Sábado, 3 de diciembre de 2005 | Hoy
NOTA DE TAPA
Resulta increíble, pero hace añares que no se produce un libro sobre Alejandro Bustillo, un creador seminal. El Cedodal va a reparar la omisión en cosa de días con un trabajo amplio y razonado centrado en sus trabajos monumentales, con una imperdible antología de sus propios textos.
Por Sergio Kiernan
Un buen día uno se encuentra con un libro en la mano, un catálogo razonado de la colección de arte de Lord Hamilton –el de Lady Hamilton, la Emma que se hizo famosa por cornearlo con Lord Nelson–. El buenazo de Hamilton era ministro inglés ante la corte de Nápoles, por entonces país independiente, y un fanático y erudito coleccionista de arte y antigüedades. Que exista un catálogo razonado puede sonar enrarecido, pero el tomo era un paperback relativamente barato, publicado para una exposición inglesa de los tesoros de la colección, con sensatos ensayos que explicaban no sólo el valor de los objetos sino por qué Hamilton había comprado ésos y no otros, y la importancia de su tesoro en la formación del gusto británico de 1800.
En Buenos Aires, la pregunta que uno se hace ante este tipo de obra es por qué aquí nunca producimos ese tipo de libro.
Razones comerciales aparte –el ejemplo inglés no fue precisamente un best-seller–, queda en claro que la memoria de los argentinos no es sólo frágil en materia política. La paucidad, el minimalismo de la producción intelectual es notable y hay pocos que se dediquen a ordenar lo que se preserva y estudia, y a publicar los resultados.
Por eso es notable el rol del Cedodal, que no sólo creó por la libre una notable colección de papeles, libros y publicaciones, sino que también se dedica a poblar estanterías con los suyos. Así, este Centro de Documentación de Arte y Arquitectura Latinoamericana que dirige Ramón Gutiérrez viene con los años publicando obras y más obras, en las que se destacan estudios sobre los arquitectos italianos, el flamante de esta semana sobre los alemanes –ver recuadro– y una serie dedicada a arquitectos como Kalnáy y LeMonnier. Todos tienen una cosa en común: nunca se habían publicado libros sobre esos grupos o creadores.
El 14 de este mes, el Cedodal va a presentar su último libro del año, dedicado a esa figura central llamada Alejandro Bustillo. Parece mentira, pero la bibliografía sobre Bustillo es tan escasa y tan añeja que éste es el primer libro que se le dedica en muchos años y probablemente el primero que intenta una aproximación a su obra y su personalidad en conjunto.
Alejandro Bustillo, la construcción del escenario urbano se concentra en las grandes obras públicas y privadas del arquitecto, aunque con pasadas por sus abundantes casas particulares de menor porte y a su extensa obra rural. La decisión cierra cuando se considera que Bustillo dejó su firma en algunas de las obras más grandes a escala urbana del país, como su formidable casa central para el Banco Nación, en Plaza de Mayo, y el complejo del casino y hotel en Mar del Plata. Bustillo tuvo la suerte –y se hizo la suerte– de diseñar en espacios con amplias perspectivas, cosa rara entre nosotros. La fachada del Nación que da a la plaza puede verse entera y a 100 metros de distancia. El casino/hotel tiene casi otro tanto desde la arena de la plaza y además tiene un basamento, la rambla, pulcramente planeado. Es el mismo caso de su Museo Nacional de Bellas Artes y su Palais de Glace, insertos en parques y frente a anchas avenidas, del Centro Cívico de Bariloche, y de piezas menos famosas como la intendencia marplatense. Ni hablar del Llao Llao, que aparece a kilómetros de distancia grabado en un paisaje monumental. A todas estas obras que definen absolutamente el espacio que las rodea, Bustillo les sumó una amplia producción de viviendas y edificios de renta antologizadas en este libro. Así se puede ver cómo este hombre nacido en 1895 termina depurando el estilo francés que amaba como ninguno en una síntesis formal elegantísima y despojada, como en la casa que le hizo a Ramos Mejía en la calle Seguí, por supuesto demolida. Y cómo salta del francés al hispánico, del toscano rural al mismo racionalismo –a desgano, por encargo y una sola vez– para volver una y otra vez al despojamiento formal de estupendas proporciones, de equilibrio clásico.
Lo que se ve en las más de 200 obras de Bustillo es la constante de su inefable buen gusto. El Banco Nación no sólo es un alarde de ingeniería —y aquí se cuentan muy bien y en sus propias palabras los trucos y recursos usados en su célebre cúpula– sino de aplomo institucional. Con bastante más de medio siglo encima, el edificio no está datado, parece no pertenecer a ninguna escuela y lo único que molesta son esas tontas ventanas apaisadas en su bohardilla, que uno se entera en este libro de que no son de Bustillo sino un agregado posterior. Ni hablar de esa exquisitez que es el edificio de Posadas y Schiaffino, famoso por ser vivienda de Bioy Casares por muchos años, una sublimación del francés de los Luises sin el más mínimo ornamento y con interiores casi abstractos.
El libro colecciona ensayos de Liliana Lolich, Patricia Méndez, Jorge Tartarini, Florencia Barcina, Graciela Viñuales, Ramón Gutiérrez, Felicidad París Benito, Alejandro Novacovsky, Alejandra Domínguez, Manuel Torres Cano, Claudio Erviti, Juan Garamendy, Alfredo Garay, Cristina Fernández, Pablo Huberman, Juan Martín Repetto, Cristian Andreoli, Julio Guerrero y Federico Ortiz Perry, en su caso, su último escrito. Pero el principal autor es el mismo Bustillo, que aparece no sólo en abundantes citas sino que tiene su propio apéndice con fragmentos de reportajes y de sus artículos y libros. Es que el arquitecto era autor de obras no sobre arquitectura sino sobre metafísica de la belleza, una sintonía en la que no sorprende que el primer libro que le dedicaran a su obra fuera de la pluma de Leopoldo Marechal.
El Bustillo que se construye con sus propias palabras es alguien que se considera primero que nada un artista, que vive recordando que empezó como joven pintor premiado y despotrica contra las tendencias modernas y el mercantilismo, con la impunidad de un anciano que está de vuelta y consagrado. Para Bustillo, el modernismo era “un nuevo y peligroso concepto de arquitectura” que prospera entre nosotros “por la anarquía proveniente de nuestro cosmopolitismo y por la desorientación en que vive la mayor parte de nuestro público y de nuestros profesionales. Tierra muy fértil la nuestra, pero propensa a que la invada la maleza”. Otro elemento del éxito de lo moderno, escribe Bustillo en 1930, es la fiaca del profesional: “Las formas escuetas y simples facilitan enormemente la labor del proyectista y harán que la mayoría de éstos la adopten y de muy buena gana... no requieren mayores conocimientos ni experiencia y dada la pobreza de elementos en juego, las posibilidades de error son mucho menores”.
Bustillo encuentra la doctrina de Le Corbusier de “la máquina de vivir” carente de todo “significado lógico”. El resultado, escribe 35 años después, es una arquitectura “falta de calidad y monótona”, mal construidos, de materiales ordinarios y plantas mal hechas, que atraen por la abundancia de electrodomésticos. La arquitectura moderna produjo algunas obras “en las que se advierten las huellas del buen gusto y de la responsabilidad técnica, pero nada más. No se siente en ellas el amor que pone el artista creador en todas sus cosas y ese sentir poético que daba alegría y calor de hogar a las viviendas de antaño. En rigor, todas esas casas parecen hoy disputas y planeadas para destruir a la familia”.
Y no quieran saber lo que opinaba Bustillo de lo que pasa hoy por arquitectura monumental...
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