El escuchador
POR P.M.
”Ay este chico, me hace acordar al tío Raúl”, dice que repetían sus tías y el ala de la familia que no estaba de acuerdo con eso de seguir el mandato de una vocación artística. Lo que tenían en común el entonces adolescente Diego Tuñón (o el artista anteriormente conocido como Uma T, tecladista de Babasónicos) y su tío abuelo Raúl (poeta mayor del siglo XX, periodista, militante comunista) eran “la poca predisposición al trabajo, el encerrarse a escribir, la introspección, las salidas nocturnas, el levantarse al mediodía, el consumo temprano de bebidas alcohólicas y la bohemia”, según enumera Diego. Claro que los familiares también sabían de la dimensión artística de Raúl González Tuñón y de su hermano Enrique (también escritor, anarquista), así que el reproche no era prohibitivo sino que venía acompañado con algo de dejar hacer. Si una vez la cosa había funcionado en la familia, ¿por qué no podía volver a suceder?
“Empecé a hacer música medio de casualidad –recuerda Diego–. Apenas entré a la secundaria, no entendí por qué a partir de ahí yo tenía que hacer todo lo que se debía hacer. Y tuve la suerte de encontrar en la música un estado de libertad, un estado en el que se me comunicaban las cosas de la manera en que yo creía, de una manera más surrealista y menos racionalista. Encontré un lugar donde sentía que no todo estaba pactado.” En esa época, Diego conoció a un grupo de amigos que lo iba a marcar para siempre. “Eran los loquitos del barrio y los que tenían toda la información sobre los discos que había que escuchar. Eran una especie de dealers de la música.” En ese grupo estaba un amigo de su infancia (también músico, su seudónimo es Doctor Grosso), un primo de ese amigo y un íntimo amigo de ese primo, Daniel Melero.
“Ellos me mostraron el camino de la buena música. Antes, yo venía de escuchar mucho heavy metal: Van Halen, Judas Priest, todo eso que me parecía buenísimo, pero empecé a crecer un poquito más y empecé a entender que había muchos grupos en los ‘80 muy comprometidos con la modernidad de la música. En esa época, Daniel comenzaba a tener una carrera incipiente y estaba relacionado con Soda, pero a la vez era un chico de barrio. Sobresalía de los demás, pero era un chico de barrio, que podía ser dueño de su tiempo, cosa que empecé a valorar mucho en aquel momento en que tenía una doble escolaridad muy fuerte, un comercial muy estricto. Era pleno gobierno militar, entrabas y tenías que tener el pelo dos dedos encima de la camisa, boludeces así que me parecían súper estúpidas.”
El momento de la revelación llegó cuando el primo de este amigo se hizo marino mercante y trajo de Japón un montón de discos “de Gary Numan, de Japan, de todo el punk, de Television, de todo la new wave y el new romantic”. Y entre ellos Skin, de Residents. “Ahora, Residents no me parece un grupo muy importante, pero ese disco fue el que me hizo tener ganas de ser músico. Porque toda la música anterior –sea Deep Purple, Led Zeppelin o Jimi Hendrix– necesitaba de un virtuosismo y un talento musical. Y Residents y toda esa época post-punk me hizo entender que no era tan necesario. Que con otros métodos se podía generar un rock, sobre todo cuando el otro rock ya se había generado. No era necesario que aprendiera música.” Lo cual era una gran ventaja porque tal era el rechazo de Diego a seguir cualquier tipo de disciplina que, aunque tenía claro que quería ser músico, jamás había estudiado música.
Diego conoció a Adrián Rodríguez (o el artista actualmente conocido como Adrián Dargelos) de muy chico y a partir de los 15 años formaron juntos algunas bandas. La primera se llamó Rosas del Diluvio. La siguiente, Extance, “con la que recorrimos todo el underground de fines del ‘80”. Después, Adrián se fue a vivir a Europa y la banda se separó. Durante ese tiempo, Diego grabó como músico invitado del disco Cámara, de Daniel Melero. “Tardamos como un año en hacerlo. Lo grabamos en Los Angeles, nos fuimos unos meses para allá pagados por la Warner. Y ahí descubrí lointeresante de trabajar un buen sonido con buenos estudios. Hasta entonces era muy inexperto y sólo había podido acceder a algunos estudios argentinos con mal mantenimiento. Estuvo bueno porque en ese disco fui como un contratado. De onda, no, pero era como un secuenciador. Y él hacía todo, componía todo. Aprendí mucho de Daniel ahí. En ese disco tocó como invitado Cerati, a quien conocí en esa época, en Los Angeles. Y estuvo bueno porque cuando volvió Adrián y dijimos: ‘Vamos a hacer una banda’, yo ya tenía claro cómo había que combinar las cosas para hacer canciones.” La banda, obviamente, era Babasónicos.
“Es muy difícil especificar cuál es mi rol dentro de Babasónicos, porque son muy cambiantes –reconoce–. Pero creo que soy uno de los que más se la bancan en el estudio. El estudio requiere de muchas horas y yo soy el que sigue al master y trata de llevar las ideas adelante. Después les tiene que gustar a todos: me encanta la idea de esos filtros que hay que pasar. Creo que es lo que hace esa amalgama de Babasónicos, que hace que nunca sea una idea sino, como decían los Hermética, ‘que se agarre’. El rock tiene que ser como una salsa. Es como la buena cocina: uno tiene muchos elementos, pero si no le pone el punto justo, va a tener un error. Y yo soy el que percibe que eso suceda y que trata de buscar la mayor fidelidad posible. Trato de no poner a la música en los colores más comunes, a no ser que esté tratando de mostrar un cliché.”
Eso sí, si tuviera que definir ese rol dentro de la banda en una sola palabra, se queda con “escuchador”. “Ensayar y tocar es muy excitante, pero tanta excitación muchas veces no te deja escuchar. Y muchas veces hay que dar un paso atrás y escuchar. Eso lo aprendí un poco de Kraftwerk, que para mí siempre fue una banda muy importante, y me ayudó a tener una carrera y un lugar en el rock sin saber casi tocar. Me gusta introducir muchos swings, sampleando partes. Y lo que más me gusta es burlar al sampleado. No me gusta samplear el arreglo. Me gusta pensar que no quiero pagarle a una orquesta, y no sé arreglar para una orquesta y no sé música. Entonces, ¿qué hago? Voy a los discos donde las orquestas afinan, agarro un do, por ejemplo, y lo transformo en mi tema. Entonces toda esa orquesta hace lo que quiero. Hago un paraarreglo de ese arreglo. Y después, si quiero, llamo a una orquesta y les digo: ‘Toquen esto’. Creo que ahí hay un método moderno que todos los productores que de alguna manera me enseñaron algo no lo han hecho.”
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