No hay nada mejor que casa
› Por Pablo Plotkin
Es domingo, se hace de noche. La hora del terror. Pizza, fútbol en diferido y Gerardo o Julián. Tiene que haber un mundo fuera de eso. Por lo pronto, en una casa medio decrépita de Almagro, en una habitación de cuatro por cuatro, el asunto gira en torno de una frase terminante: “Todos me la sudan”. La agrupación de actores Mondo Pasta presenta su varieté mutante para unas cincuenta personas, como todas las semanas, y el final llega con una especie de orquesta en calzones que afina poco y mal. La gente ya se rió mucho durante un par de horas y ahora explota en un estribillo catártico: “Todos me la sudan, todos me la sudan...” Hay un clima de intimidad y cierta euforia, la sensación de una costumbre que se preserva con el poder de la sorpresa permanente. De todos los vicios que corren en Buenos Aires un domingo por la noche, el de las Veladas Temáticas debe ser uno de los más asombrosos.
La cosa cambia todas las semanas. Siete actores integran Mondo Pasta y cada domingo se proponen hacer reír a partir de situaciones y personajes que son a la vez cotidianos y desconcertantes. Así como el domingo pasado la varieté se sostuvo en el impreciso “Todos me la sudan”, los temas suelen ser meros rótulos inspiradores para el ingenio y la energía desbocada de los actores. “Se empieza a dar una forma de actuar muy libre, sin ninguna dirección. Estamos en el caos y nos dejamos llevar por eso. Se combinan siete formas de actuar muy diferentes”, apunta Policastro, actor y dueño del PH ubicado en Lambaré 831, timbre B.
La prehistoria de Mondo Pasta empieza dos años atrás, en un galpón de la calle Acevedo. Después de presentarse ahí a lo largo del 2000, buena parte del actual elenco (in)estable de Veladas Temáticas mudó el espectáculo a esta casa. Entonces se convirtió en esa especie de medicina alternativa para la tan crepuscular depresión dominguera. Porque además de la varieté, las Veladas tienen cierto espíritu de ceremonia doméstica. Con un respetado sistema a la gorra, se compone de dos actos separados por un intervalo en el que los espectadores aprovechan para comer un guiso de porotos, estirar las piernas y tomarse una cerveza. Actores y público convergen en el patio de la casa, templado a medias con el método vagabundo de la fogata dentro del barril oxidado. “Hay una cosa medio familiar”, dice Policastro. “La casita, el guiso... A la gente le gusta y le parece raro. Es muy casero. Hay que tocar el timbre, se deja la bici en el patio. Es el under de lo under.”
El hecho de que el público siga creciendo hace que, hoy, sea casi imposible sostener la varieté dentro de esa pieza de cuatro por cuatro. Amontonada en las gradas y en el suelo, la gente empieza a acalambrarse promediando el espectáculo. Por eso decidieron trasladarse al patio, donde están a punto de montar un escenario de nueve metros cuadrados y colocar bien el toldo que se voló hace un par de domingos con uno de los primeros vientos fuertes de la temporada. Debe decirse, sin embargo, que si existe alguna mística alrededor de las Veladas Temáticas, se construyó dentro de esa piecita. “El contacto con el público es muy directo, se genera un clima muy tranquilo. Viene mucha gente nueva y nunca hubo problemas. Es un público muy especial, que se copa con esto y se lo dice a otras personas. Es todo muy tranquilo y muy intenso. Teatro concentrado”, define Policastro, que integra Mondo Pasta junto a Ximena Banus, Pablo Adamovsky, Roberto Megías, Agustín Repetto, Javier Drolas y Gustavo Kamenetzky.
Pese a que varios de ellos trabajan con textos, con el tiempo casi todo se fue volcando a la improvisación. Primero se votan los temas a desarrollar (este domingo será “Los hijos”, después “Vida espiritual”) y a partir de ahí se generan las situaciones. “Hay una especie de terapia de grupo trucha, en la que nos decimos todo. Vemos cada vez más los problemas del otro y hacemos una terapia de grupo con mucho humor. Por eso siempre tenemos mucho material para trabajar, porque trabajamos con nosotros.” Mondo Pasta encuentra sus mejores argumentos en la cultura pop de Buenos Aires. Porteños de entre veinte y 35 de clase media, medianamente instruidos, fumetas y observadores. Después de la apertura con un tema de Axel Krygier, las situaciones se suceden sin ninguna premisa formal. La cultura dance, el sexo de a tres, un doble de Rico, la intimidad de la mansión de Graciela Borges y el prolífico y conceptual Juan Cruz, las miserias en la reunión de un equipo de creativos publicitarios, la larga declaración de una francesa despechada, un ninja, un hijo bobo enjaulado, la visita de una estrella de rock anglo, un trío de cavernícolas que pretende descifrar el misterio de un cigarrillo encendido, el inquietante conocimiento de Besugo (el hombre enciclopedia), dos oficinistas que llegan al orgasmo a través de la búsqueda de expedientes, el choque entre un mariachi y dos rappers mexicanos.
Con total desprejuicio y sin ninguna clase de inhibición, los actores disecan los estereotipos y los convierten en adefesios que se nos parecen demasiado. La paranoia, las drogas, el snobismo y la calentura son algunos de los tópicos más recurrentes. “Se ven muchas cosas de la vida cotidiana, emociones, cosas en las que la gente se ve reflejada. Por momentos es muy autorreferencial, aunque siempre del lado del humor. Las actuaciones son muy exageradas, pero están sostenidas por algo psicológico, aunque sea involuntario. La gente del teatro suele preguntarnos sobre qué textos trabajamos... Y la verdad que no, no trabajamos sobre textos”, dice Policastro, que menciona a Kids in the Hall, el grupo Monty Python y Cha cha cha como tres buenos casos de humor colectivo. Y agrega: “En el teatro está todo muy intelectualizado, muy aburrido. Todos dicen mucho texto y nadie actúa. Sé que lo que digo suena cursi, pero se puede armar algo mucho más poético desde la emoción que desde conceptos intelectuales”.
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