Jueves, 5 de abril de 2007 | Hoy
BAD RELIGION EN EL QUILMES ROCK ’07
Llevan 25 años haciendo temblar los escenarios y han sido capaces de reinventarse con cada disco. La banda, como siempre, mantiene su fuerte postura anti-Bush. “Queremos vivir mejor”, dice el bajista Jay Bentley.
¿Cuántas bandas se pueden dar el lujo de cantar la misma canción hace más de veinticinco años y aun así sonar creíbles? Bad Religion, con sus idas y venidas musicales y su espíritu combativo, cruzó esa barrera y hoy se muestra como una rara avis en el mundo del rock globalizado modelo ‘07. Muy lejos de su California natal, la adorable criatura punk concebida en la enfermiza mente del cantante Greg Graffin a comienzos de los ochenta pisará esta noche por primera vez suelo argentino para dar inicio a la remozada edición del Quilmes Rock en el estadio de River. “Espero que el show sea excitante, porque estamos muy ansiosos. Seguramente vamos a tocar un par de temas nuevos y canciones de todas las épocas. Queremos dejar a todo el mundo contento”, asegura el bajista Jay Bentley.
Él, junto a Greg Graffin, Brett Gurewitz y el olvidado Jay Ziskrout, comenzaron esta historia casi tres décadas atrás, cuando la escena punk de Los Angeles era un placebo tóxico que albergaba proyectos que se armaban y desarmaban de la noche a la mañana. Tiempos que Jay recuerda con una sonrisa: “En aquel momento la pasaba bárbaro porque tenía trece años. Todos éramos muy jóvenes y teníamos un montón de miedos encima. Se vivía en una atmósfera de carnaval y nunca sabías qué podía pasar al otro día”.
Desde su nacimiento en 1982 con How Could Hell Be Any Worse, un disco podrido y seminal que hoy alcanza la categoría de mito, estaba claro que Bad Religion no se convertiría sólo en un fenómeno musical. Sus inamovibles principios políticos serían tan importantes como su obra artística. “En 2004 dije que mi trabajo pasaba únicamente por colocar otro presidente en la Casa Blanca, pero fallamos, porque el próximo estará en la Casa Blanca recién en 2008”, explica Bentley. Como sus compañeros, se considera un férreo opositor a George Bush y nunca pierde la oportunidad de tirarle un palazo: “No me gusta Bush y nunca me gustará. Lo que queremos es vivir mejor, así que lo que nos parezca mal lo vamos a decir”.
Especie de bichos raros en un mercado monopolizado por artistas de estadios, el compromiso de Bad Religion no sólo alcanzó la política, sino que fue más allá. Molestos por el trato dispensado por las discográficas, decidieron crear su propio sello, Epitaph Records. Desde allí levantaron un imperio alternativo y costoso que se potenció hasta convertirse en una sólida compañía manejada por músicos. Miembro fundador junto a Greg y Brett y portador de una carcajada endemoniada, el histórico bajista no esquiva respuestas. Para él, una entrevista es una buena chance para intercambiar ideas y expresar su mirada crítica que, como siempre, apunta directamente al centro de las vísceras de los Estados Unidos.
—Bueno, algunas cosas puedo rescatar..., pero si tengo que elegir entre un chico que se hizo presidente y tuvo sexo a escondidas y un tipo que envía jóvenes a morir, prefiero a un chico que tiene sexo a escondidas.
—Sí, así es. Ese disco fue definitivamente concebido, escrito, pensado y trabajado por todos nosotros con el propósito de mostrar lo peor de la política de Estados Unidos, que hoy se llama George Bush.
A partir de 1988, con la edición de Suffer, el grupo iba a patentar su característico sonido, que ya es una marca registrada: melodía + rapidez + armonías vocales + fuerte bajada de línea. Pero el rock siempre toma algo a cambio. Y así fueron pasando un puñado de músicos que no pudieron seguir el ritmo de Bentley y compañía y que llevó a la banda a evolucionar en cada álbum, alcanzando su pico de popularidad en 1993 gracias a la canción American Jesus, que supuso una apertura del juego hacia nuevos horizontes. Devastados por el trabajo que les insumía Epitaph, dieron un violento volantazo y se mudaron a Atlantic Records, lo que les valió que gran parte de su público los acusara de “vendidos”, cuando lo único que buscaban era una mayor distribución de su material.
—A ver, aclaremos algo. Un actor es alguien que tiene un guión y un papel que representar y que suele tener un poco de talento. Los músicos tenemos la habilidad de escribir las cosas que le pasan a la gente y de expresar libremente las emociones que nos rodean. Los artistas son el espejo de la sociedad, con lo mejor y lo peor que esta pueda tener.
—No. Porque el ambiente del mundo musical y del negocio grande en sí suele estar reservado para las grandes bandas y los grupos multivendedores, donde todos parecieran vivir en una especie de planeta fashion. Y esas son las bandas que se encuentran más cerca del poder, porque dominan a las grandes masas. Pero, insisto, ese es otro planeta.
—Mirá, cuando nosotros hicimos The Empires Strikes First estábamos en una época donde los discursos eran del tipo “poné tu dinero donde está la boca y hacé tu propio reclamo”. No quiero ser como las Dixie Chicks que primero hicieron un reclamo y después pidieron disculpas. Vos tenés que enfrentar la situación y resignificarla. Además, es una pelotudez separar las cosas porque provengan del punk o la música country.
—En un momento pudimos ser independientes, y estuvo bien. Hoy vos podés tener un estudio en tu casa, grabar tu propio álbum, empaquetarlo y venderlo como un sello independiente. Aún existen muchos discos, bandas y sellos, lo que es genial, no sé hasta dónde a esos tipos les puede interesar resistir si mañana se juntan y arman una gran compañía.
El urgente Stranger Than Fiction de 1994 marcaría un punto de inflexión en la historia de Bad Religion. Mr. Brett se alejaría para dedicarse exclusivamente a Epitaph y a consumir cantidades industriales de drogas, cayendo toda la responsabilidad compositiva en manos de Greg Graffin, que llevaría el barco con rumbo irregular hasta 2001, fecha que marcaría el regreso del hijo pródigo luego de unas extensas vacaciones en una clínica de rehabilitación.
Una vez que los tres jinetes del Apocalipsis punk tomaron su forma original, decidieron recuperar el tiempo perdido con dos grandes producciones: The Process Of Belief y The Empire Strikes First. Para que no queden dudas de los aires prolíficos de esta nueva etapa, en breve estará en la calle New Maps of Hell, su disco número catorce.
—Todas (risas). Y todas esas cosas se transforman en un Gran Problema. Cuando teníamos quince años mandamos nuestras primeras canciones a una compañía. ¿Sabés qué nos dijeron? “Ustedes no hacen nada bueno, así que no los pensamos fichar.” Y eso te hiere y te puede llevar a dejar todo. Pero Bad Religion es una banda que continúa trabajando aunque siempre se presenten problemas, ya sea el consumo de drogas o la partida de algún miembro. Son lecciones de aprendizaje. Muchas veces la forma en que aprendimos algunas cosas fue una mierda, pero si te tomás en serio lo que hacés y quienes componen aún siguen activos, todo va a estar bien.
—Si vos estás todo el tiempo haciendo cosas nuevas y buscando nuevos sonidos, tenés que mantenerte fresco. No tiene sentido quedarse clavado en los setenta y los ochenta y tratar de reflejar el mejor momento que tuviste, que pertenece al pasado. Nosotros tratamos de tocar canciones directas que el corazón quiere que toques.
—¡Sí, me veo como un sobreviviente! Aunque no me siento parte de una “retro band” y no me gusta que me cataloguen de esa manera. Muchas veces la gente te dice “me gustó mucho lo que hicieron en 1988”, y en otras te dicen “y a mí lo que hicieron en 1998”. Y ya estamos casi en 2008. Cada uno tiene su período favorito, aunque personalmente nunca me gustó quedarme en el pasado. Bad Religión es una banda relevante que aún puede ofrecer un nuevo disco, salir de gira por el mundo y tocar con chicos más jóvenes.
* Bad Religion toca el jueves 12 de abril en Quilmes Rock, estadio de River junto a Attaque 77, Las Pelotas, Catupecu Machu y Divididos. Desde las 16.
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