NOTA DE TAPA
Se podrá berrear por un detalle aquí o allá, pero el Hotel 725 Continental recupera un edificio especial y bello sin renunciar a ser un lugar cómodo y moderno.
› Por Sergio Kiernan
La Diagonal Norte fue el último gran emprendimiento urbano de nuestra ciudad, o al menos el último que salió bien y se nota. La Nueve de Julio fue completada por la dictadura y las obras continúan aquí y allá, conectándola a autopistas o renovando sus plazuelas. Pero esa avenida es, como obra de arquitectura, un fiasco insalvable que cada vez empeora más, gracias a la generosidad con que nuestra Legislatura autoriza las torres urbanas. La Diagonal, en cambio, tiene una armonía palpable, más allá de la calidad individual de sus edificios, dada por el truco más viejo de la arquitectura: la proporción entre anchos y altos, entre el x de la avenida y el y de los edificios.
En 1928, Alejandro Bustillo hizo su primer aporte a la avenida, que repetiría después casi enfrente, con un edificio tan Art Decó que no parece propio. El Hotel Continental es, en cambio, un Bustillo por donde lo miren, en este caso desde varios lados porque ocupa enterita una de las graciosas manzanitas triangulares que dejó la diagonal. Tiene tres fachadas y tres ochavas, con lo que Bustillo se divirtió trabajando, y más teniendo en cuenta que es raro poder hacer un edificio sin medianeras por ningún lado y con visuales garantizadas.
La diversión debe haber aumentado porque el elegante arquitecto se limitó a planear fachadas y algún espacio interno, pero dejó en otras manos el diseño de los interiores y no dirigió la obra. El Continental abrió con 186 habitaciones, todas con baño privado, en ocho pisos para pasajeros al tope de la planta baja y el entrepiso, tomados por áreas públicas y por usos de los locales independientes del hotel. Es un hotel curioso, a su manera, por su triangularidad: las habitaciones toman el anillo externo, a la calle, luego viene un pasillo perimetral y al centro un amplio paño de servicios con ascensores, depósitos, plenos y nada menos que dos escaleras, la original con sus herrerías en valor, y la nueva, presurizable y apta para emergencias. Darse una vuelta por estos interiores demuestra una vez más que, por razones metafísicas, uno siempre ve lo triangular como más chico de lo que realmente es.
El Continental fue uno de los hoteles grandes de la ciudad por muchos años, y también por muchos años fue hundiéndose en la falta de mantenimiento, la descapitalización y las tonteras modernizantes. Su viejo bar de maderas oscuras tenía el aire de decadencia elegante de los grandes restaurantes del bloque soviético. El toque más lanzado y aéreo de Bustillo, los grandes ventanales entre las columnas monumentales del frente, habían sido tapadas por algún bobo con vértigo con persianas poco menos que claveteadas, no sea que alguien se asustara. Avejentado y feote, con su piel sucia, el hotel fue vendido a inversores gracias al boom turístico que vive el país. La obra, a cargo de Urgell-Penedo-Urgell no fue exactamente una restauración pero lo cierto es que las fachadas de Bustillo ahora se muestran con toda su potencia.
¿Como quedó el hotel? Como si no hubiera quedado en el limbo y hubiera sido modernizado de a poco. Molduras, balcones y decoraciones están en su lugar, muy bien tratadas por los restauradores. No hay un solo color fuera de lugar y las graciosas aberturas del primer piso, que continúan en una doble altura aparente a las vidrieras de la planta baja, vuelven a tener sus peculiares ménsulas de bronce –otro material bustilliano– brillando y en posición. En rigor, como buena parte del frente del hotel tuvo poraños una fea marquesina a esa altura, muchas de las ménsulas habían desaparecido o estaban rotas, por lo que las que se ven por delante ahora son las que sobrevivieron sobre Perón, y las que se lucen allí son copias.
Como esto es el siglo 21 y parece que los arquitectos tienen prohibido en sus tablas de la ley usar vidrios repartidos, el ventanerío original voló entero y fue reemplazado por... por lo de siempre, vidrios color caramelito con sus metales anodizados en marrón. Los ventanales son de alta tecnología y basta abrir uno para notar qué estupendos que son aislando sonidos. Pero estéticamente uno se queda pensando si combaten o ayudan al diseño de Bustillo. ¿No hay cerramientos modernos que aunque sea aparenten ser vidrio repartido?
La otra intervención visible desde el exterior es la pérgola de vidrio y metales que protege la entrada, y que no tiene mucho que hacer adosada a este tipo de frente. “Adosada” es la palabra clave, porque no se integra ni con visa o pasaporte, es un objeto nada feo en sí que se pegó a un Bustillo y que un día feliz podrá despegarse.
Donde el vidrio y el metal, más la madera, tuvieron un destino feliz es en la terraza, lugar absolutamente ignorado en el original, como se hacía en tiempos idos. Donde antes había una carpeta asfáltica, el hotel ahora muestra un spa, piscina al aire libre, café y solarium con una vista simplemente alucinante de la ciudad. Lo único que había allá arriba era un pequeño edificio que contenía maquinarias de ascensores y otras yerbas prácticas, incongruentemente realizado en el más puro estilo ferroviario, con ladrillos y todo (costumbre, error o jodita repetida en más de un edificio de la avenida). A su alrededor nació este jardín que, para fortuna porteña, estará abierto cuando haga calor al público en general. Es un ámbito simple, funcional, moderno sin estridencias, en el que da ganas de quedarse y quedarse.
Como en 1928 parece que sobraba lugar, el viejo Continental tenía huecos y espacios al pepe, por así decirlo. Hoy luce tres salones en el subsuelo que se pueden unir en uno solo con capacidad para 400 personas. El gran local de la esquina de Perón y Diagonal, por muchos años sede de una aseguradora, es hoy un winery. La planta baja tiene el bar hecho a nuevo y realmente muy moderno, casi vanguardista, con una vajilla casi artesanal que es un gusto manejar.
También allí hay un salón para 80 personas, mientras que arriba, en el entre piso, hay tres salas de reunión para negocios, una oficina para los pasajeros y el restaurante Cetrino, para 140 personas.
En los pisos dedicados a los pasajeros hay un total de 192 habitaciones, de las cuales ocho son suites. Las habitaciones están físicamente en su lugar original, pero completamente cambiadas. Los baños, claro, son modernísimos y muy cómodos, y volaron los tremendos armarios y closets de la época en que se viajaba con sombrereras y baúles llenos de etiquetas. Ahora abundan los muebles modernos, las pantallas de plasma y los colores sedantes, y todo el edificio tienen conexión inalámbrica a Internet. La renovación, sin embargo, dejó en pie muchos cielorrasos originales, con discretas molduras, y una verdadera colección de puertas de madera, de aquellas pesadas y macizas. Los pasillos, que no tienen ni pueden tener luz natural, cuentan con una dramática iluminación a ras del piso y fueron tratados en un color subido, original.
Mientras llegue el calor y se pueda subir al bar de la terraza, se puede disfrutar del 725 Continental como pieza urbana. Su color radiante indica lo que podría ser la diagonal con sus edificios lavados y saneados. Hay que acercarse a su fachada, ver su basamento de piedra clara con mucha veta y sus sistemas de ménsulas sosteniendo el gran balcón perimetral del primer piso. En las esquinas y flanqueando la entrada principal, son cuadradas, blancas y rotundas. En los espacios intermedios son curvas, cremosas, corintias, sensuales. Es una combinación que en manos menos seguras que las de Bustillo se arrimarían al pastiche, pero que aquí funcionan con armonía fácil.Y por supuesto está el espacio entre las cuatro columnas monumentales de la fachada principal, por fin libres de las persianas sucias. Los tres altísimos ventanales impulsan una verticalidad reforzada por las muchas aberturas pareadas en falsas doble alturas. Vale la pena pararse un rato a ver una creación tan finamente pensada.
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