Sábado, 24 de junio de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Nació como teatro de la comunidad italiana, pasó por cine y terminó de bailanta, pintado de marrón y doradito. La Ciudad lo compró para revitalizarlo como lugar cultural y está restaurándolo y agregándole la tecnología que necesita.
Por Sergio Kiernan
Hay algo bueno, sanito casi, en salvar un teatro. Será la buena asociación con buenos momentos. Será que es un edificio público que no se enrieda en trámites o te cobra una multa. O será que son una forma de arquitectura pública que siempre intentó ser elegante y estar en contacto con la cultura en general. La cuestión es que perder un teatro es una cuita muy aguda, así como recuperar uno es una alegría peculiar. Todo esto pasó con el bonito 25 de Mayo, en Triunvirato 4444, que llevaba años maltratado y cerrado, con feos pronósticos de bingo. Unos vecinos organizados y un gobierno que prestó atención lo están sacando de la ruina.
El 25 de Mayo fue inaugurado en la década del veinte para orgullo de la abundante comunidad italiana de Villa Urquiza, que reunió comprando acciones nada menos que 300.000 pesos de la época. Los empresarios fueron Sivori y Delponti, pero con el tiempo el principal accionista acabó siendo José Gruñeiro, dueño de una próspera panadería vecina. Máximo Gasparutti fue el constructor –y según parece el diseñador, aunque esto no es en absoluto seguro– y Felipe Galante fue el decorador en jefe.
Los socios pensaron en hacer un teatro digno del centro de la ciudad, pero en su barrio. El 25 de Mayo tenía 1500 butacas en platea y dos balcones, todo organizado con amplísimo espacio, ya que el teatro se alza sobre un terreno que cruza entera la manzana. De hecho, palieres y salones delanteros ocupan tanto lugar como la sala en sí, y en otros tiempos el escenario tenía un fondo a cielo abierto que daba a una tranquila calle trasera. Como el teatro tenía su lado comunitario, se entiende una rara característica estructural que tiene. Además de ser un teatro –como se explicó, en la mitad trasera del largo terreno– tenía un enorme salón en el primer piso completamente aislado de la sala en sí y con acceso propio. El que suba allí se encontrará con una mágica cúpula sostenida por columnas, que funcionó muchos años como milonga, sala de actividades,salón de baile y vaya a saberse qué más. El lugar tenía como vecinas unas amplias cocinas, con lo que se asume que también servía para banquetes comunitarios.
Para 1982, las actividades comunitarias habían cesado, el teatro funcionaba más como cine y se hundía como empresa. Gruñeiro lo vendió ese año a un empresario inmobiliario, que comenzó a alquilarlo. Su destino, de cajón, fue una bailanta, que arrasó con todos los sistemas de decoración internos con el simple expediente de pintar toda superficie de marrón elefante, el más oscuro disponible, y todas las marqueterías de dorado de lata. Sí, ese que viene en lata, brilloso y listo para usar.
El destino del teatro se pintaba negro –o marrón, si se permite el chiste– y el 25 de Mayo comenzó a aparecer en distintas propuestas legislativas. Finalmente, entró en la política del Ministerio de Cultura porteño de revitalizar ámbitos culturales de la ciudad y ahora la Dirección General de Infraestructura porteña está llevando a cabo una restauración y puesta en valor con toda la tecnología necesaria y con reutilización para fines comunitarios de varios ámbitos, a cargo de Alvaro Arrese.
Con los antecedentes de bailanta y clausura, llegar al 25 de Mayo significa aparecer por la frenética avenida Triunvirato con el corazón pesado. Después de todo, este es un país que se quedó sin plata y sin ganas justo cuando le tocaba reparar y mantener sus joyas. Y ni hablar de los tontos de siempre que se dedicaron y se dedican a “modernizar” sus edificios eligiendo sin error lo más barato y peor, como bajarles los techos. En este contexto anímico, llegar a este teatro resulta una alegría.
Para empezar, porque nadie tocó su estupenda fachada, protagonizada por dos pares de estupendas columnas monumentales, cerradas por una fuerte cornisa remontada, a su vez, por un pedimento que aloja un grupo escultórico muy teatral, con musas leyendo y putti tocando la trompetita. Dentro del gran cuadro que crean las columnas pareadas está la entrada del teatro y arriba un gran balcón curvo con una bonita baranda francesa, al que se accede por un triple ventanal paladiano. Estos ventanales, de los cuales el central es en realidad fijo y aloja un impresionante vitral de José Soler, dan al viejo salón de milonga. A ambos lados de este gran cuadro hay entradas secundarias y, en el piano nóbile del primer piso, pedimentos menores sobre ventanas. Toda la fachada es en símil piedra, muy bien hecha y muy francesa.
En su planta baja, el acceso es en un hall demencialmente amplio, una verdadera sala de exhibición llave en mano. Lo primero, o casi, que hizo la Ciudad al tomar la obra fue demoler y sacar una enorme barra de tragos, hecha de hormigón, instalada por la bailanta. Así como la fachada es francesa, el interior es italiano, aunque nada en este teatro es muy riguroso. Aquí y allá se ven pequeñas herrerías muy art déco, que deschavan la hora tardía en que se diseñó y construyó el edificio.
Al entrar a la sala hay que aguzar la imaginación para entender lo que se ve, ya que el lugar es un verdadero cantero de obra. Uno de los problemas graves es que la bailanta removió todos los asientos y niveló el piso de la sala, para poder bailar. Este nuevo movimiento de tierras para volver a darle la pendiente necesaria a un teatro es complejo, estructuralmente. Pero una cosa que se nota es la muy buena visibilidad del teatro, que ofrece vistas fáciles del espacio escénico, sin columnas que molesten y sin ángulos raros. Parece que su acústica no es tan perfecta, como lo demuestran estudios complejos realizados antes de comenzar la obra. Es muy probable que la cúpula de la sala reciba al final de todo algún tipo de panelería o tratamiento acústico, para evitar ecos.
Como se dijo, todo en el interior es marrón. Por suerte, la adherencia de ese tipo de pintura es muy pobre, con lo que grandes superficies se están cayendo solas, lo que permite ver que el interior original era también símil piedra y que en alguna época lo pintaron crema con detalles celestes en lugar de lavarlo. Todo este colorinche, claro, va a desaparecer.
Del escenario queda solamente la muy ingeniosa estructura de hierros que lo sostenía, al parecer inmune a todo. El piso de escena consistía en una serie de paneles removibles de maderas, con lo que se podían hacer entradas dramáticas por todas partes. Los largueros de la estructura de metal alojaban los cableados, que venían peladitos y sostenidos con bornes de loza, con lo que se podían “enchufar” artefactos literalmente en cualquier parte. El espacio escénico va a crecer ahora, con una total demolición de los camarines y salitas de trabajo laterales, para darle “hombros” al escenario. El foso de la orquesta tendrá un ascensor, de modo de elevarlo para ampliar el escenario. Por supuesto, también habrá un telón para cine.
Entre los muchos tesoritos que aloja el teatro hay varios vitrales. Uno es el enorme y vertical de José Soler, los otros son horizontales y cubren los óculos de las cúpulas y un vano en el hall de distribución del primer piso. Los horizontales están en un estado de emergencia, pero restaurables. Y, claro, está la milonga, que recuerda a un serrallo o a una basílica bizantina, con su círculo de columnas sosteniendo una cúpula dentro de lo que es un espacio básicamente cuadrado, con amplia circulación perimetral. Este será un espacio de uso múltiple y seguramente un favorito de todos los que lo vean. Arriba, donde antes había cocinas, un patio y vivienda para un portero, todo en ruinas, se alzarán aulas para actividades barriales y culturales.
Curiosamente, el edificio es de hormigón. Por su estilo, uno esperaría un mecano de herrerías y ladrillos, pero excepto por algún muro portante, el 25 de Mayo es un dechado de modernidad para sus ochenta años. Esto facilita en algunos aspectos el trabajo de modernizarlo y restaurarlo, por ejemplo, en que por encima de los cielorrasos visibles hay enormes espacios libres hasta la loza verdadera, lo que permitirá instalar equipos de aire acondicionado sin problemas. Pero este hormigón es de una época en que no se regulaba técnicamente cómo hacerlo, por lo que se lo está revisando con lupa.
El Ministerio de Cultura porteño está haciendo un buen trabajo con este teatro, que una vez terminado va a tener su aspecto original, una nueva vida social y todos los fierros necesarios para ser una sala viva
El teatro 25 de Mayo está siendo restaurado por empresas bajo contrato de la Dirección General de Intraestructura porteña. El director del proyecto es Alvaro Arrese, el coordinador es Rodolfo Gassó, el equipo lo forman Juan Ignacio Meoz y Sergio Richonnier. El inspector de obra es Sergio Richonnier. Los proyectistas son Darío Gabriel López, Laura Karin Leyt, Marcelo Alejandro López y Mariana Yablon. La acústica está a cargo de Rafael Sánchez Quintana y Gustavo Basso. El asesor de estructuras es Eduardo Solari y la restauración la dirige Alicia Fernández Boan. La escenotecnia de la sala será creada por Héctor Calmet, el aire acondicionado queda a cargo de Julio Blasco Diez, la iluminación será de Juan Carlos Masip, la instalación eléctrica es de Pablo Sancho y los cómputos, pliegos y presupuesto los supervisa José Víctor Dángelo.
Ya bajaron los andamios en la esquina de Avenida de Mayo y Salta, donde se trabaja en la nueva sede de la Fundación Pablo Cassará. Es una etapa en el renacimiento de un edificio de 1902, muy peculiar y ornado en un estilo que se desliza de a ratos al Art Nouveau, como tentado. El edificio nació como vivienda, pasó a oficinas de diverso tipo y acabó decayendo en un laberinto de consultorios, hotel berreta, depósitos, para quedar varios años cerrado a cadena y candado, sin el menor mantenimiento. En las manos respetuosas de Ana María Carrió, que sabe tratar este tipo de edificios con respeto, la fachada muestra su piel de símil piedra totalmente en valor. Sus muchos motivos ornamentales están a nuevo, reproducidos en un taller de moldería montado en la misma obra. Es un placer volver a ver las curiosas flores de lis de material que adornan los balcones, que inexplicablemente fueron picadas y tapiadas hace añares. El trabajocontinúa en el noble interior, que fue maltratado y abandonado pero no remodelado, el verdadero peligro para el patrimonio. Adentro es un festival de texturas y materiales, coronado por una suite Art Noveau francamente única, con hogar en mayólica y todo. Estos interiores no serán prácticamente alterados, excepto en sus instalaciones, y Carrió planea hasta preservar paños de las pinturas murales originales, en un estilo italiano, encontradas detrás de donde hubo eternamente armarios. Una valiosa propiedad patrimonial recuperada para la ciudad.
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