Jue 24.01.2008
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NOTA DE TAPA

Heavy rock & pop

› Por Juan Manuel Strassburger

El dueño del último hit de verano es un muchacho entrado en kilos: Sean Kingston, un rapper adolescente y gordito, nacido en Miami y criado en Jamaica, que el año pasado escaló en tiempo record al número uno de las listas yanquis con – (un hip pop que recuerda a los grupos vocales de los ‘60 tipo Four Tops o The Temptations por sus armonías de voz, el vestuario retro y las secciones de cuerdas y timbales al final). Y que ahora, por estas tierras, viene consiguiendo la mejor respuesta boca en boca entre los temas que buscan consagrarse en la playa.

Billy Bond

También del multitalentoso Jack Black: además de actor de varias películas que lo tienen como protagonista central (y no sólo como “gordito” secundario), líder de los Tenacious D, delirante grupo de rock. Algo parecido puede decirse de los Magic Numbers (doble pareja de hermanos con una imagen “rellenita” que suma puntos en vez de restarlos, como bien mostraron en su memorable show en Buenos Aires), de las caderas seductoras de Lily Allen o de la tradición que antecede a Sean Kingston en el hip hop: la robusta Missy Elliot (diva del rap urbano) y el fallecido Notorious Big, entre otros.

Es verdad, el dedo acusador sigue funcionando (ayer contra Elvis, Brian Wilson o Jim Morrison cuando engordaron; hoy contra Britney Spears). Pero lo cierto es que ahora, a diferencia del pasado, ya no parece ser – imprescindible contar con un cuerpo perfecto para convertirse en una seductora estrella pop. El NO repasó, junto a testimonios locales, pasado y presente de esta relación. Y encontró revelaciones sorprendentes. “Se viene un nuevo renacimiento”, anuncia Walas de Massacre, flamante ganador del disco del año en la Encuesta 2007 del NO (por encima del “Sexy y Barrigón” de Andrés Calamaro). Y sentencia: “El obeso llegó al rock. Los yanquis necesitan uno arriba del escenario”. Mientras que el contextudo DJ Fabián Dellamónica advierte: “Los gordos no existen en la electrónica internacional”. Además, las opiniones de Vicentico y Alejandro Nagy, y una columna del doctor Alberto Cormillot, especialista en nutrición.

Jim Morrison

Bill Haley y después

Desde sus inicios, el rock se ufanó de no respetar reglas, protocolos ni convenciones sociales. Hacer renegar a los padres o a las siempre castradoras instituciones con el largo desmedido de una cabellera, los altos decibeles de una guitarra o la desfachatez de unos jeans bien rotos. Sin embargo, a la hora de cuidar las formas, y aun con estéticas claramente disruptivas como el punk, el heavy o la escena alternativa de principios de los ‘90 (¡indumentaria hiperancha y chillona para la nación alterna!), el rock no siempre escapó a la general de la norma: si el frontman era bonito, alto y flaco, mejor. Mucho mejor. ¿O acaso recuerdan un cantante del glam, el hair metal o el britpop que no fuera carilindo o coqueto?

Cierto, la cultura rock también tuvo sus héroes de altos kilates. Como el pionero Bill Haley (la primera estrella del rock’n’roll en los ‘50, aun antes del Rey Elvis) o el bestial Meat Loaf, hard rock histriónico en manos de un frontman macizo y demoledor. “El rock nació en una época de alto consumo. Y entonces era lógico que hubiera personajes como Haley, que era gordito y se peinaba como un abuelo”, señala el periodista Alejandro Nagy, histórico de la radio Rock and Pop y durante gran parte de su vida sufriente grave del – (–).

En la escena under se puede nombrar al cantante de los Pere Ubu, David Thomas, y al fundador de Pixies y gran responsable de la explosión grunge que vino después, Frank Black. Ambos se destacaron por hacer caso omiso de su sobrepeso y, aun mejor, por incorporarlo como atributo de su propuesta ruidosa, movilizadora y potente. Si es gordo, mejor. “Y es que el rock nació con espíritu libertario: supuestamente te permite ser feo, tener sobrepeso, mal aliento. Todo lo que no entra en los cánones de belleza”, corrobora Nagy.

Jack Black

De todos modos, la historia está llena de momentos agrios: cantantes carismáticos que toman anfetaminas, envejecen, suben de peso y se ganan el comentario hiriente de la prensa más amarilla. El caso paradigmático es Elvis Presley: cuando el Rey se refugió en Las Vegas, no fueron pocos los que se burlaron de sus kilos de más y los compararon con sus ventas inversamente proporcionales. Hasta el propio Jim Morrison (The Doors), poeta y sex symbol a fines de los ‘60, recibió la queja de la prensa y de los fans cuando apareció barbudo y gordo luego de una temporada en París.

Y es que en los ‘70 –génesis del arena rock de los incendiarios, pero flaquísimos, Robert Plant, Steven Tyler y Mick Jagger– no se perdonaba la obesidad. A Brian Wilson (líder de los maravillosos Beach Boys), además de confinarlo a tratamientos psiquiátricos que desequilibraron aún más su estado emocional (dañado para siempre luego del malogrado y mítico Smile), se le exigía que adelgace. Lo mismo sucedía con Cass Elliot, cantante de The Mamas and The Papas: el exceso de peso escandalizaba. Presión que se acentuó en los ‘80 y ‘90 para toda figura que coqueteara con el pop. Y si no, que lo digan Simon LeBon (Duran Duran) y Brett Anderson (Suede), dos frontmen tan sensuales como señalados por la prensa por su tendencia a engordar. ¿Estigma?

Al menos en la movida electrónica, algo de eso hay. El DJ Fabián Dellamónica, uno de los pocos disc-jockey XL sobre las pistas, dispara: “Los DJs gordos directamente no existen en la escena electrónica internacional. Vos ves las fotos y son todos musculosos, con el cortecito de moda, ni siquiera flacos. Y no está bueno. Para mí son desagradables. Hablo de Bob Sinclair, David Morales... ¡Todos patovicas!”. El argentino –-que nombra como referentes actuales a Justice y Erol Alkan– guarda afecto por los Chemical Brothers: “Además de DJs son rockeros, un look que no tiene nada que ver con toda esa terrible manga de metrosexuales y muñecos de torta”.

Magic Numbers

Efecto Jack Black

Si hubo una década que más presionó y promocionó por la extrema delgadez de la figura joven (al punto de volverla escuálida y pálida) fue la de los ‘90. Con la entronización de top models cada vez más esqueléticas (Kate Moss) y de cantantes que reconocían sus desórdenes alimentarios (Dolores O’Riordan de Cranberries, Kurt Cobain de Nirvana). Sólo el hip hop se animó a mostrar rappers capos y gordos, en gran medida por tratarse de un género que maneja otros códigos de valoración y credibilidad (el bling–bling y la experiencia callejera cotizan más que la figura escultural o estilizada). El indie, por su parte, tuvo sus gordos adorables: el sensible y endemoniado Daniel Johnston y James McNew de Yo La Tengo.

Hoy el panorama es más ambiguo: se señala con sorna el sobrepeso de Britney Spears (otra figura sexy y teen que cae del Olimpo) y se hace hincapié morboso en la enferma delgadez de Paris Hilton. Aunque, también, algunas cosas parecen estar cambiando. Surgen los citados Magic Numbers con una frescura y una gracia tales que inhabilitan cualquier suposición de marketing. Y obtienen alta rotación en MTV y MuchMusic grupos como Evanescense –con la “rellenita” Amy Lee al frente del combo dark pop; soltura y cero complejo de rock fue lo que pudo verse cuando estuvo en River por el Quilmes Rock– o el propio Sean Kingston.

Sean Kingston

Walas, cantante y líder de Massacre, y famoso, entre otras cosas, por hacer gala de su panza en los shows, tiene una mirada crítica sobre el fenómeno: “Los yanquis están en una carrera tan desenfrenada por el consumo que incluso el obeso llegó al rock. Cuando la realidad de las calles es que están todos gordos, necesitan uno arriba del escenario que los represente también. Hasta ahora había que ser espigado como el de Velvet Revolver o Bowie. Pero ahora el rockero puede comprarse una casa en Beverly Hills (Ozzy Osbourne). Y el que no, matarse a rosquillas como Homero. A mi hijo se lo ilustro diciéndole que están todos gordos porque le sacan la comida a Africa”.

Para mal o bien, quien mejor sintetiza este indicio de cambio es el cantante, músico, figura mainstream a la vez que indie, Jack Black. El protagonista de las excelentes – y – y la paródica – (peli sobre su banda real Tenacious D, un dúo tan rockero como panzón) logró algo inusual: extender el rol del típico “gordito simpático” al de mucho más atractivo “cómplice y cool”. Jack Black hace reír a la platea, combate a los malos y – se queda con la chica a puro histrionismo y actitud rocker. ¿Casualidad o tendencia? “Tal vez venga un nuevo renacimiento y los modelos de belleza vuelvan a ser los de antes, que tenías a Marilyn Monroe y Jayne Mansfield un poquito más gorditas”, especula el cantante de Massacre.

Walas

¿Y por casa?

El rock nacional no tematizó, ni asumió la gordura en demasiadas oportunidades. Pero, cuando lo hizo, sentó posición. El precursor fue Billy Bond, el primer peso pesado del rock nacional. Los ‘70, época de compromiso en las letras y de ideario hippie o progresivo en la búsqueda musical, tuvo su contracara en este cantante y manager y productor pionero que no dudaba en plantarse –mentón en alto, panza al frente– en cada festival de rock (chequear –, el fundacional himno anti-hippie del BA Rock 3, ¡está en Youtube!).

Si los ‘80 expresaron en algún punto el auge de los productos light y la euforia por la ejercitación de los cuerpos (los anabolizados Stallone y Schwarzenegger como referentes del consumo joven), uno de los grupos que mejor capturó ese clima de época fue Soda Stereo. Es cierto, luego perderían mucho de esa gracia irónica (que Cerati recuperó en el último encuentro). Pero en ese momento, Soda todavía conciliaba –en temas como –– gusto estético con parodia a la frivolidad y al hiperconsumo. Lo mismo los olvidados Cosméticos. O, a su manera, Sumo: la tapa obesa de After Chabón como icono antiescultural de la década.

Elvis Presley. Producción: Yumber Vera Rojas

Así, algunas bandas hicieron del cuidado estético (¿dietético?) su fortaleza, mientras que otras lo tematizaban de manera autoparódica. “El rock es bastante careta; ahí tenemos a varios haciéndose el pelo, marcándose los rulos, hasta los más mentados lo hacen. Lo cual no está mal. Los Cadillacs, cuando éramos chicos, nos vestíamos mucho para tocar, pero de otro modo”, dice Vicentico al NO. Y una muestra de esa despreocupación la da el entrañable video de – (de La marcha del golazo solitario, 1999) en el que la banda acompaña el embarazo de sus mujeres a ritmo de golpeteo de panza. Dicción rioplatense y desnudos extra large para uno de los clips con más onda del rock nacional.

Pero el último año, el que trajo novedades fue –cuándo no– Andrés Calamaro. El Salmón ya había hecho bromas sobre su creciente panza en sus recitales de 2006. Y el año pasado tematizó ese ¿mito?, ¿tabú?, ¿estigma rockero? en –, uno de los emblemas del exitoso La lengua popular. “Soy sexy y barrigón / mezcla de Homero Simpson y Rolling Stone”, se autoparodió en el rock más castizo del álbum. Y, de esta manera, les puso fin a las especulaciones: sí, se puede ser rockero, seductor y contar con algunos kilitos de más.

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