Jueves, 28 de diciembre de 2006 | Hoy
BALANCE 2006: LOS TEMAS DEL NO
No, no... Que no reine la confusión. Los Redondos no se van a juntar, al menos por ahora. Pero hoy es 28 de diciembre, día de los inocentes, y el NO pensó que los lectores disfrutarían imaginando –aunque sea por un momento– que el Indio Solari y Skay hayan pensado en juntarse. Feliz Día de los Inocentes.
Por Mariano Blejman
Hubo un día de este año en que los dinosaurios tuvieron que salir de la cueva y hacer uso de algo que jamás hicieron antes: tomar la calle, poner el cuerpo, hacerse visibles después de años de vivir en el ostracismo, con miedo de ser vistos por sus víctimas. Fue en la “movilización” (cuesta ponerle ese nombre a ese cúmulo de gerontes) en donde los sectores castrenses y los más retrógrados de la política nacional hicieron uso del espacio público y se juntaron en la Plaza San Martín para reclamar por la “Memoria Completa”. Se trata de un eufemismo criminal para victimizarse después de haber aplicado el terrorismo de Estado en la Argentina entre 1976 y 1983. Salieron a defender a sus muertos y a recordarles a la “sociedad argentina” que aquello de las torturas, de tirar gente al mar, de desaparecer hombres y mujeres (muchas de ellas embarazadas), que esa costumbre de picanear, no fueron otra cosa que acciones de guerra. Vaya ironía trágica y absurda ésta. Los tipos eligieron una plaza paqueta para hacerse presentes, y hay que admitir que estaban todos (pocos jóvenes): unos 2 o 3 mil dinosaurios que hacía años que no abrían la persiana de la memoria (es mejor no recordar, dicen), con sus caras surcadas por la sangre de sus manos, verdaderamente preocupados por el “avance” de las causas después de que la Corte Suprema de Justicia hiciera caducar las leyes de Obediencia Debida y Punto Final dictadas por el alfonsinismo. “¿Querés una bandera?”, preguntó entonces esa tarde un joven de pelo bien corto —podría ser estudiante de historia de una universidad católica—, con cierta amabilidad. Este cronista estaba en el medio de la jauría, intentando pasar inadvertido —aunque el physique du rôle dista por lejos con el que reinaba esa vez— cuando el hombre insistió nuevamente: “Tomá la bandera, tenela”. Era una bandera argentina con el sol militar en el medio, y (aferrado a mi plan de infiltrado) no tuve otra opción que agradecerle y aplaudir la pantomima reinante. Y ahí quedó este cronista, entonces, con la bandera en la mano, y el oído desparramado entre los —¿genocidiantes?— que se la pasaban hablando de causas abiertas, abogados y recomendaciones, o rememorando sus aventuras frente a la “delincuencia terrorista subversiva con ideologías extranjerizantes”. Este es el año en que el testigo fundamental Jorge Julio López de la causa de Miguel Etchecolatz no aparece, en el que se cumplen 30 años del golpe, y diez de la creación de la agrupación H.I.J.O.S. Este es el año en que hubo una condena firme y se incorporó el concepto de “genocidio” a los juicios. ¿La bandera?, se preguntará el lector. Ya no podrá ser usada por el parque jurásico. Es raro, empero, enarbolar una bandera robada.
Por Javier Aguirre
La voracidad de la industria discográfica nos tiene acostumbrados a que, cuando se trata de grandes artistas; siempre hay algún disco “nuevo” para editar: en vivo, inéditos, rarezas, remezclas, remasterizaciones. Títulos que, más allá de su eventual valor artístico, emanan perfume a pingüe negocio, aunque se trate de los mismísimos —y sacrísimos— Beatles. Exactamente opuesto a esa “lógica del Anthology beatle” parece ser el caso de Andrés Calamaro, según se había advertido en El cantante (2004), y según se comprobó este año con El palacio de las flores. En aquel zarpado ciclo post-El salmón (o sea 2000-2003), Calamaro resignificó la idea de “prolífico”, al menos en cuanto a composición de canciones. Cientos de temas inéditos, grabados en portaestudio y a toda velocidad, aparecieron como un virus en cuanto sitio web de descarga les abriera las puertas de su hosting; y lograron la paradójica cualidad de ser clásicos e inéditos al mismo tiempo. Hasta que, por fin, entonces, transitando ese camino inverso al de la “lógica Anthology”, la lista de temas de El palacio... empieza a mostrar la punta de ese iceberg de composiciones que sólo había podido degustarse computadora mediante. Aquellos hits lo-fi ahora son hits hi-fi; aquellos demos con “guitarras de distorsión obrera”, teclados infinitos y coros vomitados, aparecen ahora interpretados con gran delicadeza y refinamiento sonoro. Un interrogante (cuya respuesta en realidad no importa) queda planteado: así como nadie dudó de que la versión definitiva de Strawberry Fields Forever es la editada en 1967 y no las que aparecen en el Anthology, ¿cuál deberá ser entendida como la versión definitiva de gemas como Patas de rana, El tilín del corazón, La libertad o Estadio Azteca? ¿Estas últimas, grabadas con sonido exquisito, condiciones musicales ideales y arreglos conmovedores; o aquellas primeras, grabadas con furia punk entre tiroteos callejeros, helicópteros presidenciales, efímeros clubes de trueque barriales y arreglos también conmovedores?
Por Facundo Di Genova
Dicen que es milagrera y trae suerte y que además protege contra el mal de ojo y contra el maldito que nos quiere hacer daño. Hace unos meses nadie la conocía. Ahora todo el mundo quiere tener una. Se consigue en la calle, en Puente Saavedra y Constitución, o en Palermo Soho, y no es otra cosa que el equipo de los sueños en tu muñeca, el nunca tan esperado dream team de todos los santos, jugador número doce incluido. Es nada más (nada menos) que una pulsera fabricada con doce cuadraditos de madera, con un poco de elástico, con la imagen de un santo en cada cuadradito y con una gotita de laca para eternizar, e impermeabilizar, las doce imágenes (de santos, de vírgenes, de mártires no canonizados) que protegen tu existencia adonde quiera que vayas. El equipo de todos los santos —el que trata de interceder, ya no individualmente sino de manera gremial y organizada, ante Dios y a tu favor, en favor de los tuyos— ya es moda en Buenos Aires. Y en el mundo. Pero ojo: nunca es el mismo equipo y los jugadores, o sea los santos, varían según su creador. La primera vez que la vi no fue hace mucho. Recuerdo que acabábamos de publicar en este suplemento una tapa con “La ruta de la estampita” y sus mil bifurcaciones, y curiosamente en todos los lugares por donde anduvimos para producir el informe nunca aparecía. No puedo asegurar que aún no existía, ni que su creador sea argentino, lo seguro es que no estaba en santerías ni puestos callejeros, ni existía en ferias y fiestas religiosas, como hoy. La primera vez que la vi fue hace un par de meses: la tenía puesta en la muñeca izquierda El Chaky. Si existiera una universidad para el gremio del hampa, El Chaky no sería el rector ni el decano, pero por lo menos tendría una cátedra sobre “cómo ser un delincuente querido sin lastimar a nadie en el camino”. Me contó que escapando de la pasta base y la policía, con un amigo, su pulsera de todos los santos y unos cuantos billetes falsos, se fue para Brasil. Me contó que allá estuvo a punto de caer preso por culpa de los billetes, que un colega brasileño le dio una mano y que, antes de volverse, le regaló la pulsera porque le había gustado mucho. Me contó El Chaky que si te gusta te consigue una, que la última que regaló se la dio al Gordo, que la semana pasada el Gordo volcó por la ruta en el auto en que viajaba junto con tres amigos, que ni un moretón se hicieron y que El Gordo se había puesto la pulsera... y el cinturón de seguridad. El colega brasileño ahora quiere importar pulseras de todos los santos. En España se venden lotes de mil pulseritas por 300 euros, los chilenos las compran al por mayor en la Argentina porque allá salen muy caras y las mandan a su familia en Estados Unidos, como se pudo ver en la última feria de la Desatanudos. En la calle valen entre tres y cinco pesos pero, si sos turista y andás por Palermo Soho, es posible que la pagues cuatro veces más.
Por Daniel Jimenez
Y cuando uno pensaba que el rock británico había perdido su capacidad de sorpresa, llegaron los monos. Porque en Inglaterra (y fuera de la isla) todo el mundo aún habla de los Arctic Monkeys. Alex Turner, Jamie Cook, Matt Helders y Nick O’Malley —reemplazante del “agotado” Andy Nicholson— desataron un verdadero huracán con Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not, el disco debut más vendido en la historia de la música inglesa. Elevados a la categoría de niños mimados por figuras indiscutibles como los hermanos Gallagher y el mismísimo Morrissey, estos cuatro adolescentes de Sheffield tuvieron el año más vertiginoso que se recuerde en mucho tiempo para una banda joven que aún intenta combatir el acné. Repasemos: shows a sala llena, maratónicas sesiones de fotos, cientos de entrevistas en diferentes idiomas y una eficaz estrategia de marketing que consistió en colgar sus canciones gratuitamente de Internet (¡préndanle una vela a My Space!). Material que los fans expandieron, generando que en sus conciertos el público cantara sus temas como si ya fueran viejos clásicos y que su primer LP vendiera 360 mil copias en una semana. Sí, una locura. Pero si algo distingue a los Arctic Monkeys es la paciencia y la arrogancia. A sabiendas de que su nombre se estaba convirtiendo en un fenómeno sin salir del garage, los chiquilines le dijeron a su compañía que necesitaban laburar en un lugar alejado del caos de las grandes ciudades. Así dieron forma a su opera prima en el pequeño poblado de Lincolnshire, afuera de Londres. Allí, donde sólo existe un pub, un almacén y una coqueta iglesia, los pibes grabaron una canción por día y finalizaron un álbum con la paz que necesitaban... a los veinte años. Con algunos guiños a The Streets, Franz Ferdinand y los sobrevalorados Kaiser Chiefs, el cuarteto se ríe de los charts y rescata la desfachatez y la incorrección de los primeros Buzzcocks en himnos suburbanos como Riot Van y Perhaps Vampires Is a Bit Strong But..., donde Turner pareciera jugar a ser el hermanito menor del bardero Pete Doherty. Estos antipáticos héroes de la Generación Ipod han sido analizados con minuciosidad por prestigiosos medios comerciales como The Economist, quienes aún intentan descifrar el éxito de la fórmula grupo de rock inexperto + Internet = ganancias millonarias.
Por Roque Casciero
Sobre el escenario del Pepsi Music, Iggy Pop se quiere coger a los parlantes del bajista Mike Watt. Después se tira al público. Y otra vez. Y canta tan bien como las veces anteriores que vino a Buenos Aires, sólo que esta vez lo acompañan los Stooges y entonces es mucho más especial, porque esos señores todavía rockean como cuando inventaron el punk rock. L.A. Blues es puro free jazz ruidosísimo... ¿cómo puede ser que esté llorando?
Todo bien con Daft Punk, su pirámide increíble y sus cascos robóticos, pero hay dos notables discos de este año para bailar de otra manera. El primero es Pieces of the People We Love, de The Rapture, neoyorquinos cool que se reinventaron con un groove seco y encantador, y una pila de canciones protohiteras... si alguien decidiera pasarlas por radio. El otro, que funciona como complemento perfecto, es CSS, de los paulistas Cansei De Ser Sexy (que será editado aquí en febrero): cinco chicas y un muchacho que suenan como Peaches en una disco de los ‘80. Imbatibles.
Se fue Syd Barrett. Brilla tú...
Estamos, con Mariano, en el backstage del Personal Fest, y Peter Hook nos dice que el concierto que viene probablemente será el último de la carrera de New Order. Razón extra para disfrutar de Love Will Tear us Apart.
American V: A Hundred Highway y Personal File, dos piezas de colección del catálogo inmenso de Johnny Cash, proveen de espiritualidad rockera. Desaparezca aquí permite descubrir a Nacho Vegas (y hay que mirar para atrás en la carrera del asturiano), por más que la edición llegue un año tarde.
Calamaro-Rot en vivo, un lagrimón nostálgico y mucho disfrute. Cerati en Obras, volando pelucas. Estelares, Bicicletas, Los Alamos y tantos más... ¡Cuánta buena música hay en Buenos Aires!
¿A qué divinidad pagana habrá que agradecerle por la existencia de www.dimeadozen.org? En ese sitio se pueden bajar bootlegs en audio y video, todos en calidad notable. Los tops del año: 1) DVD de Leonard Cohen en San Sebastián, España, en 1988, el único concierto entero que hay filmado del canadiense; 2) The Clash en París, 1980, retransmisión digital directa a DVD; 3) todos los programas de Later... with Jools Holland, un lujo que en la tele argentina no se consigue.
¿Por qué tengo que soportar a Black Eyed Peas cantando Suavemente o a Ian Brown ladrando? A veces, el periodismo es un sacerdocio. Otras, un placer: Franz Ferdinand taladrando oídos en el Luna, los viejos y queridos Stones después del quilombo en la entrada, la sacerdotisa Patti Smith (y la entrevista con su ladero Lenny Kaye), los Beastie Boys pese a los problemas de sonido, TV On The Radio, Devendra Banhart...
Boy Toy a cargo de Marc Almond y Trash Palace, en el disco Monsieur Gainsbourg Revisited: la mejor manera de brindar para despedir el 2006.
Por Juan Manuel Strassburger
Está bien. El ambiente del rock dio su veredicto y —en la tradicional encuesta que este suplemento realiza a los músicos todos los años— consagró a Ahí vamos de Gustavo Cerati como mejor disco del 2006. Imposible resistirse al oportuno giro rockero del ex Soda. Sin embargo, relativamente cerca en el conteo, con un puñado de votos que en algún momento hizo fantasear con una ubicación mayor, figuró Estelares con Sistema Nervioso Central (SNC). Aunque no el mejor álbum, al menos el campeón moral de la temporada. Ellos mismos lo confesaron al NO cuando fueron tapa en agosto: “Hay tendencias que, si las sabés esperar, te vuelven. Nosotros esperamos quince años”. Clarito. No hubo sobrevaloración ni injusticia en la avalancha de elogios y notas que los Estelares experimentan desde entonces. Hubo, sí, una lógica cosecha del estado de gracia que —Andrés Calamaro mediante— hoy vive el formato canción. En ese sentido, Manuel Moretti (cantante y compositor) sacó chapa de songwriter masivo y personal: sus melodías ya emocionan a miles y en sus letras pueden detectarse rasgos y tics de un artesano que se confiesa y se rebela a dosis parejas. ¿Qué tienen las canciones de Estelares que no tengan las demás? En principio, una urgencia: tras una década (los ‘90) donde lo más festejado fue la ironía, la sofisticación y la elegancia estética (el brit pop, el rock electrónico, Cerati, Babasónicos), los temas de este grupo bonaerense no tienen pruritos en ahondar en la vitalidad: la experiencia cotidiana tal cual nos eleva o lastima. Eso sí, siempre de la mano de melodías pegadizas: un folk eléctrico (Aire), un uptempo eufórico (Un día perfecto) o una balada a la Leonardo Favio (el superhit que se viene, Ella dijo). Lo otro que hace importante a SNC (y que confirma lo ya hecho en Ardimos del 2003 o Amantes suicidas de 1998) es la sensación de verdad. No hay impostura en las canciones de Estelares. Sí, frescura, épica e intensidad. ¿Hace cuánto que no pasaba? Por eso, a los campeones morales... ¡Salud!
Por Cristian Vitale
Pese a la resistencia de algunos sectores de la sociedad y un constante clima intimidatorio, Callejeros volvió a tocar. Fue el 21 de septiembre. Tres días antes, el productor José Palazzo recibió el okey del intendente de Córdoba, y en tres días montó el show en el Chateau. Habían pasado 21 meses de la tragedia. Revuelo mediático, más amenazas (Righi prometiendo prender fuego la provincia), embargos, amparos, preocupación política y paranoia policial (1600 efectivos), rodearon una jornada polémica. 17 mil personas, incluidos los padres pro-banda, De la Sota en helicóptero y 300 periodistas, presenciaron un show calmo. Mediocre en términos musicales, pero disparador de sensaciones encontradas. “Mi viejo me dijo que muerto es aquel al que nadie recuerda, y cada vez que toquemos, los chicos van a estar acá, más vivos que nunca”, dijo Fontanet.
De no mediar un rayo divino, el juicio oral contra Omar Chabán, Raúl Villarreal y los músicos de Callejeros es devenir seguro en el 2007 o, a más tardar, en el 2008. El fiscal porteño, Juan Manuel Sansone, puso fin a la etapa de pruebas y presentó a la jueza María Angélica Crotto el dictamen acusatorio, que se resolvería en febrero. Los mencionados están procesados por “estrago doloso seguido de muerte”. Anochecer de un año agitado, que comenzó con la muy polémica destitución del ex jefe de gobierno Aníbal Ibarra, pese a sus pedidos de “racionalidad”, y la división que generó su situación entre los padres de las víctimas. Ibarra fue sobreseído de la causa, pero su “muerte política” fue un efecto resonante.
Chabán, en Marcos Paz, está muy complicado. Si se lo declara culpable, podría recibir una condena de hasta 25 años. En marzo salió en Canal 9 diciendo que los disparos de bengala habían sido por una interna entre los fans de la banda. A fines de octubre presentó dos videos en los que aparecerían los que tiraron las bengalas y le llevó a la jueza pruebas para fortalecer su estrategia defensiva. “Tres inconscientes, tres tarados —no sé si mandados por alguien, por mal educados o por qué— causaron esta tragedia (...). Tres tipos cometieron este atentado y mataron a 194 personas. Y a mí también”, dijo. Hoy, dicen, está depresivo. La situación de Callejeros también es difícil. Los seis integrantes, más su manager y escenógrafo —Patricio Santos Fontanet, Juan Carbone, Maximiliano Djerfy, Eduardo Vázquez, Christian Torrejón, Daniel Cardell, Elio Delgado y Diego Argañaraz— podrían recibir entre 8 y 20 años de prisión.
A no ser por la manifiesta intención de Catupecu Machu de no compartir el próximo Cosquín con Callejeros, y alguna declaración aislada, la comunidad rocker concentra la atención en los tremendos problemas que la tragedia generó para el desarrollo de la actividad. Fue el año de los operativos relámpago. La paranoia política y el vacío legal deja la actividad de boliches a merced de la arbitrariedad de inspectores y funcionarios. Al no haber una ley firme, el ejército de sabuesos clausura lugares de manera totalmente caprichosa. El Marquee, Arlequines y hasta el Club Atlético Fernández Fierro sufrieron las consecuencias del despiste legal. No existe normalización posible y todo se concentra en el monopolio que configuran los dos El Teatro, Obras, La Trastienda y el Luna Park. Pero los vientos pueden cambiar. Ante la tenaz militancia de colectivos rockeros, un grupo de legisladores porteños encabezados por la diputada Inés Urdapilleta intenta normalizar la actividad. Tuvo mucho que ver la UMI con una carta documento que cayó en el despacho de Jorge Telerman y varias concentraciones de músicos independientes frente al palacio comunal. Era hora de mover el avispero.
Por Federico Lisica
“¿Viste el video del lorito?” El lugar para poder acceder a éste es You Tube. El creador, bajo el nick de cualcerdo, aún es una incógnita. En esta pequeña gran obra, un loro le muerde el pico a su hembra bajo una lluvia torrencial de frases soeces y graciosas; y es allí, en el doblaje apócrifo donde se haya el punch certero. Esta es sólo una de sus creaciones precarias, burdas, creativas, sagaces, que pueden verse en la nueva biblia y el calefón audiovisual. Más allá de otra demostración cabal de la fuerza endógena (pero no cerrada) y disruptiva (pero no anárquica) que propone el uso de la conectividad más la tecnología digital, lo descolocante, para este cronista, fue la forma en la que se enteró de su existencia: el boca a boca interpersonal. Varios amigos sugirieron que los viese con ellos. Lo que vendría a romper con la idea de automatismo y ensimismamiento que suele asociarse a las nuevas tecnologías. Por ello, el 2006 no sólo fue el año en el que You Tube pasó de burbuja digital a caja de Pandora bestial adquirida por Google en 1650 millones de dólares, llevando a intelectuales de aquí y allá a pensar en la muerte del broadcasting —la emisión audiovisual organizada centralmente—. Más que el año en el que los internautas participaron de la creación de una película a su medida: Snakes on a Plane. Tampoco en el que los blogs se asentaron definitivamente como un polo testimonial (con millones de puntas) candente, fugaz, sincero, tonto y pop (Just Lola; Bien ahí; Conejillo de Indias; tres casos al azar que lograron repercusión). En el que el término “tecnologías de la amistad” dejó de sonar como la suma de dos opuestos (el malogrado www.proyectovenus.org y el hipe(r) rosarino www.pxweb.com.ar así lo atestiguan). Una era en la que los Fotologs brotan como núcleos de información alternativa y ocio constante, para soñadores de toda calaña, y en particular para la perseguida escena de rock por el acoso y cierre de locales (la Argentina ocupa en proporción el 4º lugar del mundo en usuarios). Y un espacio tiempo en el que, con más pavura que certezas, los grandes medios (y su derivado publicitario) intentan aprovecharse del filón cibernético. Acaso 2006 sea el primer año en el que la cultura digital se hizo carne.
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