EXCLUSIVO: LA VELA PUERCA ADELANTA “EL IMPULSO”, SU NUEVO DISCO
Acodados en un entrañable bar montevideano, los dos Sebastianes –Teysera y Cebreiro o el Enano y Cebolla– de la banda uruguaya más exitosa en la Argentina le cuentan al NO la interna de un disco que los dejó “agotados psicológicamente”. Pero que, otra vez, trae melodías con destino de tribuna.
› Por Cristian Vitale
¿Habrá en la bella y tristona Montevideo una esquina tan entregada al río como la del bar Tinkal? ¿Una tan límpida y oxigenante como ésta? Desde este lugar, añejo como los últimos bares de Barracas, la vista está de fiesta: la playa Ramírez habitada por gaviotas y caminantes, la cúpula del Teatro de Verano –equivalente uruguayo de Obras–, las canteras del Parque Rodó o las luces del estadio de Defensor Sporting. Es mediodía y en la zona transita poca gente. El Tinkal se mantiene todo el tiempo a medio llenar y sus personajes pintan entrañables: el mozo –70 años, mínimo– trabaja dos horas por día y se estresa. Un par de parejas se inmolan por un chivito, poetas solitarios devoran café y libros, y algunos empresarios contrastan con el desinterés del uruguayo tipo. Ese ser romántico, cuya aura loser lo transforma en único. Buena descripción, también, para Sebastián El Enano Teysera, el poeta de La Vela.
“¡Me iré para no verme más! Cuando terminé de componer esa canción realmente me asusté. Pensé: ‘¿Quién es este tipo? Mejor me voy’”, se ríe el Enano. Para no verme más es de las canciones más bellas de El impulso, el próximo disco de La Vela Puerca. Es una balada sombría pero reveladora, muy urbana, poblada de melodías que dan en el nervio de la sensibilidad. Teysera la canta con su voz también única, como si fuera un cuento salido de cualquier esquina de la Ciudad Vieja. Y, a diferencia de las doce restantes, está escrita en primera persona. “Me resulta más fácil escribir así y después tercerizar, para que se identifique mejor la gente. Y además, para ahorrarme algo que no me gusta: el panfleto, o ser dueño de una verdad. Pero en esta canción en un momento me asusté. ¿Por qué no quiero verme más? ¿Adónde quiero irme?”, insiste este carismático frontman de ojos tristes y andar sereno. El impulso profundiza los claroscuros en los que se mueve La Vela desde A contraluz. Se mete en temas escabrosos, profundos, emocionales y utiliza hermosas melodías para contrarrestar –o apuntalar– el dolor. “Este disco lo escribí casi anestesiado –revela Teysera–. Cuando lo terminé, quedé muy cansado psicológicamente.”
Enano: –Es que uno no puede ser feliz sin conocer la tristeza. No sé si soy más feliz, pero sé que hay mucha risa que no conoce el dolor... Risas falsas.
Enano: –Son sentimientos que puede tener cualquier persona, pero bajados a un personaje equis. En este caso, el de una chica que se droga y muestra la lucha interna con sus fantasmas. Ella sabe que está perdida y se quiere rescatar... Entonces cae y vuelve. Habla de volver a nacer, de caer con elegancia.
Enano: –Salió de casualidad. Estábamos ensayando la base y buscándole la vuelta, y de repente aparece Manolo –plomo, primer baterista y jefe de escenario– tarareando el arreglo de un lado a otro de la sala. Nos pareció muy emotivo, orquestal. La canción habla de los peligros y las consecuencias que conlleva no pelear por un sueño. Lo que pasa cuando vos sabés lo que querés hacer, pero tu entorno te dice que no, y vivís frustrado.
Enano: –Sí, pero positiva. Cuando le dije a mi viejo, pianista, que quería hacer música, me contestó: “Perfecto, te conseguí una prueba con un alumno de Abel Canevaro”. Le dije: “No, quiero tener una banda con mis amigos”. Y bue... No fue tan grave. No tuve la historia de esa frágil alcurnia que no duda en rezongar si vas tomando otro viaje. La canción es una crítica a esa familia de diplomáticos que le impide a su hijo ser jugador de fútbol.
Enano: –Habla de la insensibilidad, en general, de las personas. Del individualismo al máximo. Agregaría la parte que sigue: “Cómo extraño tu manjar”.
Enano: –Alguien me dijo: “Bo, esta canción es religiosa”. Creía que le daba palos a Dios, pero nunca la había pensado así. El señor de la canción tiene una personalidad pedante, egocéntrica y ambiciosa, como muchos señores a cualquier nivel, desde el más rico hasta el verdulero. Pero cuando me dijeron eso, pensé: “También puede ser una canción para los Pare de Sufrir”.
Los Pare de Sufrir parecen ser cuestión de Estado en Uruguay. Y el otro Sebastián, Cebolla, se encrespa por única vez: “Esos falsos pastores son el cáncer de la creencia del ser humano. Facturan a raíz de hacerles la cabeza a los más humildes, a la gente que necesita agarrarse de cualquier cosa para sentirse mejor. Unos abusadores. Si yo fuera presidente, los erradicaría del país”. Teysera lo mira, sonríe y se refriega fuerte el ojo izquierdo. Se le había metido un alambrecito mientras trataba de arreglar una instalación eléctrica en su casa. Lo hace con una sola mano, porque la otra está siempre ocupada: fuma dos atados de Nevada por día. Y enciende el octavo cigarrillo cuando la reunión de Sumo se cuela en la conversación. “Me enteré tarde, pero sigo arrepentido de no haber podido estar aquella noche de 1986 en El Prado, cuando tocaron con Los Traidores, La Tabaré y Los Estómagos. Me quiero matar cada vez que lo pienso”, se queja. Ambos ven esa jornada como parte de una época mítica, densa. Entonces, el rock uruguayo era una expresión subterránea, muy para adentro, que se revolvía en el fango de sus propias heridas. “Nosotros teníamos que cambiar la pisada de lo que había sucedido en los ‘80. El rock, aquí, era muy oscuro, post-dictatorial... Traidores, Zero, Los Estómagos eran un despotrique total, pesimista. Todo estaba mal para esas bandas. El primer disco de Los Traidores se llamaba Montevideo agoniza, y la tapa del primero de Los Estómagos era un niño colgado. Un día fuimos al Atenas a ver a la Abuela Coca y nos sorprendió muchísimo ver a la gente agitar. Hacer pogo y bailar, algo que no existía. Junto a la llegada del barco de Mano Negra, conformaron la propuesta a seguir.”
Cebolla: –Lo agarramos porque es para arriba, te incentiva y es muy fácil de tocar. Lo loco era que ninguno de nosotros escuchaba ska. Cuando fuimos por primera vez a México, alguien nos dijo: “Tocan ska... ¡y no saben quiénes son los roots boys!”. Y no, no sabíamos. Lo único que importaba era tomar un género para contrastar con esa oscuridad”.
Enano: –Igual, siempre estuvo clara la apertura de estilos. Somos ocho monos que vuelcan lo que escucha cada uno. Por eso nos definimos como una banda de canciones y tenemos muy claro que hay sólo una cosa que no podemos hacer: rapear. No nos nace.
El origen de La Vela hay que rastrearlo a mediados de los ‘90. Nicolás Lieutier (bajista), Santiago Butler (guitarrista), Manolo (baterista) y Teysera eran tres amigos del barrio Pocitos (hoy Punta Carretas). Teysera venía de Tranvía 35, una banda híper under, influida por Led Zeppelin, Deep Purple y todo el hard rock de los ‘70. “Vi un cartel en la Facultad de Arquitectura que decía: ‘Se necesita guitarrista’, y dije ése es mi lugar. Me probé y quedé, hasta que me echaron. Duré menos de un año”, evoca. Los primeros temas de La Vela –De tal palo, Vuelan palos, Alta mar– nacieron en el altillo de Manolo, donde ensayaban todos los sábados a las tres de la tarde. “Cuando me echaron de Tranvía 35, llamé a Santi y a Manolo para tocar guitarra y batería. Había reservado dos horas en el estudio de Níquel y, como tampoco tenía bajista, llamé al Mandril.” Mandril es ese músico movedizo, algo descontrolado, que parece una especie de eslabón perdido entre los Shakers y The Who. Corte taza pero largo, ojos rojos, dientes hacia fuera y un desgarbe de inimitable fuste retro rocker. “Costó convencerlo de que era un buen bajista. En su cabeza tenía que ser como Jaco Pastorius y le dije: ‘Si acompañás bien la canción, ya sos bajista, chabón’.”
Enano: –Yo empecé a cantar. Me sentía más cómodo.
El cuarteto no tenía nombre, pero ya tocaba en el circuito de pubs de Montevideo. Nadie quería llamarse de alguna manera, pero el Enano insistió. Vela Puerca era el apodo de Santiago, que trabajaba de mozo en un bar de La Pedrera. “El jefe le decía Vela... Lo tenía cagando, y cuando lo mandaba a comprar lechuga, el chabón tardaba dos horas, porque se quedaba hablando con todo el pueblo. Entonces, cuando llegaba el jefe lo bardeaba: ‘Vos sí que sos vela puerca, eh’”, narra Teysera. Vela Puerca es un uruguayismo que se traduce como desprolijo y les pareció el nombre apropiado para una banda que sonaba caótica y primitiva. “Un día, el Enano me dijo: ‘Ya sé cómo nos llamamos. La Vela Puerca’. Miré para un costado y pensé: ‘¿Qué dice este enfermo?’. Pero me cagué de risa. Cuando se lo conté a mi hermano también quedó obnubilado, con la mirada perdida”, interviene Cebolla. Deskarado, el disco debut, llegó rápido y su “k” era una declaración de principios contundente. “Se atrasó la edición porque nos cagaron. Habíamos ganado el premio Generación ‘96, y estuvimos un año esperando el botín, que eran una guitarra, un amplificador y 80 horas de grabación... Pero nunca lo recibimos. En ese tiempo ni siquiera sabíamos qué carajo era un productor artístico, no sabíamos para qué servía. Pero dijimos: ‘Acá algo va a pasar: o nos va pa’l orto y no lo compran ni los padres, o nos va bien’.”
Enano: –Sí, porque todos dejamos nuestros trabajos y estudios menos Rafa, que se recibió de veterinario. Yo estudiaba Diseño Gráfico, pero me bocharon en un examen porque estaba ocupado en el disco y aproveché para dejar la carrera.
Cebolla: –Eramos ocho y no teníamos para una birra. Pedíamos una coca chica y ocho vasos.
Enano: –Fue muy loco. No lo conocíamos para nada... La primera vez que escuché hablar de él fue cuando produjo a Peyote Asesino. Un día estaba escuchando un programa por Internet que se llamaba El Dorado. Había un concurso en el que tenías que decir cómo se llamaba tal tema para ganarte Break on Through, de The Doors. Mandé el mail con el nombre del tema y le colé un chivo de La Vela. A los tres días recibí un mail que decía: “Compatriota, mandame el disco a tal lugar, que soy periodista y escribo para revistas de Los Angeles”. Era Enrique Lopetegui. Grabamos el disco, salió, pasaron nueve meses y lo mandamos. A Enrique le encantó y se lo hizo escuchar a Santaolalla ¡por teléfono! Le insistió con Mi semilla y Gavilán, y el barba quiso vernos.
Cebolla: –Sí. Fue muy loco el encuentro. Nosotros tocábamos en el Zorba de Solymar y ese día había caído una lluvia tremenda... Entonces nos pusimos a pasar lampazos para sacar el agua del escenario. Cuando llegaron Gustavo y Aníbal Kerpel, alguien les dijo: “Son esos que están lavando el piso”. Buenísimo. Los tipos piraron.
Enano: –Empezamos a hablar de hacer otro disco y no teníamos canciones... Sólo las de Deskarado. Entonces, a riesgo de ser tildados de ladris, regrabamos y remasterizamos todo. Era la única forma, porque Deskarado no estaba para ser editado en México, ni en la Argentina. Fue el gran impulso para cruzar el río.
Enano: –Le metimos unas pateadas terribles. Tomábamos el Eladia Isabel, tocábamos, dormíamos en el escenario y vuelta al Eladia Isabel, a las 8 de la mañana. Agotador.
Cebolla: –Yo viajaba un par de días antes a repartir volantes, volvía y nos íbamos todos a la patriada. A tocar para 30 o 40 personas en el primer Salón Pueyrredón. Una vez fuimos a Plaza Francia, con los afiches pegados en los tambores... ¡y no había nadie! Siempre pensamos en rehacer la historia como la habíamos hecho acá. Tener una base que nos convenciera. Cuando caímos en Buenos Aires, en Uruguay ya habíamos tocado con Los Piojos en el Teatro de Verano. Podíamos hacernos los cholulos y arribar con un video como diciendo “miren, tocamos para 5 mil personas”, onda paracaidistas mediáticos. Pero preferimos empezar de cero, como la gente quiere que empieces. Teníamos la fuerza y la esperanza de los dos primeros discos. Musicalmente no eran innovadores, pero creo que las letras aportaron la parte diferente a lo que se venía manejando líricamente en la Argentina. Era una poesía más de acá, más fresca para los argentinos.
Enano: –Tenemos en común que somos dos bandas de canciones. Además, en términos de actitud andamos parecido. Y sí, A contraluz fue un cambio. Yo lo veo como un disco de transición. Teníamos un montón de canciones, pero no queríamos hacer un cambio radical en cuanto a lo oscuro que se estaba por venir. Escobas, por ejemplo, es de las viejas. Ese disco fue un collage entre lo que iba a venir y lo que había sido. No era justo para nosotros ni para la gente hacer nuestro Fabulosos Calavera.
Cebolla: –No, nuestro camino fue muy personal. Si bien Gustavo nos enseñó cómo movernos dentro de un estudio, su mano fue más bien a lo sonoro que a lo estético. Esto lo explotamos por nuestra cuenta.
Enano: –Gustavo jamás se metió en lo esencial... Siempre fuimos súper libres. En todo sentido.
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