Jue 30.03.2006
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“LA PERRERA” DE MANUEL NIETO SE VERA EN EL PROXIMO BAFICI

Vida de perros

Después de 24 Watts y Whisky, los uruguayos Stoll y Rebella apuestan a la producción de otros proyectos. Esta película cuenta una historia que ocurre en La Pedrera sobre un joven obligado por su padre a construir una casa.

› Por INA GODOY Desde Montevideo

Compró un pedazo de tierra en una de las aldeas de mar más lindas de la costa uruguaya, mandó a construir una casa y registró el proceso con una cámara; así fue como Manuel Nieto (33) hizo su primera película. La idea no suena nada mal, sobre todo cuando el resultado es La Perrera, que viene de ganar un Tiger Awards en el Festival de Cine en Rotterdam, y una casa que el equipo de realización disfruta desde este verano en La Pedrera, el balneario con mayor actividad inmobiliaria y más sobrevaluado de Uruguay.

La exitosa hazaña se estrena en el Bafici 2006 (en la edición 2005, La Perrera ganó un Premio Work in Progress) y tratándose de la próxima película de la productora Control Z después de Whisky (el largometraje de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella que ganó dos premios en Cannes 2004) habrá que seguirle el rastro y no perdérsela. La Perrera se trata de un pibe del interior que se queda libre en la universidad y su padre le obliga a construir una casa.

“Whisky y La Perrera tienen muchas cosas en común: el sonidista, el director de arte, Pablo y Juan estuvieron presentes en todo el proceso, influencias debo tener porque con ellos aprendí a hacer cine, es posible que compartamos cierta visión negra o tragicómica de la vida, eso decían los críticas en Holanda”, dice Manolo Nieto al frente de su opera prima que, además de contar con el visto bueno de los noveles directores uruguayos, cuenta en sus créditos con el productor ejecutivo y editor, Fernando Epstein. Es más, La Perrera es la película que Epstein tenía bajo el brazo –sin terminar– cada vez que recibía un premio por Whisky: “Los festivales ayudan mucho, para existir hay que estar ahí, aunque la mayor parte del tiempo haya que poner cara de simpático”, dice Epstein, que renovó el apoyo financiero de Rizoma Films (Argentina), Xerxes Indy Films (Canadá) y Wanda Visión (España).

“Veníamos de dos años de no conseguir dinero cuando llegaron los premios de Whisky, que fueron un impulso fundamental para terminar de financiar mi película”, agrega Nieto, que tuvo un primer acercamiento al lenguaje cinematográfico con Nico y Parker, un corto en el que dos jóvenes se suben a un auto con tres cervezas un sábado a la noche, con el plan de permanecer en la puerta del cuartel de bomberos a la espera de un llamado de incendio para seguirlos. Su próximo trabajo fue como asistente de dirección de un largometraje con otros jóvenes apáticos, protagonistas de 25 Watts, y luego volvió a hacer lo mismo en una película con otros apáticos no tan jóvenes, los de Whisky. Así es como Manolo Nieto viene a ser el benjamín de Control Z, esa familia que parece haber descubierto la forma de crear historias, conseguir el dinero para contarlas y llevarlas a las salas de cine, no sin antes haber yirado por todos los concursos y festivales que hay que yirar y ganar los premios que se merece ganar.

Cine en construcción

Desde que se empezó a escribir el primer renglón del guión de La Perrera, a fines del 2001, hasta que se terminó de editar en el 2005, pasaron cuatro largos años de un proceso de construcción similar al de la casa -repetimos, se hizo una casa de verdad, con ladrillos– y al que experimenta David, el protagonista de la película, en el camino que va de dejar atrás la juventud a convertirse en un adulto.

“La dependencia económica del protagonista fue uno de los aspectos más exóticos para el público europeo; acá no es raro que alguien viva de sus padres a los 25 y en ese sentido creo que muchos se van a identificar con el hecho de fumar porro y no hacer nada”, aclara Nieto, dueño de una visión crítica de la realidad que comparte con sus colegas de Control Z y que ya fue presa de fuertes ataques por parte de algunos uruguayos: “Cuando 25 Watts se estrenó en Australia, la idiosincrasia de hablar bieny promocionar lo lindo hizo que el agregado cultural nos mandara una carta diciendo que la película no había gustado porque era en blanco y negro, mostraba un aspecto horrible de la realidad y sus protagonistas no tenían nada que ver con los jóvenes uruguayos, aclarando que el evento había sido un éxito gracias a las empanadas y la cuerda de tambores que la embajada había conseguido”.

Mediante un antojadizo plan de rodaje en cuatro etapas, el equipo pudo ir haciendo la película a medida que la plata fue apareciendo y ayudó, además, a coordinar los procesos fílmicos con los constructivos; pero más allá de eso, Manolo dice: “Ese tipo de detalles que el productor ve como el caprichito del director, son los que al final terminan rindiendo. Hacerla en etapas fue una forma de creerme la película que estaba haciendo y, además, yo quería que se notara el paso del tiempo, que cambiara el paisaje de fondo y la apariencia del protagonista”. Y es raro lo que sucede con el tiempo en La Perrera; a veces avanza lento y otras a los saltos. Por momentos pareciera que la casa jamás se terminará de construir y de pronto está lista y ya a nadie le importa. Al ritmo que sea, los cambios de luz, del paisaje y sobre todo, del aspecto del protagonista, nos sumergen de cabeza en una extraña atmósfera en la que las postales paradisíacas conviven con la sospecha de que algo está a punto de explotar, generando una sofocante y encantadora presión.

Construcción en el cine

La historia del pibe del interior que estudia en la capital, se queda libre en la universidad y el padre lo castiga obligándolo a construir una casa en el terreno que le regaló cuando cumplió 18, además de ser la historia que cuenta La Perrera, es una historia real. “Mis abuelos fueron los primeros de la familia en llegar a La Pedrera; yo fui por primera vez cuando tenía dos meses y desde entonces fui todos los veranos, así conocí a Mauricio, mi amigo en el que está inspirada la película y a la gente del pueblo, que colaboró muchísimo”, confiesa Manolo, aclarando por qué en La Perrera casi todo lo que se cuenta es real. La casa que se construye, la historia que se cuenta, los obreros que actuaron en la película, son los mismos que trabajan en la mayoría de las casas del pueblo con más metros construidos durante el 2005. El que actúa como cajero del supermercado es el mismo que encontrarán ahí, si van.

También es real que en los últimos cinco años La Pedrera experimentó un crecimiento violento que la dividió en dos: una aldea de mar con 100 habitantes permanentes y otra aldea de mar a la que un buen día llegan 8 mil personas, que fue lo que convocó el Festival VoxPop 2006. El que muestra La Perrera es el pueblo que queda cuando todos se van y es ahí cuando la presión entre la belleza paradisíaca del lugar y una vida apática, rutinaria y a veces hasta marginal, llega a su clímax. “El 2004 fue el año del boom, durante la filmación vimos cómo fue cambiando todo a medida que iba creciendo y no lo podíamos creer, pero la peli tiene mucho de la realidad que queda cuando todos se van, con pocas mujeres, muchos perros y mucho neurotismo entre los hombres por haber tanto huevo junto”, dice Nieto, que no sale de su asombro frente a un programa de coiffeurs que se emite desde la playa de La Pedrera.

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