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El patrimonio no es sólo ladrillos. Un ejemplo ocurrió hacia fin de año en un cruce de calles anónimo en las afueras de la ignota, irrelevante, turística ciudad de Natchez, en el estado de Mississippi. El que pase por el cruce, donde lo más visible es un local de arreglos de silenciadores, verá un gran lote vacío con un marker, esos carteles tipo marquesina con que se señalan lugares históricos, parecidos a los que usa Buenos Aires para exhibir esos planitos informativos para los turistas. Esta marquesina en particular dice algo estremecedor: el cruce se llama Forks of the Roads y el baldío fue, entre 1820 y la guerra civil, el segundo más grande mercado de esclavos de Estados Unidos.
Natchez es un lugar físicamente encantador, lleno de casas del siglo XVIII y XIX pulcramente conservadas, con algunos cascos de plantaciones de algodón convertidas en hoteles –hasta hay “cabinas de esclavos” con minibar y aire acondicionado para pasar la noche– y una población de 9 mil blancos y 9 mil negros. Forks of the Roads no era un lugar que la municipalidad quisiera recordar en particular porque lo que vende Natchez es el “encanto” del viejo sur y no la miseria de la esclavitud.
Pero el nuevo intendente es negro, por lo que aparecieron los 130 mil dólares para comprar el terreno y la iniciativa de incluir el lugar en el circuito histórico de Natchez, del Estado y de los Sitios Históricos de EE.UU. La ceremonia de inauguración incluyó líderes cívicos, soldados negros con uniformes del ejército nordista en la guerra civil y una suerte de “bautismo” del terreno con agua del río Ohio, por el que llegaban los esclavos en barcas desde la costa, y tierra de la isla Goreé, en Senegal, donde los tratantes agrupaban su carga siniestra antes de traerla a las Américas.