NOTA DE TAPA
Roberto Nápoli es uno de los pioneros del diseño industrial en el país. Conocido por su televisor Noblex Micro 14, icono de la industria nacional, ya lleva dos décadas de trabajo ininterrumpido en Milán. De eso quiso hablar en su paso por Buenos Aires.
› Por Luján Cambariere
Para muchos Roberto Nápoli (62 años) es el señor que allá por los ‘70, época de oro de la industria nacional, hizo el famoso televisor rojo Noblex Micro 14 que copó los hogares y que muchos atesoramos como parte de nuestra infancia. De profesión arquitecto (en su época no existía la carrera de diseño industrial), a Nápoli le fastidia que se lo recuerde sólo por eso. “Hice muchas más cosas que ese televisor”, se presenta. Y destaca que dejó con mucho dolor el país para poder desarrollar su profesión en Italia, donde trabaja desde hace dos décadas como profesional independiente y titular del estudio Prodesign en la creación de electrodomésticos, productos para gastronomía, salones de belleza y spas. Desde 1999 es profesor titular del Laboratorio de Proyecto de tercer año en la carrera de Diseño Industrial del Politécnico de Milán. En dos oportunidades fue premiado con la Mención de Honor en el concurso de diseño Compasso D’Oro. Del fruto de esas experiencias quiso hablar con m2, aprovechando la invitación al país del Premio Siderar para ser parte de su jurado.
–¿Cuándo descubre el diseño industrial?
–Estudiaba arquitectura en la UBA, cuando en tercer año conocí a dos docentes que trabajaban en producto y de pronto descubrí que había gente que manejaba cuestiones técnicas y estéticas no referidas a la arquitectura, que era lo que a mí siempre me había gustado. Era el ‘64 y me metí de lleno en el diseño. Se dio la coyuntura de que una empresa familiar (Ultra), que fabricaba máquinas de calcular, me encarga mi primer trabajo profesional, una línea de máquinas de sumar. De más está decir que no existían las computadoras. En ese entonces tenía 22 años y nunca más paré. Trabajé un tiempo en el estudio de Emir Taboada como asociado en temas de electrónica de consumo y al poco tiempo me ofrecen entrar de gerente de diseño y desarrollo de producto de la Noblex. Era 1970 y yo tenía 27 años. Esa fue una experiencia muy totalizadora de relación con el medio productivo desde adentro, dirigiendo a un equipo de personas. Ahí empiezo a conocer todos los entretelones de puesta en producción de un producto industrial: proveedores de partes, procesos, matrices.
–¿El sueño del pibe industrial?
–Absolutamente. En ese momento en que yo descubro el diseño industrial empiezan los años más felices de mi vida. Del ‘70 al ‘76 hicimos cinco o seis nuevos productos, uno por año, y después muchas intervenciones, ajustes y modificaciones en otros que ya tenía la compañía.
–¿A qué se debió el éxito del televisor?
–Propusimos un tipo de estética moderna, muy sintética, pura, sin adornos, que en ese momento no se conocía. Existían los grandes televisores que eran de madera lustrada. Chicos había muy pocos. No nos olvidemos que apenas se habían introducido los transistores. El televisor portátil pudo existir por eso. Su antecedente era el Micro 9 y el 12, entonces el nacimiento de este televisor fue increíble. Hicimos una prueba, una maqueta, y a la dirección de la empresa le gustó de entrada, cosa difícil, entonces se decidió desarrollarlo. Se puso en fabricación y si bien por una cuestión de prudencia elegimos un beige para empezar, el día que probamos colores puros, el rojo bermellón arrasó. Y a mí, la verdad, me dio una gran mano en la empresa, al punto de ser el televisor más vendido en la historia de la industria argentina. Eso permitió que pudiera seguir experimentando con otros productos de formas modernas.
–¿Cómo era trabajar para la industria en esa época?
–Era una industria en crecimiento. Realmente se hacía de todo y lo importante era que la diferencia tecnológica y estética que podía haber entre un producto medio nuestro y los que se hacían en Europa era muy reducida. La Argentina estaba cerca. Ahora las distancias se han vuelto muy grandes. Y después también había otra cuestión muy significativa que habla del nivel cultural medio argentino: otros colegas míos también trabajaban en productos muy avanzados, como Julio Colmenero o Hugo Kogan para Tonomac, que tenían éxito y eran aceptados. En esa época en el sector de electrónica de consumo éramos cuatro diseñadores y todos tuvieron una buena aceptación del mercado.
–¿Por qué emigra a Italia?
–Me fui y abrí mi estudio en Milán en 1982. Todo ese proceso industrial empezó a teclear cuando se hizo la primera experiencia liberal de Martínez de Hoz. El país se empezó a desindustrializar, entraban productos importados a precios ridículos, entonces muchas empresas, entre ellas Noblex, decidieron no fabricar nada más y vender productos hechos en el extranjero. Yo en el ‘76 paso como gerente de diseño a Aurora para ampliar la línea a electrodomésticos del hogar y juegos de TV y tiempo después, a otro sector, el de productos electromédicos que hasta ese momento todavía estaba a salvo de la competencia extranjera (incubadoras, electroencefalogramas). Cuando la cosa no daba para más, decidí irme a Italia. Yo estaba muy interesado en la producción industrial y acá no tenía futuro.
–¿Cómo fue el desembarco?
–Tenía 38 años y fue una cosa muy trabajosa, pero en un medio productivo industrial previsible. El problema ahí no era la falta de industria sino el exceso de competencia. Cuando yo me fui del país, en la Argentina habría con suerte diez personas dedicadas al diseño de producto complejo. En Milano, cuando yo llegué, había sólo inscriptos en la asociación en Milán 250 diseñadores. Yo conocía mucha gente del mundo profesional y tenía amistades en los colegas, pero eso termina cuando te instalás ahí porque empezás a ser un competidor. Así que costó.
–¿Allí trabajó siempre de forma independiente?
–Siempre, sobre todo porque en Italia no existe al día de hoy la figura del gerente de diseño. Contrariamente a lo que muchos piensan son todas empresas muy chiquitas. Una cosa que repito siempre: el 98 por ciento de las empresas italianas, que son 4 millones, son chicas. Sobre todo si se tiene en cuenta que uno de cada diez italianos es empresario –micro o macro, pero empresario–, entonces la mayoría de las empresas tiene menos de veinte personas trabajando. Son boliches. No pueden pagar a un gerente. En Noblex había 1000 personas.
–¿Con qué productos empezó en Italia?
–Hice computadoras, monitores, electrodomésticos. Trabajé y trabajo mucho para el sector gastronómico –restaurantes, bares y cafeterías– haciendo cafeteras, lavaplatos y hornos industriales.
–¿Cuáles considera sus mejores productos?
–No sé si son los mejores, pero los dos premios más importantes que recibí, dos Compasso D’Oro, los obtuve con un termoventilador eléctrico y con un manodoméstico, un exprimidor de fruta, el Tutifrutti, que funciona manualmente.
–¿Nunca hizo mobiliario?
–No, sólo en los últimos años me está tocando hacer equipamiento para peluquerías, salones de belleza y spas. La verdad es que empecé porque me encargaban aparatos y como allá no está Ricardo Blanco, fanático de las sillas, me animé y las empecé a hacer y ahora es un tema frecuente. Sobre todo sillones de peluquería con tecnología en serie.
–¿Ahora entonces es el diseñador de los peluqueros?
–Uh sí, pero ojo con lo que va a poner, que me van a cargar.
–¿Qué escenarios futuros imagina para el diseño industrial?
–Yo veo un futuro negativo o al menos preocupante que hay que estar atentos que no se termine de verificar. Nosotros, los viejos, nacimos con los ideales del movimiento moderno, lo cual comportaba una actitud reformista. Luchar contra la cultura imperante. Lamentablemente en los últimos años esa batalla la estamos perdiendo y la están tomando los técnicos y los expertos en marketing. Cada vez más existe una estética imperante que nivela para abajo y lo peor es que los jóvenes en vez de cuestionarla, oponerse y proponer cosas nuevas están completamente sojuzgados por ella. Además descuidan el aprendizaje de las técnicas de producción y con eso van perdiendo poder. La experiencia que yo hice, la pude hacer porque pude enfrentar cuestiones productivas. Ahora muchos se están convirtiendo en estilistas y eso resta.
–¿Qué tiene para decirles a los que piensan que el diseño comenzó después de la crisis de 2001?
–Que definitivamente eso no es así. Nosotros tenemos una historia de diseño. Lo que puede haber nacido después de la crisis es una nueva modalidad que puede llegar a ser muy positiva, pero industriales había ya en los ‘60.
–¿Qué siente cuando vuelve al país? ¿Qué ganó y qué perdió?
–Sin dudas no me equivoqué al irme a Italia. Hice lo que podía y debía. Todas las personas de mi generación han tenido que encarar la profesión de otras maneras, y yo, de todas las posibles elijo la que me tocó a mí. Aunque perdí el país y eso me duele en el alma. Yo vuelvo acá, que hacía tiempo que no venía, y no me quiero volver más a Milán.
–¿Qué extraña?
–Los afectos, los amigos, los lugares, los olores. ¿Y sabe lo que más extraño? El vivir en un país donde está todo hecho, donde hay poco margen para hacer algo y venir acá donde se caen y levantan, pero está todo tan lleno de vida.
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