¿DONDE VA EL AGUANTE EN EL ROCK?
¿Qué pasa con el rito de la vaquita, el trapo, las banderas del palo, el viaje hasta el teatro, la birra antes de entrar? ¿Qué pasa con el público cuando las entradas se encarecen? ¿Los festivales están cambiando el público de rock? ¿La ofrenda hacia la banda está en vías de extinción?
› Por Juan Manuel Strassburger
Diálogo escuchado una fría noche de invierno en uno de los poquísimos lugares habilitados para tocar en Capital Federal:
–Somos cinco, ¿nos hacés $ 60?
–No. Sale $ 15 cada uno.
–Dale, loco... Decile a [fulano, manager
del grupo en cuestión] que estamos acá.
–¿Quién?
–¡[Fulano]! (como dando a entender una
obviedad).
–No, flaco. Sale $ 15.
–Dale, chabón. Decile de parte de Miguelo
y El Chory de Villa Bosch.
–... (Indiferencia total).
–Daaaale, loco. No te ortivés. Sale de una.
–(Serio, pero sin mirarlo) Flaco, correte
por favor.
–Eh, yo te trato con respeto. ¿Vos quién sos?
–(Los brazos cruzados y, ahora sí, mirada fija) Chau, flaco.
–Uh, chabón, qué mala onda (a los demás). Vamos, loco. No se puede venir más acá.
Es una careteada esto.
El grupito de pibes rumbea por Rivadavia hacia el Oeste y, al menos por esa noche, no vuelve a saberse de ellos. Pero lo que al principio aparece como una de las tantas escenas de regateo en Buenos Aires, guarda en realidad una significación más profunda. Y es la creciente dificultad que están teniendo los grupos barriales para mantenerse fiel a las costumbres de su público en un contexto de salas exclusivas, controles rigurosos, precios en alza y cancelación repentina de fechas. “Sabemos que ahora tenemos que pagarle a la policía, conseguir una ambulancia, calentarnos por el tema de la seguridad o estar atentos a que Sadaic te caiga sí o sí”, reconoce Pachi, bajista y mentor de Barrios Bajos, uno de los grupos más representativos de la movida. “Y por un lado está bien, porque no podés estar cachivacheando como antes. Pero eso hace que se pierda un poco el under”, se lamenta.
Si el aguante es la ofrenda del público hacia la banda (que en su versión extrema y sin resguardo estatal y responsabilidad empresarial derivó en la tragedia Cromañón), pero también la respuesta colectiva de un grupo de amigos o un barrio para, a pesar de su situación de marginalidad, poder ver a su banda favorita (en donde han puesto su pasión y su fidelidad), ¿qué pasa entonces con el rito de la vaquita, el trapo, las banderas del palo y la birra antes de entrar? ¿Qué pasa con el público? ¿Qué medidas toma la banda? ¿Cómo hacen pie entre las demandas cada vez más ofuscadas de sus seguidores de siempre y el trato hiperprofesional y aséptico de las firmas que monopolizan los lugares para tocar? ¿Existe el aguante sobrio, puntual y sin banderas?
“Hace dos años tocaban por 4 pesos y un juguete por el Día del Niño... ¡y hoy no bajan de 30!”, se escandaliza un fan de la vieja guardia en uno de los foros de Zonadeforos.com. El debate separa aguas entre indignados (“Loco, se zarparon”), comprensivos (“No sean giles. Está bien que la banda crezca”) y resignados (“Y bueno... sube el fernet, sube el rock, sube todo”). Y obviamente incluye a los propios músicos: “Hay una clase que se quedó afuera del rock”, le dijo el cantante de Jóvenes Pordioseros, Toti Iglesias, al NO, durante el festival que se hace todos los 25 de Mayo en Ciudad Oculta. Un pensamiento compartido por varios de sus pares.
“Los que pueden ir a los shows ahora son los de clase media para arriba. No los de clase baja”, remarca Pachi. Y cuenta que hicieron una fecha en El Teatrito donde cobraron 12 pesos la entrada anticipada y 15 en la puerta: “¿Y sabés cómo lloraban y pataleaban los pibes? Recién ahora se están acostumbrando... ¡Porque las de las bandas grandes están a 30!”, se alivia. El reciente show de Las Pelotas en Ferro fue una buena muestra de ello: contundente desde lo musical, pero atípico para su gente en cuanto a precio, superproducción y sponsoreo. Y algo parecido ocurre con Los Piojos, La Renga o incluso Los Gardelitos: bandas pioneras que, por organización e infraestructura (más allá de que sea monitoreada por ellos mismos), cada vez les resulta más difícil mantener el clima comunitario de sus inicios.
En ese sentido, la situación de las nuevas bandas barriales es diferente. Grupos como La Covacha, Barrios Bajos, Etiqueta, Sexto Sentido, La Mocosa o, en otra escala, La 25, El Bordo y Las Pastillas del Abuelo, no sólo no cuentan con la espalda ancha que les otorga una trayectoria y un público ya masivo (para negociar con los sellos y las grandes productoras de acuerdo con sus propios términos, a la manera en que lo hicieron Los Piojos o La Renga en los ‘90) sino que, además, deben lidiar con una oferta de noche rockera cada vez más concentrada en menos firmas. Y con controles post-Cromañón que rozan lo inconstitucional: hace unos días, Diego Boris, presidente de la Unión de Músicos Independientes (UMI), demandó al gobierno de la Ciudad por haber instalado –a través de las normas y disposiciones posteriores a la tragedia– “el concepto de que la música en vivo es peligrosa para la sociedad”.
La situación coloca a las nuevas bandas en una paradoja: aceptar y entender los necesarios (y tardíos) cambios producidos a partir de Cromañón. Pero también protestar por lo que consideran excesos y “avivadas” de los que aprovechan para sacar su tajada.
“Cromañón avivó a un montón de giles”, dispara Juampi García, cantante de La Mocosa. “Muchos encuentran el negocio donde antes no sabían que existía. Los intermediarios, por ejemplo: unos señores que te llaman por teléfono, te comentan del lugar, qué les parece y todo lo demás, y después, claro, se quedan con un importante porcentaje de la ganancia.” Juampi está de acuerdo con la eliminación del uso de las bengalas –todas las bandas consultadas se preocuparon por dejarlo en claro–, pero ve absurdo que la prohibición también alcance a los trapos y banderas.
“Te dicen que no podés pasar un pedazo de tela. ¿Y la ropa que llevás puesta no es de tela también? Qué, ¿vamos a tener que ir todos desnudos a un recital?”, pregunta. Y se indigna con lo que hace poco le ocurrió en un recital de su banda: “Una chica de 16 años peló una bandera de 2x1 y un patovica se la sacó de las manos con una brutalidad increíble, como si llevara una 38 y hubiera empezado a disparar al aire”.
Otro cambio es el trato con los dueños de los lugares. “Ya no quedan cuchas, y las cuchas hacían que las entradas fueran más baratas”, destaca Piti, cantante de Las Pastillas del Abuelo. “Lugares como Remembranza, Resistencia o Matrix, que era como ahora El Teatrito –o sea, para 500 personas–, pero que salía 400 pesos. Hoy un lugar así te sale $ 2000”, subraya. El cantante recuerda con cariño el contacto directo con los dueños de los lugares. “Se perdió el empresario artesanal, compinche de la banda”, dice y pone como ejemplo a Silvia, la uruguaya de Remembranza, “que hacía todo lo que podía para ayudar a las bandas”. Pachi coincide: “Antes te llamaban ellos mismos para ofrecerte una fecha. Te decían: ‘Mirá, Pachi, nosotros te vamos ayudar: si perdemos, perdemos todos’. Ahora tenés que mandar 500 mails a los de El Teatro para ver si te dan bola”. En ese sentido, muchos coinciden en rescatar la polémica figura de Chabán, procesado en la causa por la tragedia de Cromañón. Sobre todo por el rol paternal que tenía con buena parte del público y las mismas bandas. “Salía Chabán y decía: ‘¿Cuánto tienen? ¿Quince? Bueno, listo, entren’”, recuerda Pachi con nostalgia.
El líder de Barrios Bajos labura desde hace años haciendo parches y remeras que luego vende a la salida de los shows. Y da un ejemplo que grafica bien cómo están cambiando algunas costumbres: “Fijate cuando termina un recital en El Teatro y contá cuantas cajitas de vino van sacando los tipos con las escobas... ¡Ni una! ¡No ves salir ni una!”, exclama, con cierta angustia.
Pachi: –Sí, se ve muy poco. Bandas grandes como Los Gardelitos los están perdiendo. El micro ahora cobra mucho y los pibes prefieren ir bondeando o cada uno por su lado. Además sabés que a tres o cuatro cuadras no podés estar escabiando porque te echan de todos lados.
Piti: –No sé si se está perdiendo. Pero sí que está cambiando. Por ahí el público de Los Redondos sigue yendo a ver a La Renga y teniendo esa previa. Pero la cosa no está como antes.
¿Qué hacen las bandas al respecto? Las medidas van desde poner al mínimo el valor de la entrada (“Preferimos irnos en cero pero con el corazón lleno porque el lugar está a full”, dicen) hasta tocar gratis o a beneficio. Y armar concursos. Tachi Carreras, cantante y guitarrista de Etiqueta, cuenta que a los cuarenta pibes que los fueron a ver a una fecha en Córdoba los premiaron con la entrada para El Teatro. “También a veces les damos stickers, sorteamos remeras, invitamos grupos soporte para agradecerles la onda. La banda no sería nada sin la gente”, subraya.
Pachi: –Y... como que se pinchó un poco. Los bandas que surgen ahora no sé si viven lo que era antes. Cuando ellos crezcan ya va a ser otra cosa. Yo me acuerdo de que antes ibas a ver las bengalas, las banderas, todo. Ahora te tenés que calentar más por la escenografía, por hacer un buen show.
Juampi: –Yo lo veo como el pibe que junta las últimas monedas que tiene en su casa para venirte a ver. Porque para mí el recital es todo el día, no sólo la fiesta. Uno se junta con sus amigos, se va a tomar algo al barcito de enfrente y se queda ahí desde las cinco de la tarde hasta que empieza el show. Aunque ahora todo eso se está perdiendo porque con 20 pesos no te alcanza para nada.
Tachi: –Mientras no haya bardo, el aguante le suma al rock. Yo defiendo a nuestra gente, no al vecino que después sale y puede lavar la vereda con lavandina si queda sucia.
La mayoría de las nuevas bandas barriales crecieron escuchando a Los Piojos o La Renga. Y se lanzaron al ruedo cuando esos grupos –sus ídolos–- ya estaban consolidados. La pregunta es: ¿en qué cosas sienten que la tienen más fácil o más difícil con respecto a ellos? “Más fácil, Internet”, responde sin vacilar Juampi de La Mocosa. “Te reemplaza la difusión que casi no tenemos. Por ahí un pibe te recomienda por chat a su amigo. Ese se lo baja y se lo recomienda a otro. Y así llegás a que te conozcan en lugares donde no sacaste el disco. Caso Uruguay, donde hace poco fuimos y no podíamos creer que muchos se supieran nuestras canciones.” ¿Y más difícil? “Sin duda, diferenciarte. Hoy hay una oferta de bandas increíble que te hace complicado hacerte notar.”
Casi ninguna de las bandas barriales participa del Pepsi Music. Y las que ya tocaron (Pier, Jóvenes Pordioseros, Guasones) no lograron en ese ámbito la misma clase de respuesta que en sus conciertos individuales. ¿Será que la esponsorización diluye el aguante o que el público va con un espíritu diferente, sin el deseo de encenderse con la música de la banda que le gusta? No son pruritos, ni militancia antifestivalera lo que aleja a los que no están en la grilla gaseosa, aunque cuestionamientos no les faltan. Simplemente no pertenecen a la empresa organizadora. “No nos llamaron”, o: “Les pasamos nuestro cachet y no lo aceptaron”, son dos de las respuestas más escuchadas. ¿Cómo se concilia el aguante con la estética de sponsors, promotoras y celulares con camarita, típica de los festivales? “Y, mucho no tienen que ver”, responden a coro los músicos consultados por este informe. “Los horarios son fastidiosos”, puntualiza Juampi de La Mocosa. “Por ahí te perdés una banda porque llegás tarde por el laburo. O te comés un garrón porque tenés que esperar hasta el final.” La mayoría lo reconoce: no se sienten cómodos. Y puestos a elegir, piden por más festivales como el de Burzaco o Chascomús (“con más bandas como nosotros, de rocanrol”, describe Pachi de Barrios Bajos) y rescatan el Cosquín Rock por ser el más federal.
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