CAPSULA, DE BUENOS AIRES A BILBAO
A fines de los ‘90, Coni Lisica y Martín Guevara cargaron un par de equipos y se mandaron a Europa a ver cómo giraba el mundo. Allí tuvieron una hija y vivieron de gira en una furgoneta. Y aunque en España los consideran un grupo local, ellos dicen: “Somos una banda argentina”.
La plaza Serrano, en el corazón de Palermo tasty, es parada obligada para los amantes de las giras nocturnas. Bajo una lluvia torrencial y soportando un frío inusual para el mes de abril, la bajista Coni Lisica, y el cantante y guitarrista Martín Guevara se refugian en el primer piso de uno de los bares que circundan ese oasis de cemento. Coni y Martín son pareja y socios musicales de un proyecto argentino con gusto a post punk que nació en Buenos Aires y se curtió en la Iberia sumergida —más precisamente en Bilbao— y que lleva el nombre de Capsula. Para rastrear el árbol genealógico de la banda, tomando como referencia el look de los dos músicos, habría que buscar las raíces en Detroit o el West End, y no en Córdoba y Dorrego. Pero sí, son de acá nomás. La pareja, que además del escenario comparte sartenes, ollas y una pequeña hija de cinco años, decidió en mayo de 1998 volar a Europa a buscar su destino con unos pocos billetes, un par de equipos y una máquina de secuencias. “Antes del primer show ya nos pintó irnos, porque teníamos un contacto en Toledo que quería que fuéramos para allá, así que nos mandamos. No fue una reacción contra algo en especial sino que buscábamos por otro lado”, afirma Lisica.
A finales de la década del ‘90, el rock barrial aún era una generosa canasta de la abundancia que sostenía el mercado argentino e involuntariamente iba a fragmentar la escena nacional. Con Los Piojos en su mejor momento, La Renga erigiéndose como la bandera de los descamisados y Los Redondos aún en actividad, no había mucho espacio para propuestas alternativas. Al menos así lo recuerda Martín: “El rock chabón estaba a full y nosotros nos movíamos en otro ambiente, más cerca de Los Látigos, San Martín Vampire y los Demonios de Tasmania. Lo que quiero dejar bien en claro es que no nos fuimos a España porque escapábamos de algo, ya que hubiera sido lo mismo viajar a Chile o Japón. El tema era salir un poco”.
Luego de una breve estadía en el pueblo de los mil cuchillos se trasladaron a Madrid, donde comenzaron a gestionarse los primeros shows y a deambular en una furgoneta, subiéndose a cualquier mínimo indicio de aventura. Y la señal llegó desde Inglaterra: “Tocar mucho nos facilitaba las cosas, así que nos fuimos a Londres de lanzados”, asegura este clon de Jack White. Allí, como tantos otros músicos, el dúo se enamoraría a primera vista de una de las ciudades más cosmopolitas del mundo y recibiría la primera sorpresa. “Al principio tenés la sensación de que todas las esquinas fueron tapa de algún disco y que cada lugar que pisás es un pedazo de historia”, cuenta Coni, con la segunda cerveza sobre la mesa. “Sin dudas, uno de los mejores momentos que pasamos se produjo cuando regresamos a Bilbao y nos enteramos de que nos habían metido en el cierre del tour de los Super Furry Animals”, comenta excitada. Su pareja suscribe: “Al otro día estábamos en todos los medios, lo que nos ayudó para tocar más seguido, ya que en todos lados nos empezaron a conocer más porque se enteraron o nos vieron en una revista”.
Sin manager a la vista y trocando las máquinas por sangre vasca —se sumó el baterista Lázaro Fariñas—, los Capsula se largaron a recorrer distintos países teniendo sólo como norte su próximo concierto. Los kilómetros consiguieron nuevos escenarios y los nuevos escenarios atrajeron a la prensa. “Estamos a tres horas furgoneta de Burdeos y de Toulouse, lugares que descubrimos viendo cómo funcionan las cosas allá, que es tocando todos los fines de semana”, explica Martín. En Inglaterra, los medios especializados los comparan con Sonic Youth y los Stooges, y en España se golpean el pecho hablando orgullosamente de la “sensación del rock español actual”. ¿Qué piensan ellos? “Al principio éramos un grupo que venía de la Argentina, pero con el paso del tiempo nos tomaron como una banda de allá; es todo muy raro. En Burdeos, por ejemplo, nos tienen como un grupo local”, apunta Lisica. Y agrega: “El lugar de donde proveníamos iba a ser siempre claro e iba a estar en nuestra historia, más allá de que al girar de un sitio a otro nos dimos cuenta de que eso no era tan importante. Igual, somos una banda argentina”.
Después de pasar por algunas de las más prestigiosas salas de Londres, Berlín (donde fueron invitados por la crew de Peaches), Holanda, Bélgica, Francia e Irlanda, lograron editar el vital Songs & Circuits, un disco de canciones infecciosas en plan garage electro-pop que fue masterizado en Nueva York nada menos que por Greg Calbi, quien trabajó junto a David Bowie, Television y The Raveonettes. A diferencia de algunos colegas que intentan probar suerte en el durísimo ambiente europeo, Coni y Martín nunca debieron enfrentarse a la no tan romántica novela del sudamericano idealista que en busca de su porvenir se pasa horas lavando copas sucias en la cocina de un bar madrileño. Explica Guevara: “Nosotros ganamos más de lo que perdimos, aunque nunca tuvimos una expectativa de dinero; todo va llegando. Y ojo que tampoco ganamos mucha guita con esto, salvo un cachet mínimo, que si bien no te da como para comprarte un coche o una casa, te permite vivir un poco mejor”.
En medio de los viajes interminables arriba de la furgoneta y la vorágine que supone el hecho de autosustentarse en un mercado difícil y adverso para músicos sudacas, el fruto más preciado no tardaría en llegar. Y, refutando la leyenda tan sólo por algunas millas, esta vez no vino desde París sino que los sorprendió en Bilbao. “La nena es producto del rock”, lanza orgullosa su mamá. “A los quince días de nacer ya estábamos tocando en vivo, así que cuando salimos a la ruta viene con nosotros en la Traffic. Es increíble, ya tiene su propia bandita que armó con compañeros del kinder.” Al parecer, la fascinación por el arte no es algo casual en la familia Capsula sino que está marcada desde las raíces. Al menos de papá: “Yo desde pibe vi al rock como una cuestión de vivir de gira. Mis abuelos eran de una compañía de radioteatro y se la pasaban todo el tiempo yirando en un carromato, así que imaginate... Estamos atados al rock”.
Ibéricos por adopción, los dos porteños debieron tomar una importante decisión sobre una idea omnipresente para terminar de definir su sonido y su forma de expresión: el idioma. Al principio el trío componía sus canciones en español o, como ellos se apuran en aclarar, “en argentino”. Pero los constantes viajes y la misma necesidad de laburo los llevaron a adoptar el inglés como lengua profesional. “Cuando vas a tocar a Alemania, Holanda o el Reino Unido, te manejás con todo el mundo en inglés, lo mismo que en las pruebas de sonido o con los managers. Cuando subíamos al escenario y cantábamos en ‘argentino’, siempre había uno que nos decía ‘qué buena esa canción que dice na na na na naaaa’, y no le podíamos decir nada porque el tipo no había entendido una palabra. Eso nos movió un poco a cambiar obligatoriamente el idioma”, confiesa Martín.
Con algunas presentaciones abrochadas en la Argentina y previo a realizar una gira por Chile, el trío vasco-argento que mezcla electrónica, pop, psicodelia y punk con el garage del siglo XXI asegura caminar en búsqueda de la belleza de lo simple y reconoce encontrar al rock local en un buen momento: “Vemos que se está armando otra historia, que hay ganas de hacer algo nuevo y que existe un recambio importante. Al menos ahora está el hijo de Alejandro Medina”.
Capsula se presentará hoy a las 18 en Speed King, Sarmiento 1679, junto a Das Experiment, Superjet e Impulsor.
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