UN PAJARO QUE VOLO, VOLVIO Y AHORA PRESENTA NUEVO DISCO
Primero viene la calma, después la tormenta y luego nuevamente la calma. En eso anda ahora Francisco Bochatón, a punto de presentar su tercer trabajo solista que dio en llamar La tranquilidad después de la paliza.
› Por Cristian Vitale
“Después de Miguel Mateos con Tirá para arriba, no apareció nadie más con actitud positiva en la Argentina. Y mirá: se tuvo que ir a Miami.” Francisco Bochatón se lleva una y otra vez las manos a la cara y se refriega los ojos. Se ríe, ironiza, trastabilla con las palabras, pero la intención no es matar por deporte al líder de Zas, ni criticar su popeada exitosa y pasatista de principios de los ‘80. Más bien, buscar una antítesis para ubicar a su último disco en sintonía precisa con el sentir tristón de Buenos Aires. Parece estar vendiéndolo como un producto típico de una ciudad ciclotímica, que llora, se modifica un rato y vuelve a llorar. “Es cierto –profundiza–, algunas letras tienen que ver con una tendencia a la nostalgia, hay una idea clara sobre una mujer que no está. Y temas que tienen que ver con vacíos, pero vacíos de un día específico. No creo que Gardel estuviera todo el tiempo extrañando Buenos Aires. ¿Por qué eternizar eso? Las cosas cambian, o pueden cambiar.”
La orientación melanco se percibe tibia –cuando se percibe– en la música, pero muy caliente en su pluma: “El día se inundó / de lágrimas que esperan amor / sábado / escribe tu pluma / una noche oscura”, traza en Sábado. También vuela bajo en Todas las ventanas, tema en el que, como el escritor uruguayo Felisberto Fernández, les pone sentimientos a las cosas: (Todas las ventanas / quieren que te extrañe). “Es pura inspiración, no pensé absolutamente en nada cuando estaba escribiendo esto”, explica.
–Parece una frase spinetteana...
–¿Viste? Y eso que nunca fui un escucha de Spinetta hasta que tuve cierta edad.
–¿Y Sábado...? Parece que torcés la idea de “día esperado y feliz”.
–Es que para mí el sábado es una complejidad, porque todos tenemos el deseo de que sea un día especial. Jugué un poco con eso. El sábado tiene un doble sentido, porque esperamos o queremos cosas que nunca ocurren. Igual, es cierto que la letra es un tango, pero la música es alegre: me sirvió para remarcar la ambigüedad de la que hablo.
Si existiera el rubro “mejor título de disco” en las encuestas de fin de año, seguramente el que eligió Bochatón sería firme candidato a ganarlas todas: La tranquilidad después de la paliza. ¡Qué tal! Con Hilda Lizarazu y Fernando Kabusacki como invitados, es el tercero que edita desde que es solista (los otros son Cazuela, de 1999, y Hasta decir palabra, 2002). Entre medio hay dos EPs (Píntame los labios y Mundo en acción), reeditados junto a cinco canciones inéditas en Completo, donde aparece la guitarra de una eterna compañera suya: María Gabriela Epumer. “No sé si se fue del todo –dice sobre ella, brotado de emoción–. Es de esas personas a las que uno siente que le debe algo, y no sabe por qué.”
–Flor de título le pusiste al disco...
–(Risas) Es que todos estos años los pasé de paliza en paliza. Por eso, el título habla de una tranquilidad post-trauma. Es más que nada una actitud, un relax para descomprimir la idea hollywoodense argentina. Paliza es una palabra que me gusta... parece el título de una película bizarra. Cuando entré a fábrica con el disco listo, dije: “Ya está, la paliza pasó”. Básicamente, me estoy refiriendo a lo difícil que es sacar un disco independiente y con recursos propios en este país. Tal vez sea una exageración porque nadie me cagó a trompadas... Pero bueh...
–En todo caso, se trata de una paliza psicológica. Algo así como decir: “Me están matando, déjenme vivir”.
–El “déjenme” implica que te entiendan en un estudio. A veces, los ingenieros impiden desarrollar ideas propias. Por eso me embarqué solo.
–En general, el disco mantiene las directrices del mundo Bochatón. ¿Notás subjetivamente algún “desliz”?
–Por ahí, el de volver a poner guitarras distorsionadas. Hay también una evolución en la escritura y en la vida... en el hablar directo. “No teespero en ninguna parte / ya no tengo a qué amarrarte” (tararea). Más allá de esto, el disco es una mezcla de canción baladesca con esa parte hardcore, que tengo desde siempre.
–¿Persiste el aura de Peligrosos Gorriones?
–Tal vez en el tema Gusanos o en la forma directa de componer. Algo hay, sí.
–¿Extrañás a la banda?
–Me pinta el recuerdo del amor que había con el público. También, el hecho de trabajar en equipo, pero me desprendí de eso y descubrí cosas interesantes. Ya me hice cargo de ser solista. Además no me quedó un trago amargo, porque la separación de Gorriones fue consciente, ni siquiera nos peleamos.
–¿De qué se tiene que hacer cargo alguien que se convierte en solista, luego de haber tocado tanto tiempo en una banda? Con Peligrosos Gorriones fueron siete años y tres discos.
–Decido lo que quiero hacer y lo llevo a cabo. Cuando sos solista e independiente, asumís que nadie te está obligando a nada. Todo lo que hacés es responsabilidad tuya. Yo, por ejemplo, no puedo quejarme con Gravita Discos –su sello– porque es un invento mío. Mirá si yo me estuviera cagando a pedos porque Gravita no me paga.
Bochatón, 33 años y platense para más datos, se radicó en Buenos Aires hace seis años. Ahora planea también sacar un libro de poesía. Ya tiene uno en su haber (Libertades pequeñas, 2002), con poemas sin título y sugestivas sensaciones trasvasadas a palabras (Lo que quería como una sombra / se me escapó como un rayo de luz). Y, como entonces, ya cuenta con bosquejos, trazos y poesías suficientes como para repetir la experiencia. “Escribo mucho –dice–. Me ocupa bastante tiempo, tanto como componer y tocar.”
–¿Lo hacés en algún momento específico?
–No. No hay un momento especial para escribir: espero situaciones disparadoras.
–¿Qué tipo de situaciones?
–Atractivas o desagradables, a veces de queja, a veces de respuesta. Y a veces me arrepiento porque, como decía Simone de Beauvoir, “si vas a destruir una cultura, espero que le hagas un hijo”. Siento que hay cierto aporte en mis canciones, aunque también sé que lo que cuento no puede cambiar el mundo. Si pensás que lo que sentís vos es lo más importante, es porque estás un poco equivocado.
–Tus poesías anteriores son más crípticas. ¿Por qué este vuelco hacia mensajes más sencillos?
–Arrancó como una necesidad de oyente. Es algo que viene con los años. Por ahí, a los 18 años decís algo concreto y hasta los 30 no volviste a decir más nada así (risas).
–¿Entrás en la dicotomía “Virus o Redondos”?
–Los dos: recuerdo estar tocando con Gorriones y ver a Skay entre el público en un bar muy chiquito. Soy de una generación que me permitió apreciar ambas bandas. Cuando escuché Oktubre por primera vez, dije: “A la flauta, ¡qué banda, loco!”. Estoy reconciliado con todo el rock nacional.
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