Sáb 11.12.2004
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Los desastres

Como cada año, Buenos Aires perdió decenas de piezas patrimoniales anónimas, jamás catalogadas ni vistas. Para las Barbaridades del Año, se eligen algunas que tienen algún aspecto que las torna amargas o irónicas.
Una es la destrucción gradual de ese espléndido edificio que es el Colegio San José, en Once. Sólo en un vacío perfecto de ley y pensamiento como el que padecemos se puede transformar un edificio de una manzana, histórico hasta los cimientos y hermoso, en una colección de tenderetes de mala entraña. Francamente, da la impresión de que a nadie le importa o que a los que les importa padecen el mal de los eunucos.Por otro lado, Alan Faena no recibió la medalla al salvador del patrimonio a la que parecía candidatearse. Faena transformó uno de esos silos notables de Puerto Madero en hotel y edificio de departamentos, y su publicidad temprana hizo énfasis en los diseños de interiores de Starck y en el lado patrimonial de la obra. Lo que no le impidió alterar la altura de la cumbrera, elevando de hecho el edificio unos metros. Esto permitió ganar más metros, carísimos todos y cada uno de ellos, y distorsionó el volumen del edificio patrimonial. Por ejemplo, su torre ya no parece un campanario italiano sino un pequeño palomar, petisón y desproporcionado. Por dinero, el patrimonio quedó en el asiento trasero y por supuesto nadie inspeccionó ni lo notó.
En comparación, hay que saludar a los concesionarios del restaurante que funciona en la sede de la Sociedad Argentina de Escritores en la calle México. La casa del Escritor está en la vieja casona de los Guerrero, que fue remodelada en 1859 y por milagro allí está todavía. El concesionario, buscando destacarse, pintó de plateado sus pilastras y decoraciones, dándole un inconfundible aire a gomería. Pero luego lo pensó mejor y revirtió lo hecho, con lo que la casa luce ahora un color apto.
La que no despintó nada ni vio nada de incorrecto en lo que hizo –muy por el contrario– fue la Dirección porteña de Museos, que tuvo la calamitosa idea de instalar el fileteado porteño para frentes de casas. El Abasto recibió la dudosa distinción de ser sede de un concurso que terminó con varios frentes pintados como carros o colectivos. El filete porteño es uno de esos tesoros nacionales que casi se pierden, especialmente desde que algún coronel bigotudo prohibió durante la dictadura que se usara en los colectivos. Pero ponerlo donde no corresponde, en edificios, no sólo no lo destaca sino que lo deja en ridículo. Y ni hablar de lo que les hace a los frentes, cubiertos de pinturas sintéticas... Si Museos quiere destacar y salvar el fileteado porteño, por qué no impulsar que se vuelva a utilizar donde corresponde, en vehículos, levantando la ridícula y mandona orden de aquel militar olvidado.

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