MUSICOS SUELTOS POR BUENOS AIRES
¿Esa que compra discos es Patti Smith? ¿Ese barbudo caminando por Avenida de Mayo será Devendra Banhart? ¿Aquel que come empanadas es Mike D. de los Beastie Boys? ¿Karen O. de los Yeah Yeah Yeahs está tomando cerveza en la plaza Dorrego? La semana pasada, un puñado de músicos internacionales tuvieron unos días libres y sus historias se cruzaron en Buenos Aires. El NO los siguió de cerca, y aquí están sus recorridas. Por cierto, la cosa sigue este fin de semana, y el otro.
› Por Mariano Blejman
El músico texano crecido en Venezuela hizo un revuelito en su paso por Buenos Aires. Viajó en el mismo vuelo junto a los TV On The Radio, y el miércoles pasado presentó el Personal Fest que será el próximo fin de semana. Con su grupo de músicos que parecían sacados de los pelos de alguna granja hippie de la California profunda, Devendra Banhart arrancó su set en Crobar —ex Buenos Aires News— pidiendo disculpas por el precio de las entradas (100 pesos), y diciendo que preferiría estar en el show de Mercedes Sosa, quien tocaba ese mismo día. Terminado el set que no se escuchó nada bien —demasiada gente del mundo de las compañías telefónicas hablando por celular, mientras el trovador payaba—, se corrió la pelota de que Banhart iba a hacer un show “íntimo” y gratuito el Club Mínimo de Niceto. El supuesto íntimo creció, y el lugar que tenía capacidad para doscientas personas quedó demasiado chico, y más de 200 personas quedaron lamentablemente afuera por impericia en la previsión. Ahí estaban, detrás de las bandejas, los integrantes de Los Alamos, uno de los guitarristas de TV On The Radio, Juana Molina, y hasta el Goy Ogalde, de Karamelo Santo.
Y después de cándido show —que fue más bien una continuación de lo que tocó en Crobar—, Devendra se quedó bien acompañado en los camarines. Ese mismo miércoles, el músico revelación del folk americano había salido a comprar discos (le regalaron un vinilo de Color Humano, Artaud de Pescado Rabioso y uno de Almendra en una casa de Esmeralda, entre Rivadavia y Avenida de Mayo) y luego quiso comprarse un poncho, aunque se decidió por el charango.
Antes de ir a su habitación, Patti Smith dio una conferencia de prensa inusual en su hotel porteño: dialogó en inglés con unos veinte periodistas y tocó dos temas acústicos, todo sin micrófonos de por medio. De ahí, con el resto de la banda, se fue a comer a un restaurante céntrico. Y como todos venían un poco cansados de tanta carne en Brasil, eligieron pastas y ensaladas. Al día siguiente, Patti y Lenny Kaye fueron al Gran Café Tortoni y a caminar por San Telmo. La “madrina del punk” se lo pasó tomando fotos en blanco y negro con una vieja cámara Polaroid, igual que el viernes, en el cementerio de la Recoleta (volvió sola el sábado, antes de irse). De pasada vio el Museo de Bellas Artes, pero prefirió no entrar porque, explicó, los museos la atraen demasiado e iba a quedar agotada para el show, que era esa noche. A todo aquel que se le acercaba a pedirle un autógrafo, le recordaba en la dedicatoria el título de una canción que compuso con su difunto esposo, el guitarrista de MC5 Fred Sonic Smith: “People have the power” (la gente tiene el poder). Y además repartía pins negros con la palabra peace (paz) en letras amarillas. Antes de subir al escenario, comentó en Kabul lo que había hecho, aunque antes preguntó al aire “¿En qué ciudad estoy?”. En Buenos Aires, le dijeron. Y entonces relató lo que había hecho. Después del show, mientras su banda veía a los Beastie Boys, Patti volvió de inmediato al hotel, porque al día siguiente quería cabalgar. Era una fecha especial para ella: el 12º aniversario de la muerte de Fred y el día en el que su amigo (y ex pareja), el fotógrafo Robert Mapplethorpe, hubiera cumplido 60 años. Por eso se levantó a las 8.30 y fue en una combi al Club Polo One, de Pilar, donde trotó un rato y vio un entrenamiento de polo. “Cuando cabalgo no pienso en nada, sólo en el momento”, escribió en su página web. “Robert amaba el momento, el momento perfecto en el que las cosas se convierten en un todo. Así que si experimento algo así, se lo dedicaré a él. Feliz cumpleaños, Robert. Sé que si estuvieras aquí te mirarías al espejo, contento con tu aspecto, luego te darías vuelta y me dirías: ‘Patti, ¿podés creer que soy un viejo de 60 años?’. Un joven de 60 años, le contestaría.”
Cuando llegó, Karen O. de Yeah Yeah Yeahs estaba enferma, tenía dolor de garganta. Así que el resto anduvo por los habituales lugares turísticos. Entraron al Malba, pasearon por el Tortoni, y disfrutaron del espíritu “vintage” de San Telmo. El viernes festejaron en Sinclair (último show de la gira, primer show en Buenos Aires: “es el fin y el comienzo”, dijo Karen O). Los de YYYs se dedicaron a urgar entre las antigüedades de San Telmo, y uno de los músicos quiso comprarse un bandoneón, y le estuvo dando vueltas a una antiquísima cámara de fotos. El batero se tomó el subte y se fue a Palermo Hollywood, tal vez como para sentirse más cerca de casa. Los de TV On The Radio son pibes del bajo Brooklyn: comieron choripanes, recorrieron Constitución, se subieron a los trenes, recogieron estampitas. Algunos fueron a ver el show de Devendra Banhart en Crobar, otros vieron a Bad Boy Orange. Kyp Malone se compró un charango —intentó aprender algo antes del show pero no pudo— y siguió a Banhart hasta Niceto. Se tomaron unos vinos, fueron a una disquería de Corrientes y Uruguay, se compraron todo lo “vintage” que encontraron y lo mandaron por Fedex a Brooklyn. Se compraron unos mates, y unos ponchos. El guitarrista Dave Andrew Sitek fue con el guitarrista de YYY a Mint, y en alegre pelotón se fueron al bar del hotel, y luego al vip del Roxy. Y, claro, siempre aparecen unas mujeres para encandilar la velada. El hombre de los vientos, Martín Perna, hijo de mexicanos, quedó tan contento que terminó preguntando precios de los departamentos en Buenos Aires y se fue el sábado a Mataderos. Dave quiere volver en mayo a sacar fotos, y Kyp dice que le compondrá una canción al jacarandá (“ese extraño árbol de flores violetas”). Se iban a Irlanda, se querían matar.
Llevaron el hip hop, el rap y el funk al mundo blanco. Y cuando estuvieron aquí, se llevaron todo lo “vintage” que encontraron en Buenos Aires. Se comieron todo. Se tomaron todo. Pero les pidieron silencio a los de Elefant (ver “Los Beastie Boys nos pidieron...”) en los camarines. Los Beastie Boys probaron el asado, la comida vegetariana y se hicieron fanáticos de las empanadas. Algunos fueron a Barhein, y luego a La Cigale, donde el entusiasmadísimo MC Rey Gabriel —el de los mensajes buena onda— les regaló unos vinilos. El jueves recorrieron Recoleta, Palermo y San Telmo, donde nació su estrecha relación con las empanadas, amor que se incrementaría los días siguientes. Incluso Mike D. fue hasta La Esquina de las Flores en busca de empanadas vegetarianas, y el viernes sucedió la “Empanada Party” en una habitación de su hotel. Se acordaban de su visita de una década atrás. Incluso estuvieron buscando una cancha de básquet callejera por Palermo donde jugar aquella vez, pero no pudieron encontrarla. Estuvieron buscando trajes —así hacen sus shows, así salieron el viernes en el escenario central del BUE—, pero no consiguieron lo que querían. Los Yeah Yeah Yeahs los siguieron de cerca. ¿El cortado? Mix Master, que vino con la mujer, pero hizo la suya paseando solo. Y no paró de comer carne.
El martes a la mañana, Amparanoia acababa de llegar desde España; y se estaba por ir a Chile, donde tocaron el jueves para presentar el disco La vida te da, que aquí editó DG producciones. Amparo Sánchez debutó en la televisión argentina en el programa Mañanas informales de Jorge Guinzburg. “¿Qué van a tocar?”, le preguntó Jorge Guinzburg a Amparo Sánchez, alma de la banda. “La vida te da”, contestó Amparo. “Y claro, ¡qué se creen que somos tontos nosotros!”, se rió Guinzburg, tema que funciona como cortina del programa Mujeres asesinas por canal 13. Terminado el vivo mañanero, Guinzburg subió al escenario, saludó a la cantautora y cuando se enteró de que el show de Niceto de esa noche estaba “sold out”, ofreció por lo bajo “no quieren tocar en mi teatro” (en alusión al Metro). Pero las fechas no daban. Los de Amparanoia hicieron un show en Chile el jueves, y el viernes a la tarde se encaminaron hacia el BUE, donde disfrutaron de los Beastie Boys. El sábado hubo un apoteótico asado al horno en la sede de La Tribu —del que participó el NO—, lugar al que Amparo se siente afín ideológicamente, siguiendo los pasos de su amigo Manu Chao. Era la segunda vez que Amparo venía a la Argentina, y ya pudo disfrutar de las botas que llevan el nombre Amparo, que le hizo María Luz, una fan argentina.
“Qué hacés, puto, estoy en Ezeiza”, fue una de las primeras frases que dijo el protocordobés Diego García, criado en Estados Unidos, cantante de los Elefant, apenas llegó a Buenos Aires. Hablaba por celular con sus amigos mediterráneos y por más foráneo que cante, se le nota la tonada cordobesa al hablar en argentino. Menos un vegetariano, todos le dieron a la carne, al lomito y —como los Beastie Boys— “morían” por las empanadas. Diego García se compró unas alpargatas, y les regaló otras a Mike D. de los Beastie Boys. Minutos antes de salir a tocar hizo la gran Charly García: se escondió, y todo el equipo se la pasó buscándolo, aunque —se supo— era una especie de cábala. Los de Elefant estaban emocionados por compartir camarines junto a los Beastie Boys, que cuando terminaron el show se la pasaron brindando y entonándose (faltó el Fernet) junto a numerosos primos y amigos. Fue entonces cuando los Beastie Boys pidieron silencio entre los aglomerados de los camarines: estaban por salir a tocar. El bajista de los Elefant miraba al cielo con cara de “no puede ser”: “¡El rocanrol está muerto”, decía. “Los Beastie Boys me están pidiendo silencio.”
Corrían con una ventaja en esto de pasear por Buenos Aires, en perfil bajo: nadie les ha visto la cara. Y ellos se cuidan de hacerse ver. La decidida crítica/defensa ¿o qué? de la relación entre los hombres y las máquinas que el dúo francés vino a presentar al potentísimo show que dieron en el BUE. Ambos vinieron con sus novias (una de ellas está embarazada), el productor Paul Han aterrizó con su madre y uno de los managers vino a visitar a sus parientes argentinos, lo que dio pie a un nutrido brindis en el backstage hasta las dos y media de la mañana. La numerosa cohorte provocó momentos de tensión entre manager y tour manager cuando uno de los invitados sacó un par de fotos cuando los Daft Punk estaban vestiditos, con sus cascos en la mano, para subir al escenario-pirámide que se trajeron. Lo que los franceses llaman “el momento crítico”. Pasada la euforia festivalera, el lunes los Daft Punk habían programado una cabalgata, aunque la lluvia del domingo arruinó la expedición. Ahora los jinetes cabalgan hacia el Miami Bang Music Festival.
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