Sábado, 11 de junio de 2005 | Hoy
Patrimoniales, históricos, de guías y de diseño, un mes con lanzamientos que rescatan figuras y crean contextos.
Por Sergio Kiernan
Buen mes para el que lee sobre arquitectura, diseño y patrimonio, porque están disponibles varios nuevos libros –en muchos casos acompañados de exposiciones– que siguen ayudando a revertir la anorexia cultural argentina. En este caso, se trata de libros amorosamente compilados sobre nuestro pasado.
El más lujoso materialmente es El despertar de una Nación: Fotografía argentina del siglo XIX, editado por el Centro Cultural de la UCA. Es un álbum notable coordinado por Pablo Gutiérrez Zaldívar, con un prólogo histórico de Félix Luna, un ensayo sobre técnicas y modos fotográficos de Abel Alexander, un artículo sobre el espacio argentino de Ramón Gutiérrez y Patricia Méndez y un largo catálogo de fotos, básicamente de la colección del Cedodal (del que hay más novedades en esta nota).
Hace tiempo se comentó en m2 un álbum de fotografías de la misma época tomadas por Christiano Junior, el fotógrafo brasileño que recorrió nuestro país y dejó un acervo de personas y lugares particularmente interesante. Junior registró el nacimiento de espacios urbanos en un país que entraba en un acelerado proceso de crecimiento económico y demográfico, y también retrató a los protagonistas de ese boom creativo. Las viejas fotos en sepia de este libro permiten repetir ciertas emociones, en especial cuando se ve cómo eran lugares conocidos. Siempre saltan a la vista ciertas características de estas ciudades argentinas: su vocación de belleza, su notable coherencia visual, la ausencia de rupturas y provocaciones modernosas, la solvencia de las soluciones encontradas.
El lector termina demorado viendo estaciones de trenes que ni se preocupan en ser funcionales, más ocupadas en ser hermosas e importantes, en mostrar su vocación de focos urbanos a través de fachadas destacadas y de torretas. Una de las más notables está en la página 81 y muestra un galpón de maquinarias del Ingenio Perseverancia, fotografiado en 1882 por Christiano Junior. Se lo ve bajo un solazo implacable, desbordado de bagazo de caña, y se adivinan adentro las máquinas de molienda. Pero lo que llama la atención es su belleza inesperada, sus muros de ladrillos con arcos clásicos, sus proporciones serenas. Galpón como era, y en medio del campo, alguien lo pensó con una preocupación estética completamente marciana a los ojos de hoy.
La Sociedad Central de Arquitectos y la Consejería Cultural de la embajada española acaban de lanzar los dos primeros volúmenes de lo que promete ser una serie interesante, dedicada a la arquitectura de ambos países en el siglo veinte. Mario Soto, de Eduardo Maestripieri, y Christophersen, de Hilber y Sánchez, recorren la obra de un argentino hijo de españoles que terminó español él mismo, y de un español casual que hizo vida y carrera entre nosotros.
Alejandro Christophersen nació en España porque su padre diplomático estuvo allí destinado, pero murió como un argentino notable. Fue presidente de la SCA y nuestra ciudad sigue sembrada por edificios elegantes, armónicos, profundamente cultos en sus muchas referencias. Christophersen fue de esos arquitectos capaces de discurrir sobre muchos temas y en muchas lenguas, muy buen pintor y con costumbres como diseñar él mismo ornamentaciones para sus edificios –esto, antes de que la arquitectura cometiera su hara-kiri cultural y renunciara al ornamento–. A él le debemos hasta un reloj zodiacal en bronces, además de ensueños como la catedral de Santa Rosa en la avenida Belgrano, el palacio Anchorena que hoy alberga a la Cancillería, la Bolsa de Comercio y una cantidad que amenaza ser enorme de residencias particulares en estilos diversos. El final del volumen destaca la carrera de Christophersen como creador de instituciones y compila una serie de fascinantes dibujos.
Siguiendo con la tónica hispánica, el Cedodal y la Fundación Carolina acaban de editar Julián García Núñez, Caminos de Ida y Vuelta, verdaderaobra colectiva sobre la vida y obra del arquitecto que terminó en puente entre ambos países. Es que García Núñez nació allá, trabajó aquí, retornó allá pero se encontró con que ya no era simplemente un español sino un indiano, concepto que define a los que retornan prósperos y cambiados de esta orilla del Atlántico.
Este tipo de lugares en la vida pueden ser hasta angustiantes, pero también permiten la riqueza de un punto de vista más amplio. Así, García Núñez fue uno de los importadores entre nosotros de la gloriosa arquitectura modernista catalana y nos dejó el Monumento de los Españoles en Alcorta y Sarmiento, varios edificios de renta y esa gloria maltratada e insultada por sus herederos que es el Hospital Español de la avenida Belgrano, que fue prácticamente destruido y reemplazado por una baratura que hace llorar. El arquitecto aplicó mucho de lo visto y aprendido en la Barcelona del Ensanche en el Casal de Catalunya de la calle Chacabuco, que está siendo restaurado ahora mismo. Entre sus obras argentinas, García Núñez desarrolló una carrera paralela con sus clientes “indianos” de España.
El libro coordinado por Ramón Gutiérrez es también una verdadera historia de las idas y vueltas del modernismo por estos pagos, con capítulos dedicados a Paraguay y Chile, y con un denso entramado de ejemplos de aquí y allá para poner en contexto la obra del sujeto. Por desgracia, no habrá exposición sobre la obra de García Núñez, como es costumbre del Cedodal, porque sus archivos fueron destruidos. El Centro publicará otro de sus detallados y eruditos libros este año para la exposición sobre arquitectos alemanes en Argentina.
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