“Mi sensación es de gratitud”
El Músico Anteriormente Conocido Como El Salmón le bajó un cambio a la composición afiebrada y se despachó con un álbum esencialmente compuesto de versiones del cancionero latinoamericano. Y tras su regreso a la Argentina, sus colegas votaron por El cantante. Pero Andrés, sorprendido y humilde, advierte: “No siempre ganan los mejores”.
› Por Javier Aguirre
Es la primera vez que Andrés Calamaro recibe a un periodista en su casa desde su regreso a la Argentina. Por las ventanas abiertas entra un sol eufórico, y el cantante que fuera salmón luce pleno, vital, entusiasmado y sonriente. Casi cien músicos eligieron en la encuesta de fin de año del No como mejor disco a El cantante, una decisión soberana y democrática que Andrés califica de “increíble” y agradece con mucha emoción. Da tres zancadas hasta la compactera, pero, a diferencia de lo que fuera su costumbre durante su anterior estadía en el país, esta vez no sonarán mil y dos canciones inéditas grabadas en la soledad de una portaestudio y bajo una corona de escamas: “¿Escuchamos el ensayo general para el show de Cosquín Rock? La condición es no preguntar quiénes son los músicos”, propone, con gesto pícaro, y anticipa así lo que será su regreso oficial a un escenario desde la ya lejana gira de Honestidad brutal, en 1999. El repertorio –cálido, irresistible, bailable, emotivo– abarca hits y sorpresas de sus últimos cuatro discos, más alguna (sub)versión de Los Rodríguez; desde Estadio Azteca y Te quiero igual hasta Nos volveremos a ver y Media Verónica. La voz del cantante conmueve, los arreglos van de la sutileza a la hinchazón de pecho, y las clásicas composiciones de Calamaro fluyen en un enérgico latido que recuerda a una de las tres bandas más convocantes de la Argentina. Y ahí va la pista sobre quiénes lo acompañarán en vivo: “Voy a llevar a un grupo muy especial, gracias al cual voy a estar allí. No fue iniciativa mía volver a tocar sino voluntad de los músicos. Casi toda la responsabilidad de que yo esté en Cosquín es de Gustavo Cordera, que es un especialista en derribar voluntades. No supe decir que no a tiempo, y ya no me queda más remedio que presentar el concierto”.
–¿Qué significa para vos la elección de El cantante como disco del año?
–Lo agradezco mucho, los músicos me hacen sentir como un hermano. Parece mentira que en un año en el que salieron discos tan buenos hayan votado a El cantante, que es una producción sin canciones escritas en el último año. Entiendo el mérito de las guitarras del Niño Josele y de la producción de Javier Limón; y asumimos haber ganado con la mayor humildad posible. Pero, en realidad, creo que el disco que tendría que haber sido votado, en su momento, es El salmón. Sólo debería aceptar premios por ese álbum... Grabar es difícil, y terminar un disco deja una sensación de abandono; pero lo bueno que deja es el respeto y la amistad de músicos y amigos de España y la Argentina. Es lo máximo que te puede dar la música.
–¿Qué otros discos te llamaron la atención?
–No siempre gana el mejor. Sorprende que no hayan ganado los de los Decadentes, Intoxicados, Vicentico, Turf, la Bersuit, Flavio, Palo Pandolfo, La 25, Pappo o el Indio Solari. Son discos muy importantes, de mucho mérito, que deberían haber ganado la encuesta, y que seguramente ganarán otras encuestas. Elegir sólo uno sería ingrato: el otro día voté en un concurso de baile femenino de rock and roll, y ya sufrí por dejar afuera a parejas que bailaban muy bien. Así que imaginate eligiendo discos... Quiero aprovechar para recordar que yo beso la mano de los Corleones de la música y el arte de Buenos Aires, que son Pappo y el Indio Solari, artistas que además de ser señores, nos inspiran, y ya hacían cosas buenas con carácter, seriedad y atrevimiento cuando los demás todavía balbuceábamos. Hay que sacarse el sombrero por ellos. Y, en realidad, preferiría no haber ganado esta encuesta y que ese lugar lo tuviera el Indio.
–Desde que llegaste al país, subiste a varios escenarios como invitado. ¿Esperabas tanta calidez?
–Mi sensación es de gratitud: los músicos me reciben como si fuera Jesucristo que baja de la cruz, Jesucristo resucitado. Creo que, de forma voluntaria o involuntaria, hice de mi música y mi trabajo una especie de mártir de estas épocas. Frente al puterío, o a criticarse todo el día, mis aventuras con la portaestudio y los Poetas de la Zurda fueron una actitud más poética y más kamikaze. Eso fue antes. Fueron años en los que no recibí la caricia del aplauso ni de la venta de discos sino que me convertí en un piquetero de las grabaciones. Y los músicos, que son amigos y buena gente, pagan tributo a esa línea de conducta –quizás aberrante– que tuve en los últimos años.
–¿Cómo encontraste a la Argentina?
–No siento que me haya ido. Y pido disculpas si tardé demasiado en volver. Cuando estaba en París, Atahualpa Yupanqui decía: “Argentina soy yo”. Era su pacto de no agresión con París. Yo no recorrí la Argentina entera y quiero tener tacto para hablar de eso, no voy a decirle a la gente que hoy vive en una humildad extrema que Puerto Madero está lindo y lleno de turistas. Creo que somos un mejor país que antes y que ocupamos un lugar interesante en el mundo.
–¿Cómo va a ser tu regreso al escenario, en Cosquín Siempre Rock?
–Hace tiempo que no toco y va a haber otras bandas muy buenas, así que no quisiera ocupar un papel demasiado estelar. Pero también asumo la responsabilidad, espero tocar en un buen horario y que la garganta me acompañe. Mi actitud en los conciertos siempre fue el desprecio y la entrega. No me gustan los conciertos muy largos, ni me imagino corriendo por el escenario. Que no se ofenda nadie: me encantan los conciertos de los Babasónicos, estuve en el Luna Park y parecían los Rolling Stones del ‘75, en la época de Billy Preston. Pero ya no es mi estilo, no me gustan las pantallas gigantes ni el vestuario. Tocar en un festival no está para nada entre mis variantes preferidas para trabajar, pero me dejaré llevar, con mucha concentración, y la voy a pasar bien. Y espero que si, durante el show, nace un niño cordobés, le pongan de nombre Cosquín.