LA COVACHA SALE DE LA CUEVA PARA TOCAR
Después de ocho meses sin hablar, los músicos de Bernal salen a reivindicar el rock barrial y explican dónde quedaron parados después de la tragedia de Cromañón. “El hecho de venir de los barrios no significa que hablemos pavadas en dos tonos”, dicen.
› Por Cristian Vitale
En Bernal, a cuatro cuadras de la estación, unos pibes del barrio están sentados en un bar. Toman café y echan un vistazo al diario. Hablan con el mozo de pequeñas cosas de la vida, y saludan a cada vecino que atraviesa la vereda. Dos de ellos son hermanos –Lisandro y Salvador, los Tiranti–, el otro es guitarrista: se llama Sebastián. “Cromañón nos mató”, cuenta Salvador, en un momento en que todos callan. “Nos mató, porque nosotros no somos una banda que se formó poniendo avisos en Segundamano. Nos encontramos un día e hicimos lo que sentimos, como amigos. Y, después de tanto laburo, se nos cerraron miles de puertas.” La voz tensa, de rabia que le aflora naturalmente al cantante, proviene de esta especie de apartheid que sufrió la banda nacida en Quilmes hace 12 años junto a muchas otras del palo barrial, después de la tragedia.
Y, claro, hay una explicación racional de la bronca: antes del 30 de diciembre de 2004, La Covacha era un quinteto de rock barrial que había sacado tres discos, dos con buena repercusión –Por el mismo camino (1998), y Detrás del cielo (2004)–. Se estaban haciendo de un público fiel y numeroso, que en varias ocasiones –sobre todo en el conurbano– superó las mil personas por show. También se codeaban con exponentes populares: en septiembre de 1993 hicieron amistad con La Renga en un recital por el 17º aniversario de La Noche de los Lápices. Mucho después, en agosto del 2004, el trío de Mataderos les prestó los equipos para tocar en Cromañón. También hubo feeling con Las Pelotas: Por el mismo camino fue grabado en los estudios de Nono, en Córdoba, e incluso Alejandro Sokol puso su voz en No hay perdón. “Las Pelotas nos enseñó que podíamos hacer las cosas solos y de La Renga aprendimos un camino. Estamos agradecidos”, dice Lisandro.
Pero, de repente, la cosa cambió: el rock barrial pasó a ser estigmatizado y ellos cayeron en la volada sin poder siquiera presentar debidamente el último disco, cuando estaban por subir un gran escalón. “En Cromañón se nos fueron muchos chicos, porque nosotros somos parte de ese movimiento. Y encima, quienes nunca nos miraron, nos quisieron enseñar qué teníamos que hacer. Esto es hipocresía. Cromañón desnudó miserias de esta sociedad. Vinieron de medios que nunca antes nos habían dado bola a pedirnos notas, y nos negamos por una cuestión de dolor y respeto”, apuntala Sebastián.
Al silencio mediático le siguió un duelo musical que duró meses. Recién volvieron a tocar, de a poco, en algunas plazas del interior, como el Chascomús Rock –cerraron junto a Los Gardelitos–, también en Plaza de Mayo con el MUR (Músicos Unidos por el Rock) y en una jornada solidaria organizada por ellos mismos en Costanera Sur. “Que se junten cinco mil pibes a escuchar una banda y llevar alimentos para los comedores, en un momento en que el rock era el demonio, fue un honor. Pero los funcionarios nos hicieron responsables de si los pibes tomaban o no, o de si se producía cualquier incidente. Resulta que laburás toda la semana, tocás gratis, juntás alimentos y encima te hacen cargo por si pasa algo. Es ridículo esto. Es la respuesta del poder, de la rata que huye cuando hay fuego. En vez de apoyar a un sector dolorido, te cierran las puertas”, sigue Salvador.
–Después de Cromañón, el rótulo de rock barrial se resignificó. Muchos, ahora, lo utilizan peyorativamente. ¿Les jode?
Salvador: –Estamos orgullosos de ser parte de un movimiento que nació en los barrios, que es una expresión cultural de nuestras esquinas, porque el barrio muestra algo muy lindo. Es un lugar en el que no importa la ropa que tengas para estar feliz. Es un sitio de comunión y solidaridad. Este rocanrol que está en los trenes o en los walkman de los bondis, no está en los boliches clausurados: sigue vivo y no lo ven desde el poder. Por eso, cuando te quieren mostrar al rocanrol con un videíto en un noticiero, es porque no entienden nada. Son unos hijos de puta, porque hablan de algo que no conocen y que implica vidas, sentimientos y formas de pensar. Nosotros somos así como músicos y personas gracias al rock barrial. Es nuestra escuela y se defiende con el sentimiento. Otra cosa, el hecho de venir de los barrios no significa que hablemos pavadas en dos tonos, ¿eh?
El sentido solidario del que habla el cantante lo prueba la movida que vienen haciendo a pulmón desde hace cuatro años. Son las giras interbarriales “De Barrio en Barrio, de mano en mano”, que explican la cantidad de seguidores que la banda acumuló en los últimos años. Dice Lisandro: “El rocanrol es una forma de vida que construye identidades en los barrios. Te ubica en un lugar dentro de la sociedad, no sólo por masividad sino por lo que genera. Este rocanrol es el que, cuando todos se callaban y el país se comía a sí mismo, salía a hacer recitales juntando alimentos. Estos valores, sumados a un estilo de música y a una postura, fueron construyendo una identidad. Este es el rocanrol que sufrió la tragedia, y encima lo salieron a atacar y acusar”.
–¿Qué posición tienen sobre cómo se trató el tema de Callejeros?
Lisandro: –No puede ser que los músicos hayan tenido que salir a explicar cómo era la composición del techo, si tenía materiales ignífugos o no. Eso duele. El escarnio que sufrieron los Callejeros es hipócrita, loco. Hay cosas que pegan sacudones demasiado fuertes como para no escucharlas. ¿Nadie preguntó quién tenía que velar por las normas de seguridad? Eso diluye responsabilidades.
Santiago: –Hay ciertos sectores que miran al rockero como un viejita y un paria, y lo abandonan en lugares cercanos a la muerte.
–¿Piensan que el poder demoniza al rock?
Salvador: –Y, fijate qué miran los funcionarios: hay lindos recitales de jazz en Palermo, lugares para ver ballet. Mientras que un movimiento masivo como el rock no amerita atención. Quienes tienen que fomentar la cultura en nuestro país dejaron a los pibes de los barrios solos, librados a su propio camino: nosotros lo hicimos y nos la bancamos, pero el problema es que ahora nos vengan a señalar quienes nunca han hecho un carajo por el rocanrol.
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