LAS CUATRO PERSONALIDADES DE ATTAQUE 77
Vidas privadas
Ciro, Mariano, Leonardo y Luciano pasaron más de una década juntos, y ésa es la imagen pública que transmiten, y más se percibe. Pero cada uno tiene sus propias formas, lejos de la maquinaria de una exitosa banda de rock: algo de eso intentan reflejar estos cuatro perfiles dedicados a ellos.
TEXTOS: ROQUE CASCIERO
FOTOS: CECILIA SALAS
Ciro
Cuando le falta
poco para tocar en algún show grande, Ciro Pertusi vuelve a soñar
que está frente a un montón de gente y que la banda no puede arrancar
nunca porque, sucesivamente, se rompe un equipo, se desafina la guitarra, se
caen las luces... “Hasta que al público no le queda otra que empezar
a irse”, cuenta. “Lo charlé con Mariano y a él le pasa
lo mismo.” Otro sueño recurrente para el cantante de Attaque 77
vuelve a situarlo en su último trabajo previo a la música: recoger
los bombones recién bañados en chocolate al final de una cinta.
“Me pasaba como a Chaplin en Tiempos modernos: se me acumulaba todo, era
una locura. Y todavía sueño que se me acumulan los bombones.”
Ciro cree que, de no estar vinculado con el rock, seguramente su vida pasaría
por alguna forma artística, aunque todavía se sienta un obrero:
“Cuando salimos de gira y tenemos que tocar todos los días, se aviva
en mí eso que sentía cuando era operario en una fábrica
y tenía que poner el hombro. Siento un goce personal en esa cuestión
de sacar el laburo adelante. Siempre fantaseo con que esta vida se va a acabar
y sé que tengo rebusques para salir adelante. Es tipo: ‘Cuando se
den cuenta de que no es para tanto...’”.
Ciro tiene sus rutinas antes de un show grande: recuperar la voz y el oído
con dos días sin ensayos, intentar hacer una prueba de sonido corta y
“no tentar a la suerte”. “No salgo a andar en bici ni juego al
fútbol, porque puedo golpearme. Y quiero rendir en lo que más
me gusta, que es tocar”, afirma. Pero cuando no hay show grande a la vista,
disfruta de la tranquilidad de su casa. “Siempre estoy rodeado de mucha
gente, mucho ruido. Entonces, cuando puedo elegir, elijo lo contrario, porque
sé que el rocanrol va a venir solo. Igual, cambié mucho. Ya no
soy el pibe que terminaba de tocar y se iba de boliche. Se me cerraron mucho
las cosas: no tiene tanto sentido ir a un boliche porque ya no tengo un vaso
que sostener.” Ciro dejó el alcohol hace rato y asegura que desde
entonces se siente más joven que hace una década. “Siempre
fui un privilegiado porque no conozco la cocaína”, se alegra. “Ni
siquiera estoy fumando porro, aunque siempre fui pro-marihuana. No soy radical,
pero me cuelgo bastante con la comida sana, en lo posible vegetariana. Ojo,
si voy a comer a algún lado y no hay otra cosa, como lo que hay, porque
me cabe la ofrenda. Nunca voy a desperdiciar un plato de comida, porque antaño
me faltó.”
Aunque está en pareja, una experiencia anterior le enseñó
que lo mejor es que cada uno tenga su lugar. En su casa de Caballito, Ciro vive
con su hermano Federico, primer vocalista de Attaque, y sus perros Hendy y Marco.
“Son mis dos hijos”, asegura Ciro. “Hendy tiene 14 años,
la levanté en el ‘90, atropellada por un auto. A pesar de que no
tenía un mango, la hicimos operar y está vivita y coleando, tuvo
crías y tal. Y Hendy trajo suerte, sin dudas. A Marco lo encontré
el 20 de diciembre de 2001 en Samoré, cuando fui a ver a mi vieja. Es
un coyote fantástico.” Como los perros, su bicicleta también
le sirvió de inspiración para una canción. “Si voy
en subte o en bondi, me cuelgo con cada uno que se me acerca, porque no soy
un corta-rostro, pero con la bici soy más escurridizo”, se ríe.
“Me gusta ir a visitar a los amigos, juntarnos a jugar al playstation o
al metegol, o ir hasta la sala a ensayar porque sí. A veces quemamos
cuarenta minutos de ensayo charlando sobre nuestras vidas o sobre el mundo,
y quizás eso después termina en una letra.”
Leonardo
Como empezó
a tocar la batería a los 13 años y grabó su primer disco
a los 16, nunca pasó la idea de dedicarse a algo que no fuera la música.
“Está buenísimo poder vivir de lo que te gusta, es un privilegio”,
dice Leonardo De Cecco. “Pero nunca me imaginé que iba a laburar
tanto. La música es gratificante, pero es un laburo full time. Alguna
gente piensa que porque estás en Europa te estás cagando de risa,
pero ves las ciudades a 150 kilómetros por hora, tocás todas las
noches, cargás tus equipos... Es un laburo más. Si te ponés
a pensar que te pasás más tiempo arriba de la combi que del escenario,
te querés matar.” Claro que ser músico tiene sus privilegios:
un bancario no tiene groupies, por ejemplo. “Lo de las groupies es un mito”,
se desmarca Leo. “Qué sé yo, chicas hay en todos lados, tiene
que ver con la actitud de cada uno. Nada es tan fácil como parece.”
Desde que se separó de la también baterista y percusionista Andrea
Alvarez, el hijo de ambos se queda a dormir un par de noches por semana en el
hogar paterno. Entonces Leo prepara el almuerzo del niño. Las mañanas
son para ayudar con los deberes, para jugar juntos en la compu o para ir a la
plaza a patear un rato. Mientras el pibe está en la escuela, su padre
aprovecha para estudiar batería, jugar al fútbol o practicar boxeo.
“Me interesa la gimnasia del boxeo, me da mucha resistencia. No voy para
subirme a un ring; ni siquiera guanteo mucho. Voy para hacer gimnasia y para
descargarme: quedo súper relajado”, cuenta.
Los gustos musicales de Leo son muy amplios, escapando al estereotipo del rockero
medio en su burbuja. Habla con conocimiento de Bebo Valdez y El Cigala, de Medeski,
Martin & Wood, de Miles Davis, de DJ Logic... El domingo pasado, el baterista
fue con su pareja a ver a Caetano Veloso (“No lo veía desde la presentación
de Livro y es un artista que me gusta mucho”). También escucha rock,
por supuesto, y va seguido al cine y al teatro. “Ojo, me gusta mucho quedarme
en casa y ver DVDs de cine independiente o de clínicas de bateristas
como Steve Jordan”, aclara. “Me gustan mucho el jazz y el funk, son
estilos que siempre estudio en mis ratos libres. También estudio piano,
porque trato de tener más conciencia musical. La batería es un
instrumento increíble e intento tocar de otra forma, abrir el panorama.
Pasé por varios profesores y ahora estoy con Carlos Riganti. Si no estoy
de gira, voy cada quince días. Siempre pienso que me gustaría
tocar más que lo que toco con Attaque, pero no siento que la banda me
limite. Toco jazz por un gusto personal, no es algo grupal. En Attaque 77 soy
parte de un grupo de rock, de una energía visceral, y sería imposible
renunciar a eso.”
Luciano
”Cada show
es único y no va a repetirse, por eso hay que pelearle al piloto automático
y dedicarse a disfrutar”, asegura Luciano Scaglione, bajista de Attaque
77 y un optimista del optimismo. “Al margen de lo económico, del
éxito, del crecimiento, uno hace las cosas para disfrutar. Hay que pelearle
al instinto de muerte, que te quita la posibilidad de gozar el momento. Siempre
va a existir la posibilidad de ver el vaso medio vacío cuando, si tenés
ganas, podés verlo medio lleno.” Si de disfrutar se trata, Luciano,
que ya se recibió de cocinero (odia la palabra chef) y ahora estudia
la carrera de sommelier, tiene una receta para aflojar la ansiedad ante la inminencia
de un Obras u otro show de gran magnitud: “No puedo vivirlo como un día
más. Intento que todo sea perfecto: dormir hasta tarde, comer un salmón
o un pedazo de lomo, tener un buen encuentro sexual con mi mujer... Quiero cosas
que me optimicen y me hagan sentir de buen humor”.
Para Luciano, el cambio en la metodología de trabajo del cuarteto significó
que en abril por fin pudiera casarse, después de ocho años de
novio. “La fiesta fue un punto de partida alucinante: Mariano armó
una súper banda de rock y hubo un recital impresionante. Cuando con mi
mujer decíamos que no teníamos tiempo para organizar una boda,
no nos creían, pero los últimos cinco años estuve todo
el tiempo de gira. En la banda todos necesitábamos descansar, dedicarnos
un poco a la familia”, asegura. Con su mujer, el bajista vive en una casa
antigua de Belgrano. Allí cocina para sus amigos: “Me gusta desde
siempre el comer y el beber; el arte de la gastronomía me parece súper
creativo”. No es de salir demasiado porque, dice, la noche “me rompe
un poco las pelotas”. Está “muy en contra” del descontrol
de fin de semana, “esa locura de escabio y autos preparados pisteando”.
“No me dan ganas de formar parte del boliche, el borrachito de turno, la
dureza... En realidad, mi joda es el rock de salir a tocar, porque ahí
está todo: mis amigos, música, ruido, gente, humo, oscuridad...
Y encima somos los protagonistas. ¡Está buenísimo! Porque
además, para nosotros, eso es ir a laburar. Si se le encuentra el lado
positivo, eso es muy piola.”
Por lo general, en la casa de Luciano no hay demasiada música. “Trato
de descansar del agobio musical, porque se nota la quemazón”, afirma.
“Como ensayamos una o dos veces por semana, más los shows del fin
de semana... Igualmente, no puedo no escuchar música o no tocar. Tengo
mi equipo de bajo, mi bajo y mi compu, y siempre hago algo. Tampoco se puede
escapar mucho...” En el estéreo del auto de Luciano suenan viejos
discos de KISS, siempre algo de David Bowie, You Are the Quarry de Morrissey,
La argentinidad al palo de Bersuit, y algún clásico de los Ramones.
Influencia, diría Charly García. Sin embargo, Luciano asegura
que ni él ni sus compañeros se sienten punks: “En nuestros
inicios todo era tres acordes, más cuadrado, más Ramones. Pero
después las influencias se sucedieron: ska, reggae, rocanrol. La personalidad
de la banda está marcada por el punk rock, pero crecimos y le agregamos
muchas cosas. Attaque 77 es una banda de rock”.
Mariano
Ozzy tiene
prohibido entrar al estudio y a la sala de ensayo, porque siempre termina masticando
el cablerío. En el resto de la casa de Once, el perrito tiene vía
libre, pero no se acostumbra: quiere meterse siempre adonde está Mariano
Martínez. Más allá, en el hogar del guitarrista de Attaque
77, suena música todo el tiempo: “Ahora me estoy comprando muchos
discos de vinilo, entonces todo se pone variado: no es que voy a buscar discos
específicos sino que voy a las disquerías a ver qué hay.
Además estoy pasando vinilos a CD para poder llevármelos de viaje,
y siempre estoy grabando cosas mías o produciendo a alguna banda amiga
como Extremo 03 o los cordobeses Placa Roja”. La sala de Attaque es parte
de la casa de Mariano, quien vive con su mujer y sus hijos (niña de 11,
varón de 10). “Ellos me enseñaron un poco a salirme de esa
confusión de vivir en un laburo con los horarios cambiados con respecto
a cómo funciona la sociedad”, afirma. “Crecí usando
mucho la noche como un momento creativo, pero ahora me gusta despertarme y desayunar
con mis hijos. También tiene mucho que ver el haber abandonado el alcohol,
que te cambia la visión de ciertas cosas. Por ejemplo, si uno no toma
alcohol, hay lugares a los que ya no sabe por qué iba ni de qué
forma se divertía. Hoy veo muchos baches de tiempo perdido que podría
haber usado en hacer música. Perdí muchos años sin dedicarme
tan de lleno a eso. Y me siento mucho más lúcido para usar mi
energía en cosas productivas”, confiesa.
Mariano, vegetariano desde los 18 años, ya no se enfervoriza tratando
de convencer a todo el mundo de las bondades de su modo de alimentación.
Ni predica en contra del alcohol, porque sabe que se trata de elecciones personales.
“Además, todo lo que pasó en mi vida me sirve para ser la
persona que soy”, sentencia. “Tomo las experiencias como formas de
aprendizaje. Por mis características y por la vida que tuve, pasé
por momentos críticos, una adolescencia conflictiva, y los asimilé.
Es obvio que no me gustaría que mis hijos las repitan porque quiero lo
mejor para ellos. Pero para eso tengo que acompañarlos, que por ahí
fue lo que me faltó a mí.”
Como el resto de sus compañeros, Mariano está cansado de que le
digan que Attaque es una banda adolescente y rebelde. “Para mí,
ser rebelde es mi presente: no ser alcohólico ni drogadicto, no dejarme
usar, ser libre... Mi gran dilema ha sido encontrar mi verdadera forma de ser
y de vivir. Cuando te toca crecer en público, sacando discos, exponiéndote
a que todo el mundo opine sobre lo que hacés, se vuelve difícil.
Me resultó difícil armar mi familia, pero hoy me siento bastante
satisfecho porque, si bien el proceso tuvo momentos muy sufridos, algún
instinto me llevó hacia algo bueno. No soy quién para aconsejar
a nadie, pero no me parece que reprimir los instintos de una persona sea la
forma de llevarla por un camino bueno. Ese es un error en el que a veces caen
los padres. Hoy puedo hacer música y criar a mis hijos. Lo paso muy bien
con ellos y ellos se copan con lo que hago, se divierten. Al revés de
lo que piensan muchos, desde hace años vivo haciendo rock y es un ambiente
muy sano para ellos. Mientras estemos cerca y mantengamos el diálogo...
Bueno, no hay un manual para ser padre. Lo importante es no sentirse presionado
por los prejuicios de la sociedad. A veces me preguntaba qué hacía
viviendo en esta sociedad que no me gusta y cómo hacer para adaptarme.
Así pasaron los años hasta que me di cuenta de que ser un inadaptado
tampoco está mal. Entonces me quedé en paz con eso: soy un inadaptado
y me gusta serlo.”
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