Jue 28.09.2006
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REVELACIONES SOBRE LA BURBUJA

La cultura es la sonrisa

› Por Mariano Blejman

Hasta la fecha, en seis días, casi 90 mil personas pasaron por el Pepsi Music, el encuentro de rock más grande del año, al menos por cantidad de bandas (180), por cantidad de sponsors (uno central y otra media docena); y por la disposición de los escenarios, muy mejorada respecto de las versiones anteriores, y por la tranquilidad reinante. La mudanza de lugar cayó bien: las instalaciones del Club Ciudad de Buenos Aires se llevan mejor que el Estadio Obras con la idea de hacer un festival de día. “Solos y de noche”, decían Los Redondos allá lejos y hace tiempo (cuando existían, claro). Pero ¿se lleva bien el rocanrol con tanta luz? Roberto Costa, organizador del festival cree que sí: “Muchos piden tocar de noche, pero para mí los festivales son de día”, le dice en exclusiva al NO, el dueño de Pop Art, amante del perfil bajo, aunque también influya en esta decisión la disposición municipal.

Visto de afuera, el festival con nombre de una gaseosa se vislumbra como una especie de tabla de posiciones del Rock Nacional. ¿Quiénes cierran? ¿Quiénes abren? ¿Quiénes quedan en el permanente medio? Ascienden o descienden, como en una especie de ranking en vivo e impensado. El cronograma de las bandas está muy bien calculado para que no haya superposiciones, hay espacio para sentarse, hay un cómodo cajero automático (¿quién de los que solía visitar los antros pre-Cromañón hubiese imaginado algo así?), pero ¿es eso suficiente para rockear? “Queríamos que la gente se sienta cómoda”, vuelve Costa a confirmar.

En el diseño anual de festivales —que ocurren en el segundo semestre—, el Pepsi es el mojón principal en una escalada de Pop Art, que incluye otros espectáculos (dos Quilmes Rock en el interior, el Personal Fest, Dos Rodríguez a fin de año, y Babasónicos en el Luna Park), además de las publicaciones de discos nacionales, la otra pata del asunto. Las bandas grandes, dicen, se sienten cómodas.

Las chicas se aseguran cierta visibilidad. El público está protegido, y la apuesta es convertir al rock nacional en un fenómeno de masas como nunca antes existió en este país. La marca de gaseosa aporta el 30 por ciento del costo total del festival, una cantidad importante para lograr la “utilidad” del negocio. El resto se cubre con sponsors menores y, obviamente, con la venta de entradas. Del costo total, las utilidades de la empresa no superan el 10 por ciento. “El festival no es un gran negocio en sí”, admite Costa. Pero sus intenciones van más allá, y —según dice—- están en sintonía con los intereses de las bandas: fomentar el espacio del rock nacional; nada de lo cual sucede espontáneamente en el mundo del espectáculo. Las radios Rock & Pop y La Mega vienen a ser socios en el Pepsi, es decir, compartirán “utilidades”, además de tener las transmisiones exclusivas.

Sobre los rumores que merodean los subsuelos, como que la presencia excesiva de marcas sobre el campo podría arruinar la esencia del asunto, Costa dice: “hay críticas sobre eso, dicen que se ensucia mucho todo, se comercializa todo. Pero no creo que el Pepsi Music le haga mal a nadie”. Acaso la presencia más incómoda sea la de los “encuestadores” de Philip Morris. Otra de las críticas que circulaba en los días previos al comienzo, eran los contratos que les habían hecho firmar a las bandas iniciáticas, sobre lo cual Costa aclara que esos puntos fueron sacados de los contratos.

Cerca de mil personas trabajan en la realización de un festival, cuyo mayor incógnita —-hasta ahora— es saber cuáles son los criterios de organización de la grilla: “¿Sabés cómo hago?, leo el NO, leo otros diarios y otras revistas, para saber cuál es la temperatura de las bandas, cuáles van llenando estadios, su primer teatro, y obviamente pensamos en las bandas que están con Pop Art, porque si no, nos matan. De hecho, la relación es de un 70 por ciento externo a un 30 por ciento nuestro en la grilla general”. La empresa ha sabido mantener el perfil bajo durante su larga década en la producción, tal vez por eso nadie reconozca a Costa caminando entre los espectadores. “Esta es una empresa familiar, más casera de lo que parece”, dice. ¿El objetivo final? “Hacer crecer al rock”, que fue haciéndolo en estos últimos años como un fenómeno concreto. El objetivo está logrado. Pero queda un gran interrogante hacia el futuro: ¿cuál es el límite de crecimiento para que aquello que llamamos rock no se convierta en otra cosa?

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