Jue 19.08.2004
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LAS CUATRO PERSONALIDADES DE ATTAQUE 77

LAS CUATRO PERSONALIDADES DE ATTAQUE 77

Vidas privadas

Ciro, Mariano, Leonardo y Luciano pasaron más de una década juntos, y ésa es la imagen pública que transmiten, y más se percibe. Pero cada uno tiene sus propias formas, lejos de la maquinaria de una exitosa banda de rock: algo de eso intentan reflejar estos cuatro perfiles dedicados a ellos.

TEXTOS: ROQUE CASCIERO
FOTOS: CECILIA SALAS

Ciro
Cuando le falta poco para tocar en algún show grande, Ciro Pertusi vuelve a soñar que está frente a un montón de gente y que la banda no puede arrancar nunca porque, sucesivamente, se rompe un equipo, se desafina la guitarra, se caen las luces... “Hasta que al público no le queda otra que empezar a irse”, cuenta. “Lo charlé con Mariano y a él le pasa lo mismo.” Otro sueño recurrente para el cantante de Attaque 77 vuelve a situarlo en su último trabajo previo a la música: recoger los bombones recién bañados en chocolate al final de una cinta. “Me pasaba como a Chaplin en Tiempos modernos: se me acumulaba todo, era una locura. Y todavía sueño que se me acumulan los bombones.” Ciro cree que, de no estar vinculado con el rock, seguramente su vida pasaría por alguna forma artística, aunque todavía se sienta un obrero: “Cuando salimos de gira y tenemos que tocar todos los días, se aviva en mí eso que sentía cuando era operario en una fábrica y tenía que poner el hombro. Siento un goce personal en esa cuestión de sacar el laburo adelante. Siempre fantaseo con que esta vida se va a acabar y sé que tengo rebusques para salir adelante. Es tipo: ‘Cuando se den cuenta de que no es para tanto...’”.
Ciro tiene sus rutinas antes de un show grande: recuperar la voz y el oído con dos días sin ensayos, intentar hacer una prueba de sonido corta y “no tentar a la suerte”. “No salgo a andar en bici ni juego al fútbol, porque puedo golpearme. Y quiero rendir en lo que más me gusta, que es tocar”, afirma. Pero cuando no hay show grande a la vista, disfruta de la tranquilidad de su casa. “Siempre estoy rodeado de mucha gente, mucho ruido. Entonces, cuando puedo elegir, elijo lo contrario, porque sé que el rocanrol va a venir solo. Igual, cambié mucho. Ya no soy el pibe que terminaba de tocar y se iba de boliche. Se me cerraron mucho las cosas: no tiene tanto sentido ir a un boliche porque ya no tengo un vaso que sostener.” Ciro dejó el alcohol hace rato y asegura que desde entonces se siente más joven que hace una década. “Siempre fui un privilegiado porque no conozco la cocaína”, se alegra. “Ni siquiera estoy fumando porro, aunque siempre fui pro-marihuana. No soy radical, pero me cuelgo bastante con la comida sana, en lo posible vegetariana. Ojo, si voy a comer a algún lado y no hay otra cosa, como lo que hay, porque me cabe la ofrenda. Nunca voy a desperdiciar un plato de comida, porque antaño me faltó.”
Aunque está en pareja, una experiencia anterior le enseñó que lo mejor es que cada uno tenga su lugar. En su casa de Caballito, Ciro vive con su hermano Federico, primer vocalista de Attaque, y sus perros Hendy y Marco. “Son mis dos hijos”, asegura Ciro. “Hendy tiene 14 años, la levanté en el ‘90, atropellada por un auto. A pesar de que no tenía un mango, la hicimos operar y está vivita y coleando, tuvo crías y tal. Y Hendy trajo suerte, sin dudas. A Marco lo encontré el 20 de diciembre de 2001 en Samoré, cuando fui a ver a mi vieja. Es un coyote fantástico.” Como los perros, su bicicleta también le sirvió de inspiración para una canción. “Si voy en subte o en bondi, me cuelgo con cada uno que se me acerca, porque no soy un corta-rostro, pero con la bici soy más escurridizo”, se ríe. “Me gusta ir a visitar a los amigos, juntarnos a jugar al playstation o al metegol, o ir hasta la sala a ensayar porque sí. A veces quemamos cuarenta minutos de ensayo charlando sobre nuestras vidas o sobre el mundo, y quizás eso después termina en una letra.”

Leonardo
Como empezó a tocar la batería a los 13 años y grabó su primer disco a los 16, nunca pasó la idea de dedicarse a algo que no fuera la música. “Está buenísimo poder vivir de lo que te gusta, es un privilegio”, dice Leonardo De Cecco. “Pero nunca me imaginé que iba a laburar tanto. La música es gratificante, pero es un laburo full time. Alguna gente piensa que porque estás en Europa te estás cagando de risa, pero ves las ciudades a 150 kilómetros por hora, tocás todas las noches, cargás tus equipos... Es un laburo más. Si te ponés a pensar que te pasás más tiempo arriba de la combi que del escenario, te querés matar.” Claro que ser músico tiene sus privilegios: un bancario no tiene groupies, por ejemplo. “Lo de las groupies es un mito”, se desmarca Leo. “Qué sé yo, chicas hay en todos lados, tiene que ver con la actitud de cada uno. Nada es tan fácil como parece.”
Desde que se separó de la también baterista y percusionista Andrea Alvarez, el hijo de ambos se queda a dormir un par de noches por semana en el hogar paterno. Entonces Leo prepara el almuerzo del niño. Las mañanas son para ayudar con los deberes, para jugar juntos en la compu o para ir a la plaza a patear un rato. Mientras el pibe está en la escuela, su padre aprovecha para estudiar batería, jugar al fútbol o practicar boxeo. “Me interesa la gimnasia del boxeo, me da mucha resistencia. No voy para subirme a un ring; ni siquiera guanteo mucho. Voy para hacer gimnasia y para descargarme: quedo súper relajado”, cuenta.
Los gustos musicales de Leo son muy amplios, escapando al estereotipo del rockero medio en su burbuja. Habla con conocimiento de Bebo Valdez y El Cigala, de Medeski, Martin & Wood, de Miles Davis, de DJ Logic... El domingo pasado, el baterista fue con su pareja a ver a Caetano Veloso (“No lo veía desde la presentación de Livro y es un artista que me gusta mucho”). También escucha rock, por supuesto, y va seguido al cine y al teatro. “Ojo, me gusta mucho quedarme en casa y ver DVDs de cine independiente o de clínicas de bateristas como Steve Jordan”, aclara. “Me gustan mucho el jazz y el funk, son estilos que siempre estudio en mis ratos libres. También estudio piano, porque trato de tener más conciencia musical. La batería es un instrumento increíble e intento tocar de otra forma, abrir el panorama. Pasé por varios profesores y ahora estoy con Carlos Riganti. Si no estoy de gira, voy cada quince días. Siempre pienso que me gustaría tocar más que lo que toco con Attaque, pero no siento que la banda me limite. Toco jazz por un gusto personal, no es algo grupal. En Attaque 77 soy parte de un grupo de rock, de una energía visceral, y sería imposible renunciar a eso.”

Luciano
”Cada show es único y no va a repetirse, por eso hay que pelearle al piloto automático y dedicarse a disfrutar”, asegura Luciano Scaglione, bajista de Attaque 77 y un optimista del optimismo. “Al margen de lo económico, del éxito, del crecimiento, uno hace las cosas para disfrutar. Hay que pelearle al instinto de muerte, que te quita la posibilidad de gozar el momento. Siempre va a existir la posibilidad de ver el vaso medio vacío cuando, si tenés ganas, podés verlo medio lleno.” Si de disfrutar se trata, Luciano, que ya se recibió de cocinero (odia la palabra chef) y ahora estudia la carrera de sommelier, tiene una receta para aflojar la ansiedad ante la inminencia de un Obras u otro show de gran magnitud: “No puedo vivirlo como un día más. Intento que todo sea perfecto: dormir hasta tarde, comer un salmón o un pedazo de lomo, tener un buen encuentro sexual con mi mujer... Quiero cosas que me optimicen y me hagan sentir de buen humor”.
Para Luciano, el cambio en la metodología de trabajo del cuarteto significó que en abril por fin pudiera casarse, después de ocho años de novio. “La fiesta fue un punto de partida alucinante: Mariano armó una súper banda de rock y hubo un recital impresionante. Cuando con mi mujer decíamos que no teníamos tiempo para organizar una boda, no nos creían, pero los últimos cinco años estuve todo el tiempo de gira. En la banda todos necesitábamos descansar, dedicarnos un poco a la familia”, asegura. Con su mujer, el bajista vive en una casa antigua de Belgrano. Allí cocina para sus amigos: “Me gusta desde siempre el comer y el beber; el arte de la gastronomía me parece súper creativo”. No es de salir demasiado porque, dice, la noche “me rompe un poco las pelotas”. Está “muy en contra” del descontrol de fin de semana, “esa locura de escabio y autos preparados pisteando”. “No me dan ganas de formar parte del boliche, el borrachito de turno, la dureza... En realidad, mi joda es el rock de salir a tocar, porque ahí está todo: mis amigos, música, ruido, gente, humo, oscuridad... Y encima somos los protagonistas. ¡Está buenísimo! Porque además, para nosotros, eso es ir a laburar. Si se le encuentra el lado positivo, eso es muy piola.”
Por lo general, en la casa de Luciano no hay demasiada música. “Trato de descansar del agobio musical, porque se nota la quemazón”, afirma. “Como ensayamos una o dos veces por semana, más los shows del fin de semana... Igualmente, no puedo no escuchar música o no tocar. Tengo mi equipo de bajo, mi bajo y mi compu, y siempre hago algo. Tampoco se puede escapar mucho...” En el estéreo del auto de Luciano suenan viejos discos de KISS, siempre algo de David Bowie, You Are the Quarry de Morrissey, La argentinidad al palo de Bersuit, y algún clásico de los Ramones. Influencia, diría Charly García. Sin embargo, Luciano asegura que ni él ni sus compañeros se sienten punks: “En nuestros inicios todo era tres acordes, más cuadrado, más Ramones. Pero después las influencias se sucedieron: ska, reggae, rocanrol. La personalidad de la banda está marcada por el punk rock, pero crecimos y le agregamos muchas cosas. Attaque 77 es una banda de rock”.

Mariano
Ozzy tiene prohibido entrar al estudio y a la sala de ensayo, porque siempre termina masticando el cablerío. En el resto de la casa de Once, el perrito tiene vía libre, pero no se acostumbra: quiere meterse siempre adonde está Mariano Martínez. Más allá, en el hogar del guitarrista de Attaque 77, suena música todo el tiempo: “Ahora me estoy comprando muchos discos de vinilo, entonces todo se pone variado: no es que voy a buscar discos específicos sino que voy a las disquerías a ver qué hay. Además estoy pasando vinilos a CD para poder llevármelos de viaje, y siempre estoy grabando cosas mías o produciendo a alguna banda amiga como Extremo 03 o los cordobeses Placa Roja”. La sala de Attaque es parte de la casa de Mariano, quien vive con su mujer y sus hijos (niña de 11, varón de 10). “Ellos me enseñaron un poco a salirme de esa confusión de vivir en un laburo con los horarios cambiados con respecto a cómo funciona la sociedad”, afirma. “Crecí usando mucho la noche como un momento creativo, pero ahora me gusta despertarme y desayunar con mis hijos. También tiene mucho que ver el haber abandonado el alcohol, que te cambia la visión de ciertas cosas. Por ejemplo, si uno no toma alcohol, hay lugares a los que ya no sabe por qué iba ni de qué forma se divertía. Hoy veo muchos baches de tiempo perdido que podría haber usado en hacer música. Perdí muchos años sin dedicarme tan de lleno a eso. Y me siento mucho más lúcido para usar mi energía en cosas productivas”, confiesa.
Mariano, vegetariano desde los 18 años, ya no se enfervoriza tratando de convencer a todo el mundo de las bondades de su modo de alimentación. Ni predica en contra del alcohol, porque sabe que se trata de elecciones personales. “Además, todo lo que pasó en mi vida me sirve para ser la persona que soy”, sentencia. “Tomo las experiencias como formas de aprendizaje. Por mis características y por la vida que tuve, pasé por momentos críticos, una adolescencia conflictiva, y los asimilé. Es obvio que no me gustaría que mis hijos las repitan porque quiero lo mejor para ellos. Pero para eso tengo que acompañarlos, que por ahí fue lo que me faltó a mí.”
Como el resto de sus compañeros, Mariano está cansado de que le digan que Attaque es una banda adolescente y rebelde. “Para mí, ser rebelde es mi presente: no ser alcohólico ni drogadicto, no dejarme usar, ser libre... Mi gran dilema ha sido encontrar mi verdadera forma de ser y de vivir. Cuando te toca crecer en público, sacando discos, exponiéndote a que todo el mundo opine sobre lo que hacés, se vuelve difícil. Me resultó difícil armar mi familia, pero hoy me siento bastante satisfecho porque, si bien el proceso tuvo momentos muy sufridos, algún instinto me llevó hacia algo bueno. No soy quién para aconsejar a nadie, pero no me parece que reprimir los instintos de una persona sea la forma de llevarla por un camino bueno. Ese es un error en el que a veces caen los padres. Hoy puedo hacer música y criar a mis hijos. Lo paso muy bien con ellos y ellos se copan con lo que hago, se divierten. Al revés de lo que piensan muchos, desde hace años vivo haciendo rock y es un ambiente muy sano para ellos. Mientras estemos cerca y mantengamos el diálogo... Bueno, no hay un manual para ser padre. Lo importante es no sentirse presionado por los prejuicios de la sociedad. A veces me preguntaba qué hacía viviendo en esta sociedad que no me gusta y cómo hacer para adaptarme. Así pasaron los años hasta que me di cuenta de que ser un inadaptado tampoco está mal. Entonces me quedé en paz con eso: soy un inadaptado y me gusta serlo.”

 

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