michelangelo ocupa lo que fue la licorería de la familia Huergo.
Las dos guías publicadas por la Secretaría de Cultura en la colección dirigida por Nani Arias Incollá dan una buena impresión del alfajor de mil capas que es la ciudad porteña, por arriba y por abajo.
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