MUSICA PARA BAJAR GAVIOTAS
Unos, hedonistas y veraniegos con espíritu libertario; los otros, nacidos en la meca de la canción de protesta (Plaza Francia) pero cultores del electropop barrial sin aire acondicionado. Ambas agrupaciones, claro, ideales para disfrutar del verano.
› Por Juan Manuel Strassburger
Además de hacer una gira por la costa que incluyó nada menos que ocho shows en diez días (de Santa Teresita a Pinamar), los CTX vienen llamando la atención por una audaz serie de simples (todos autodiseñados y bajo licencia creative commons) que ahondan en el espíritu más hedonista y, por qué no, veraniego del rock. “Tenemos un tema que se llama Canción de verano que intenta transmitir las sensaciones cuando vamos a una fiesta al aire libre o en la playa, y bailamos bajo la lluvia”, cuanta Joaco –guitarrista y frontman de la banda, y mezcla rara de Shaun Ryder de los Happy Mondays y el Pity más libertario de Intoxicados– sobre este mini hit que además de pegadizo (como corresponde a su intencionalidad estival) también es “una parodia a esa mala costumbre de taladrarte la cabeza con un tema hasta el cansancio. Por eso la hicimos psicodélica... como el Verano del amor [famosa concentración hippie del ‘67 en San Francisco]”.
En el cuarteto –que completan la movediza y sensual Laura Gont en teclados y voz; el preciso y acupuntador Nacho Chill In en guitarra, bajo y coros; y el maquiavélico y cerebral Mingo Starr en programaciones y sampler– se perciben los influjos del punk inglés de fines de los ‘70, y el acid house y la movida Madchester de los ‘80. Pero también cierta inconciencia y desparpajo absolutamente locales; un slang bien de acá que los lleva exclamar ¡No paren de flashear! como arenga manifiesto. O a finalizar el in crescendo de Superpuesto (el himno de la banda) con: “Está en cualquiera / no puede parar / Llegó tan lejos / que no va regresar”. ¿El resultado? Un electro-rock entusiasta y convincente que remite más a Saavedra o Flores que a Londres o Nueva York.
Por algo los CTX no tienen problema en admitir que de chicos curtían todo el rock de los ‘90 (de Los Piojos a Los Brujos) hasta que un día (a fines de esa década) cayeron en una rave del Planetario y... la flashearon. “Dijimos ¡wow! Esto es como Woodstock, ¡pero con máquinas y ahora!”, recuerda Mingo Starr. Y cuenta que lo primero que hicieron fue mezclar un tema de Planet Funk con uno de Sumo. “Vimos que quizás había bandas de rock y pop que metían elementos de la electrónica, y viceversa. Pero ninguna que combinara en igual medida rock y música electrónica.”
Una audacia que no viene de sus cultores más avezados sino de quienes toman la técnica por asalto y la hacen propia a puro desparpajo. “La verdad es que nosotros agarramos la electrónica y las máquinas desde el desconocimiento total. No sabemos los yeites, ni los clichés. Lo que está bien o lo que está mal. Seguro que a un purista del house no le gusta lo que hacemos. Pero bueno, mucho no nos preocupa”, agrega Mingo. Y esa espontaneidad es lo que justamente les confiere una ventaja con respecto a varios de sus pares: no hay búsqueda de status ni prestigio en CTX, y sí diversión: “Historias como Matrix o Alicia en el País de las Maravillas también son una influencia. Muestran que hay otra realidad, hay otra música”, plantean.
Y aunque hoy son menos cándidos con respecto a la escena electrónica (“se masificó totalmente con los grandes festivales y la frivolidad de ir a ver al DJ de turno y pagar entradas carísimas”), también se muestran más militantes cuando reivindican el circuito de las PlaneTech y las AcidParties: “Muchas son free parties sin sponsor donde la gente va pasarla bien y divertirse. Nosotros apuntamos a esa escena más under de la electrónica, donde hay mucha frescura y originalidad”.
Al revés de lo que indica la lógica, Infieles no tuvo su debut electropop en un pub lleno gente ansiosa por bailar moderno y dejarse llevar sino en... Plaza Francia, la meca de la canción de protesta y del fogón todos sentaditos. “Para nosotros fue importante. Te diría que hasta nos marcó. Porque no era un público especialmente afín a la banda e igual logramos que les gustara. Cada tarde se nos acercaban muchos artesanos hippies para decirnos que estaban a full”, recuerda con alegría Alexis Tango, cantante y alma mater de este grupo que, desde aquel verano de 2002, busca ganarse un lugar entre las bandas nacionales que siguen el sendero diáfano y veraniego de Virus, Pet Shop Boys o, más acá, Postal Service.
“El verano es algo que nos gusta. Infieles es una banda muy de verano. No sólo por las letras que hablan del mar y de la playa sino por el ideal que tenemos cuando hacemos una gira por la costa: el de buscar que baile toda la gente, desde los superadolescentes hasta los superadultos”, traza coordenadas ideológico-estéticas el compositor de Infieles (completan Gastón Gómez en guitarra y programaciones, y Eliana Lasagni en bajo y voces).
“Por eso decimos que hacemos pop barrial. No nos identificamos con las bandas que tienen una postura más glamorosa, de estrellas”, agrega. Y más allá de que, ejem, sí hay cierto estrellato y glamour en Infieles, es verdad que lo distinto va por el lado del humor y la manera en que la banda –sobre todo en los shows– juega con esa purpurina. “La otra vez lo vi a Cerati en la despedida de Soda Stereo, y me pasó que no le creía nada cuando tiraba un chiste y quería ser gracioso. Estuvo tanto tiempo buscando ser cool que cuando ahora hace un chiste suena forzado. No quisiera que nos pase lo mismo”, pide el cantante. Y en ese sentido, su demorado primer disco, Seducción (2007), busca una recepción bastante menos sofisticada que la de sus inmediatos antecesores.
Es cierto, el álbum adolece bastante en su terminación final (se percibe que las canciones tienen gancho y potencial melódico, pero los arreglos brillan por su ausencia). Pero gana puntos cuando las armonías vocales prevalecen sobre las bases, y queda al descubierto la inocencia de canciones como Caramelos ácidos, La playa o la hermosa Entre fresias y Melancolía (en contrapartida, Pierdo y Estrellas parecen desaprovechadas). Se nota que Alexis Tango tiene un don para las melodías “lindas”, aunque todavía no haya podido plasmarlo del todo. “El disco lo compuse a los 21 años y hoy tengo 26”, reconoce. “Si bien ahora tenemos canciones que me identifican mucho más, preferí sacar el disco así como estaba y quemar esta etapa.” La apuesta es jugada, pero va bien con esta época de temperaturas altas, caminatas descalzas y tormentas repentinas. Un álbum infiel para un estación húmeda y traicionera.
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