Sábado, 28 de enero de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Una es el viejo edificio de La Nación, del que quedó sólo la fachada. La otra es el anexo de Gath&Chaves, que volvió a su función original. Los sencillos tratamientos, que en el segundo caso incluyeron la reposición de toques del estilo original, ayudan a limpiar una calle Florida tapada por el ruido visual.
Por Sergio Kiernan
Hubo un tiempo en que Buenos Aires era sede de tiendas de departamentos, como lo son todavía las capitales europeas y casi cualquier ciudad norteamericana de tamaño medio. En algún momento, con el estilo caprichoso con que siempre hacemos estas cosas, se decidió que las tiendas no iban más y se las fue cerrando de a poco. El problema no fue tanto quién ganó la pelea tienda de departamentos versus galería/boutiques, sino que las sedes de Harrods y Gath&Chaves eran tesoros, arquitecturas públicas del más alto nivel, lujosas y bellas. Al cerrarse estas tiendas, los edificios fueron descartados, abandonados al polvo o arrasados en remodelaciones donde se sacaban bronces para poner aluminios y se reemplazaban robles con fórmicas. Nuevamente, en nuestro típico estilo caprichoso.
Como esta ciudad no tiene y nunca tuvo una política urbana mínimamente realista, siguieron décadas de quejas por cosas como la decadencia de la calle Florida, que llegó a verdaderos abismos en los ochenta. Sucesivas oleadas de funcionarios, de uniforme o de civil, se lamentaron de que la gran vía porteña tuviera olor a choripán, pero en ningún momento asociaron la decadencia social con la destrucción de los palacios del comercio que puntúan la calle. Tampoco hubo mayor input de parte de los muchos que discursean sobre cómo salvar los centros urbanos latinoamericanos y evitar que a esta ciudad le pase lo que a San Paulo –que demolió completamente su centro viejo y se construyó con un nido de violencia– o Lima, un cementerio de palacios y casas coloniales abandonados a la marginalidad.
Buenos Aires tiene otros ritmos y sus mañas de señora vieja, por lo que la cosa no llegó a tanto y el centro porteño se parece acaso al de Montevideo, venido a menos pero todavía reconocible. Por ejemplo, el inmenso edificio de Harrods sigue ahí, aunque en un limbo incomprensible en lo comercial, y las tres sedes de Gath&Chaves no fueron demolidas. El viejo bazar, justo en la esquina de Avenida de Mayo y Perú, sigue ahí transformado en oficinas y con la London en planta baja. El edificio principal, que tuvo quizá el interior más lujoso visto fuera de un palacio en todo el país, sigue ahí también, mancillado con carteles y con su interior estúpidamente destruido, pero todavía en pie. Y enfrente también se salvó su anexo, un edificio casi gemelo –menos la cúpula y la celebrada pérgola de vidrios y hierros sobre la ochava– que acaba de ganar una nueva vida y recuperar, en cuatro de sus niveles, su destino original. El fue inaugurado como una de las sedes de la tienda de departamentos Falabella.
La historia de esta cadena chilena es una prueba de la frivolidad que primó por aquí. El origen es la gran sastrería de Salvatore Falabella abierta en 1889, que para 1937 comienza a transformarse en una importante tienda de vestuario en general y en 1958, cuando decaen vertiginosamente Harrods y G&C, se expande como “tienda por departamentos”. La empresa cruza a la Argentina en 1993 abriendo en Mendoza. Siguen sucursales en Rosario, Córdoba y San Juan, hasta que en 1999 se abre una enorme en el Unicenter de Martínez. Ahora, la cadena tomó dos locales cargados de historia en la calle Florida: el viejo edificio de fachada plateresca que albergó al diario La Nación en Florida 343, y el anexo de Gath&Chaves en el 202. Son dos emprendimientos de porte, con 6000 y 7500 metros cuadrados, respectivamente, dedicados uno a bazar, ropa blanca, electrodomésticos, regalos, niños y espacio gourmet, y el otro básicamente a ropa, deportes, electrónica y belleza. El primer edificio fue proyectado y remodelado por BMA y Asociados, Mario Roberto Alvarez y Asociados, y Space Planning International. El segundo, por BMA y SPI.
Quien pase por el viejo edificio de La Nación podrá ver una fachada en símil piedra con notables herrerías y un juego de pedimentos quebrados muy hispánicos y barrocos, todo en perfecto estado. El único agregado visible son el logo de Falabella y sus discretas iconografías en verde claro. Las sorpresas comienzan adentro, porque el exterior no anuncia en absoluto la escala del interior. Al entrar por Florida al local que cruza la manzanahasta San Martín se encontrará con un espacio en doble altura, como un foro de acceso que da a una calle flanqueada de exhibidores. Uno entra a un local amplio pero normal, con una llamativa luminosidad al fondo. Quien siga, acercándose a la luz, se encontrará súbitamente en un gran espacio interno de doble altura que se abre a un subsuelo y tiene un enorme techo vidriado. Es como una plaza, y un lugar inesperado allí adentro.
Los arquitectos, explica Rodrigo Bóscolo de BMA, uno de los encargados de la obra, se encontraron básicamente con la estructura existente, ya que el viejo edificio del diario había desaparecido en todo menos la fachada. Con un criterio de enorme simplicidad, se creó un recorrido como en una plaza pública, se agregó una vereda de aceros y vidrios en el nivel de planta baja –que deja pasar luz al nivel de abajo– y se buscó una paleta de materiales y colores mínima: acero, blanco, granito claro. El edificio no compite con lo que contiene sino que enmarca favorablemente a los displays y, en su sencillez, contribuye a que algo tan abigarrado como una tienda no sea visualmente excesivo. La sencillez continúa al levantar la vista, que es cuando se ve que los cielos rasos no fueron cegados con durlocks sino que exhiben todas sus líneas de servicios, pintadas de blanco con la excepción de las líneas de sprinklers, en reglamentario rojo.
Florida 202 es un caso diferente. Falabella tiene los dos subsuelos, la planta baja y el primer piso, con una circulación central que mantiene la original de Gath&Chaves, con escaleras mecánicas y un ascensor. Los cuatro niveles exhiben un mar de bovedillas de ladrillo y metal, pintadas de blanco, nuevamente con todos los servicios a la vista. El edificio había sido usado por años como banco, y la anécdota de la obra es que en su nivel más profundo se encontraba el tesoro, una inmensa caja fuerte de hormigón que tomó varios días demoler con poderosos Bobcats trabajando a pleno.
A nivel público, la llegada de Falabella es una buena noticia. El exterior del edificio fue minuciosamente limpiado, lo que implicó entre otras cosas remover un estúpido revestimiento de aluminio en el nivel de la calle, puesto hace años para “modernizar” un clásico. Con cariño, cuenta el arquitecto Bóscolo, se repusieron piedras negras en el basamento, recuperando la idea original del edificio, y Falabella hizo la sabia inversión de poner toldos con estructuras de bronce y varillas de bronce en los marcos de las amplias vidrieras. La entrada es por la ochava y sus laterales, el edificio tiene iluminación nocturna y su fachada fue despejada y retratada a su superficie original. El conjunto ahora resulta una pausa env el ruido visual de la calle Florida a esa altura, ya que Falabella sólo puso sus luces verdes y unos carteles con su logo a la altura del primer piso. Junto con el sobrio HSBC de enfrente, se crea un punto de buen gusto que se hace visible justamente por el contraste con lo que lo rodea.
Como se ve, en ambos casos la tienda de departamentos está volviendo a la calle Florida despejando fachadas contaminadas. Ojalá que sea el comienzo de una tendencia que resucite la calle que antiguamente fuera tan bonita, potenciando lo que hizo, por ejemplo, Yenny con su sede palaciega, o hasta el Burger King de la esquina de Corrientes, que dejó en pie todo lo poco que encontró de una de las casonas privadas más peculiares de la ciudad. Como muestra Falabella, es posible crear “una arquitectura comercial mejor”, en la definición de Bóscolo.
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