Preservar el horror
Alemana, especialista en conservación de monumentos históricos, Gabi Dolff Bonekamper trabaja con materias siniestras: los crímenes del nazismo, de la dictadura, la opresión y la muerte en masa. Una explicación sobre cómo se mantienen las memorias más terribles, y para qué.
Por Sergio Kiernan
Aunque su trabajo toca repetidamente el lado siniestro de la historia europea, Gabi Dolff Bonekamper no es una persona lúgubre. La salvedad tiene sentido cuando se conoce la carrera de esta especialista en restauración y preservación de monumentos históricos que enseña historia del Arte en la universidad de Tübingen, en la Technisches Universität Berlin y en la Humboldt-Universität Berlin, y que asesora a la autoridad berlinesa para el patrimonio cultural en la valoración crítica del período nazi y comunista de su país. Es decir, Dolff Bonekamper trabaja con rastros del dolor, la opresión, el asesinato en masa, la tiranía en sus expresiones más crueles. En mayo, llegó a Buenos Aires para hablar sobre su trabajo en la preservación de monumentos de la posguerra y la reunificación en el ciclo “Hacia una cultura del patrimonio arquitectónico” que organizó la Universidad Di Tella. Y explicó a Metro2 su teoría sobre los “objetos de memoria cultural.”
La etiqueta tiene importancia por el tipo de “materiales” con que trabaja la especialista, y la naturalidad con que se asocia preservación con valoración, con “estar de acuerdo” con las memorias asociadas al artefacto, edificio o sitio a preservar. “Los objetos de memoria cultural son sitios o edificios en los que pasó algo desagradable, negativo, con lo que el lugar pasa a ser un testigo de lo que pasó,” explica Dolff Bonekamper. “Hay una relación muy complicada entre el evento y el lugar en que pasó, especialmente cuando, como ocurre en la historia reciente de Europa y América, ocurrieron en lugares que no fueron construidos para eso. Es el caso del Estadio Nacional de Chile, que no fue construido como una prisión pero fue usado como tal por un corto período de tiempo. Esto es central en mi concepto de ‘edificio ambiguo’, aquel edificio que fue hecho para un propósito pero al que se le adosó otro, que recibió otro significado. La ambigüedad está también en que no son monumentos convencionales, en que su forma física no refleja el evento en absoluto. Hay una ambigüedad entre su arquitectura y la articulación de la memoria alrededor de los eventos que ocurrieron en ellos.”
Esto es, para entender el “objeto de la memoria”, hay que tener presente un fuerte contexto. Caso contrario, donde se trata de mantener vivo el recuerdo de un asesinato se ve un estadio de fútbol, un garage, un depósito o apenas un cimiento excavado, como es el caso de varios centros de detención clandestinos argentinos que Dolff Bonekamper recorrió en su visita. “No es sólo cuestión de preservar los sitios”, explica. “Primero hago una topografía de esos lugares, los marco en un mapa. Sólo después me ocupo de las estructuras en sí, cuando aparece la red de lugares que fue armada en función de las poblaciones, del transporte o la logística. Por ejemplo, en Francia existe la llamada red de deportación, lo que significa que durante la ocupación hubo una red de campos a los que se mandaba a los prisioneros, que luego eran mandados a otros campos, y que finalmente eran mandados, o no, a los campos de la muerte en Alemania o Polonia. No es un lugar sino una red de sitios lo que tiene significado.”
“El siguiente paso es mirar muy bien los lugares, con mucho cuidado, para notar cosas a las que nadie mira o miró por mucho tiempo. Por ejemplo, cuando cayó el muro de Berlín, todo el mundo estaba preocupado en preservar partes del muro, lo que hicimos en siete sectores protegidos para recordar cómo era vivir con esa pared ahí. Lo que no miramos era lo que había atrás del muro, el área de patrullaje, donde encontramos que había bandas de colores en los postes de luz que indicaban que ni los mismos guardias podían pasar más allá de cierta línea virtual. Yo misma no lo sabía hasta que vi un documental que hizo uno de nuestros colaboradores sobre el muro.”
“Esto significa que hay que tratar de echar una mirada fresca sobre lugares que uno cree que conoce bien. Muchas veces estos trazos pequeños, estos detalles son más reveladores que artefactos aparentemente máscentrales a la historia de una dictadura. Hay que sacar fotos, mirar detenidamente, hablar con los protagonistas, con gente que nunca habló porque tiene vergüenza de haber sido torturada. No es sólo un trabajo con objetos, con sustancias, es también un trabajo de historia y de comunicación social. A partir de esto se puede determinar cuáles son los sitios que hay que conservar, que no necesariamente son los más evidentes, los más obvios. Por eso no se puede simplemente decir que ‘sí, conserven cada uno de los edificios que usó la dictadura’. Encontrar los rastros del horror no es un trabajo fácil, requiere una cierta distancia para poder hacerlo. Los que lo vivieron son los afectados por ese horror, son los que tienen más dificultades.”
En su trabajo, Dolff Bonekamper se encontró batallando no sólo contra los interesados en que ciertos eventos se olviden, sino con personas que no entendían para qué podía servir preservar los escenarios del horror. “Sé que conservar un edificio asociado a una dictadura puede ser polémico, porque se confunde con un monumento, que tiene un claro sentido de homenaje”, define. “Pero si una sociedad trata de conservar sólo lo positivo o de conmemorar sólo lo bueno que viene después de lo malo –como cuando se hacen monumentos a la resistencia a una dictadura– se pierde algo. Hay que recordar también lo malo, no para evitar que se repita –yo creo que eso no funciona– sino porque la memoria tiene un efecto civilizador. Y quien sabe, tal vez sirva para que algún día no se repita lo malo, por lo que vale la pena tratar una y otra vez.”
“Hay otro elemento: el luto. Hacer el luto por lo que pasó, lamentarlo activamente, lamentarse de lo malo que ocurrió. El luto es activo, es una serie de gestos que se realiza, no es implícito. Y finalmente, las cosas malas no pasaron simplemente, hubo gente que las hizo ocurrir y gente que sufrió. Hay culpas que debatir, y los sitios concretos ayudan a estos debates, hacen que no sean abstracciones. Cada preservación es una controversia, lo que es bueno, es un debate que mantiene vivo el pasado, un debate fijado en un lugar donde pasó algo terrible.”
Y sin embargo hay un límite, como admite Dolff Bonekamper. “Claro que hay cosas que no deberían conservarse, como el búnker de Hitler. Es un lugar donde no hubo víctimas, que sólo puede servir como foco para los neonazis.”