Giancarlo Puppo tiene cosas que decir. A veces lo hace desde el campo de la arquitectura, en su compromiso con la historia como investigador del Instituto de Arte Americano o –como se muestra desde la próxima semana en el MNBA– con sus constantes incursiones en el campo de la plástica. En el museo se verá una muestra grande, extensa, que abarca retrospectivamente desde sus trabajos de chico en Roma hasta los actuales en Buenos Aires.

El Puppo más conocido para los arquitectos es sin duda el de sus trabajos de la década del ochenta, cuando trabajó intensamente proyectando casas unifamiliares en Palermo Viejo y Belgrano. En esa época generó un verdadero “estilo Puppo”, donde en obra nueva o reciclajes había llegado a organizar un lenguaje propio impregnando los espacios con un clima que surgía desde los ladrillos, un cierto mestizaje entre su Italia y su Argentina.

Ahora, el director del MNBA Alberto Bellucci le organizó una muestra en el pabellón del museo en donde cuelgan trabajos desde su infancia en Roma hasta la producción actual. De todo el tiempo transcurrido hay una cosa que a Puppo lo mantiene en pie y es la permanente mirada que tiene desde chico sobre las cosas.

Sobre su pintura escribieron críticos como Gillo Dorfles, Fermín Fevre, Guillermo Whitelow y Albino Diéguez Videla entre otros. Su obra fue expuesta en San Pablo, Valparaíso, Nueva York, Ljubljana, Ciudad de México y Ginebra, además de Buenos Aires.

Gillo Dorfles explica en el prólogo de una muestra anterior que Puppo reinventa la cualidad narrativa que tuvo la pintura en su origen, lo que vincula con la fuerza comunicativa del comic. Un ejemplo de esa idea de la secuencia narrativa que intenta retener un momento o un movimiento tan efímero es Dos o tres personas que corren, del 2003, parte de la actual retrospectiva. Son imágenes sin pretensiones grandilocuentes. Todas juntas conforman un clima propio, el de Giancarlo Puppo.