Jue 01.11.2007
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CRONICAS: CON SODA STEREO EN ECUADOR

Marca indeleble en el mediomundo

POR ADRIAN BLEJMAN Desde Guayaquil

“Vení, te acompaño”, me dijo Omar, un pana ecuatoriano de los que nunca vieron a Soda, mientras yo intentaba ingresar al estadio. El cuidaba la seguridad del Estadio Modelo de Guayaquil, pero en realidad lo que quería era ver a Soda, no trabajar. Así fue la organización: “A la ecuatoriana”, decían algunos. Mucho personal, muy desorganizado, pero con unas ganas intensas de presenciar el show. No era muy difícil encontrar policías tomando fotos desde su celular, o enfermeras de la Cruz Roja bailando Nada personal. Como Omar, había cientos de personas. Muchos trabajaban desde la mañana, cuando las masas agrupadas contra las puertas del estadio empezaban a hacer cola. Algunos recién llegados de Quito, otros de Colombia o Perú, pero la mayoría de la parte “más gorda del mundo”, como dijo Cerati en el show. “Cheverísimo”, “super bacán”, “buenazo”. “Soda identifica a muchas generaciones”, contaba Lucía, mientras su madre cantaba moviendo la cabeza compulsivamente. “En América latina es la banda más importante del rock en español. ¡Y hoy los tenemos aquí! Sí, Soda es lo más. Nunca pensé que los iba a ver, y además suenan igual que antes.”

Mucho calor en Guayaquil, a pesar de que decían que estábamos en invierno, pero más temperatura levantó el estadio con esa locura del público mediomundista. “Sin dudas, las luces, el sonido, los detalles, el grupo... Es lo mejor que he visto en Ecuador”, contaba Daniel, antes de empezar. Desde las 3 de la tarde, la gente saltaba, se agolpaba contra las puertas, compraba compulsivamente cualquier bebida. Una vez ingresados al estadio, los periodistas accedían a un poco de agua y otro de V220, un energizante que auspiciaba el encuentro.

Entre el vip, la Golden Box y el Black Box había toneladas de merchandising, tragos, snacks y “sanduchitos”, como aquí les dicen. Entre los invitados, un patrón y su empleado de Sony disfrutaban del show, mientras ambos hacían la cola juntos para ir al baño. El show comenzó con The Wall interpretado por Lemon Pie, el único grupo telonero de Soda en América latina. Su vocalista es Ernesto Estrada, sobrino de Alvaro Noboa, uno de los hombres más ricos del mundo, candidato de la centroderecha en las últimas elecciones que perdió con el izquierdista Rafael Correa. Los Lemon Pie nunca habían tocado para más de 1500 personas, y ahora ensayaban acordes para 40 mil, con la mala suerte de que un generador les estallara en medio del tema I Have to Stop, single que está sonando en las radios ecuatorianas, desde hace unas semanas.

Después de rebooteo del festival (hubo que reiniciar todo), Juegos de seducción despertó la furia. Con un “¡Guayaquil, carajo!”, Cerati hizo poner la piel de gallina. Eran las 21.30 cuando, perfectamente fusionados, Zeta Bosio, Charly Alberti y Cerati mostraron por qué son una marca indeleble en América latina. La noche transcurrió con Telekinesis, Telarañas, Picnic en el 4 B, Caja negra, Trátame suavemente, Persiana americana, entre otros; luego con De música ligera vino el corte final. Se lucieron con un mix reggaetonero de Zoom y Cuando pase el temblor. Recuperaron El rito, tema que reestrenaron aquí. Y la cereza de la noche vino con Prófugos, acompañado por Daniel Saiz, ex tecladista de la banda. Al compás de “Una más y no jodemos más” pero con acento ecuatoriano (hodemos) vino el bis. Pero era sólo el comienzo.

En el after Soda, después de atravesar una especie de carpas blancas llenas de heladeras de cerveza y energizantes, hermosas colombianas decoraban el lugar. Obviamente, Cerati, Charly y Zeta las saludaron cálidamente para demostrarles esa argentinidad al palo. Pero lo más entretenido eran los videojuegos. Un par de Playstation, de última generación, donde los músicos competían quién sabe por qué premio. También Cerati estaba contento, charlaba e intentaba pegar onda con alguna que otra modelo colombiana, quienes no le prestaban mucha atención a nadie.

De pronto, la noche llevó para otro lado: una casa en las afueras de Guayaquil con estilo de mansión norteamericana; un ingreso de varios kilómetros y una increíble piscina con vista a la ciudad. Esculturas incunables, cuadros de Miró (originales), una acumulación de ambientes y una ensordecedora lista de BMWs. Estábamos en la casa de Ernesto Estrada, el cantante de Lemon Pie, quien tenía un estudio de grabación “casero”; en el que —cual Hard Rock Café de entrecasa— había unos cuadros de The Beatles —¡firmados por los músicos!— y un bajo auténtico de Paul McCartney, también autografiado.

Mientras Leandro Fresco disfrutaba de los cuadros, Ernesto me dio un pendrive de un giga con los temas su banda. En pleno show, Cerati había dicho: “Nos quedamos acá porque está buena la noche. Y, aparte, después nos vamos de joda”. ¿Qué otra cosa podía hacer? Estaba en “La Casa de Los Lemon Soda”, así le habían puesto al estudio de grabación días antes del concierto. Los técnicos argentinos estaban maravillados. Parecían niños chicos, contentos como perro con dos colas. Jugando con los teclados, los pianos y sacándose fotos con el bajo de Paul. Cerati se sentaba, miraba en silencio, se tomaba algo, pero sin grandes sobresaltos... Por un momento, no era la figura de la noche.

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