Jueves, 9 de febrero de 2006 | Hoy
EFECTO POST-CROMAÑON: DE LA PARANOIA A LA ESTUPIDEZ
En tono reflexivo, Cristian Aldana evalúa el tenso momento que pasó en el Cosquín Rock cuando le cortaron el sonido porque quiso tocar un poco más, y se fue, rompiendo todo. “Hice lo que tenía que hacer”, dice Aldana.
Por Cristian Vitale
En la segunda fecha del epicentro rockero de la República, Cristian Aldana –cantante y guitarrista de El Otro Yo– protagonizó un escándalo (bien de verano), cuando la producción del festival le cortó el sonido sin preaviso, marcando tal vez una tendencia que se viene expandiendo en los últimos festivales de rock: el autoritarismo casi de celador. Al terminar el set, luego de 16 enérgicos temas, preguntó encendido a sus fans. “¿Quieren más?” Todos –más enardecidos que él– dijeron sí, pero al encarar el clásico No me importa morir, el sonido enmudeció. El, enfurecido, comenzó a destruir el pie del micrófono contra el piso y cuatro monos de seguridad se le abalanzaron para detenerlo. “Mi reacción fue animal, puro sentimiento. El Otro Yo es un grupo de rock, no puede bajarse del escenario como una nena tranquila. Lo que me hicieron me sacó. Que te corten el sonido es como la represión total”, reflexiona al NO, navegando en aguas más tranquilas.
–¿Qué pasó en definitiva?
–Estaba tocando, gritando, saltando por todos lados, dando todo. La gente había venido a vernos de Jujuy, de Salta, de la loma del orto y me pedían que “toque mucho”. Por eso, en términos artísticos, no era el momento apropiado para cortar. La gente estaba a full. Agarré el micrófono, dije que iba a tocar tres canciones y pasó lo que pasó: me cortaron el sonido. Entonces, dejé la guitarra y empecé a revolear todo. Estaba recaliente, porque me pareció una falta de respeto. Cuando los de seguridad subieron al escenario e intentaron agarrarme, yo me tiré al suelo, pedí perdón a la gente y me fui. Fue todo.
–¿No te pegaron como a Toti, de Jóvenes Pordioseros, el año pasado, entonces?
–No. Si me hubiesen pegado, la cosa hubiese sido más seria. Hubiese terminado en cana, porque el quilombo no paraba más. Cuando yo me saco, me saco mal. Me conozco. Por algo mi grupo se llama El Otro Yo. La música me salvó la vida... si no hubiese terminado debajo de un tren. En el escenario, vomito todo lo que me pasa. El rock siempre fue mi lugar de escape.
–¿Qué te hicieron específicamente?
–Me agarraron, mientras yo estaba recaliente, prendido del micrófono y gritando ¡prendé el sonido, hijo de puta! No me podían parar. Venía a full... Es como si estás garchando con tu chica, y de repente entra tu vieja al cuarto y te dice “qué están haciendo” (risas). No es la primera vez que nos pasa algo así. Una vez tocamos para el Día del Padre gratis en el Parque Centenario y tuvimos un quilombo parecido. No es algo nuevo.
–¿Qué te dijo tu hermana María Fernanda?
–Que no estaba bien que nos corten el sonido así. Tal vez si hubiera venido el encargado de sonido y me lo hubiese preguntado antes... bueno. Una onda “cortá loco, que viene Rata Blanca”. Igual, no sé. Por ahí, hubiese pasado lo mismo.
–¿Qué pensás en frío?
–Que es un recital de rock, no la conscripción. ¿O me van a tratar de hijo de puta porque me paso tres canciones? Es un festival, no una comisaría. Ponerse la gorra así, me parece anti-rock. Ojo, entiendo las opiniones de cada uno, pero hice lo que sentía. Si me imagino la otra opción –terminar el show con el sonido apagado y yéndome al camarín deprimido– me siento un inútil. Hice lo que tuve que hacer. No me arrepiento.
–¿Cómo es la cosa formal?, ¿ustedes firman un contrato en el que figura cuánto tienen que tocar?
–El contrato me lo paso por el orto. Yo no firmo ningún contrato... subo a tocar y punto.
–¿Te avisaron antes de cortarte el sonido?–No. Nada.
–Te lo pregunto porque el año pasado y en ese mismo escenario, Pappo hizo algo parecido. Tenía que tocar Molotov, le avisaron y él dijo “¿Molotov?... Molotov que espere”. Y le ordenó al baterista hacer un solo. Pero nadie osó cortarle el sonido.
–(Risas) ¡Pappo tocó tres horas! Yo iba a tocar tres canciones nada más. ¿Sabés qué? Yo siento que El Otro Yo es la oveja negra del rock nacional. Ojo, a mí me gusta ese papel: yo siempre fui la oveja negra en la escuela, en mi casa... no me parece raro.
–¿Tuviste problemas con Palazzo, el organizador?
–No. El vino al camarín y estuvo hablando con nosotros. No vio nada, porque estaba haciendo cuentas y eso. Además, en líneas generales fue lo que único que pasó y ni siquiera creo que sea responsabilidad suya. Capaz que si hubiese estado, hubiese dicho “loco, sigan tocando”.
–¿Los demás músicos qué dijeron?... a veces hay un “celo de horario”.
–Para nada. Nos apoyaron a full. Les pareció que estaba bien nuestra reacción porque, de última, fue una boludez. Si hubiéramos tocado tres temas más, se terminaba la cosa ahí y no pasaba nada.
–¿Se están tornando pesados los festivales?
–Es que el rock es música. Tiene que haber una libertad. En el Cosquín folklore, los músicos se quedan un rato más tocando y a veces termina como a las seis de la mañana. Si vos como artista ves que la gente está respondiendo y da para tocar un par de temas más, no me parece mal que pase. Es algo que te ganás por mérito propio. Pero a veces transgredir las normas hace que las cosas funcionen de manera inesperada. Para la próxima tendrían que ser menos estrictos y no tan caretas.
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