Jueves, 3 de abril de 2008 | Hoy
X BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTE
El top nine de las pelis que tenés que ver para decir “no me perdí el top nine del NO”.
Por Mariano Blejman
Sería injusto centrar la recomendación de toda la obra de Wakamatsu en sólo una película (tal el caso de Violent Virgins), teniendo un Foco completo a su antojo, y sabiendo que el personaje estará en Buenos Aires. Pero la tremebunda historia protagonizada por dos japoneses que están a punto de ser asesinados por alguna clase de mafia que los dejan desnudos y atados uno al lado del otro, que en un momento cuelgan a la mujer en una especie de cruz de madera y al hombre lo dejan por ahí intentando huir desnudo por prados que sólo en contadas ocasiones dejan el blanco y negro, para ilustrar alguna situación en color, es un botón de muestra del tipo de cine sexual-político que propone Wakamatsu en el Foco que también incluye obras celebradas –aunque haga ya mucho tiempo de ello– como Secret Behind the Wall, Violated Angels o la más reciente United Red Army. Wakamatsu encontró en sus films la forma de exponer el abuso del poder, aunque para ello usó el sexo y la violencia más que la represión oficial. Así, sus películas eróticas terminan siendo eminentemente políticas, que exponen los pecados de un gobierno hipócrita.
La película sueca será una verdadera sorpresa para el género (si acaso ésta tuviera género alguno). La historia de ¿amor? entre dos niños de 12 años, en un pueblo congelado de algún lugar de Suecia, toma un rumbo incierto en varios sentidos cuando resulta que esta niña es algo más que una niña congelada. “¿Me querrías si fuera otra cosa?”, le pregunta en un momento ella a él, un rubio platinado e indefenso que comienza a hacer algo de fierros para tratar de evitar las golpizas de sus compañeros de colegio. Sin efectismo digital, sin ninguna concesión al espectador, con ánimo de ser una película festivalera (mucho mundo interior, silencios que parecen no querer decir nada), todo se cae por la borda o –mejor– queda congelado cuando se empieza a develar algo del misterio de la niña que sangra por los ojos.
Si los protagonistas de esta historia no fuesen en su mayoría negros, ni hablaran en un inglés muy estadounidense (casi inentendible), la película podría pasar por escandinava. Porque de la crudeza de las andanzas de James, un preadolescente que resuelve prácticamente todo con la violencia, están alejadas decenas de kilómetros del “clásico” cine norteamericano, tanto como ese sur profundo lindando el delta del Mississippi. Esta es la película prima de Lance Hammer, californiano, arquitecto y director de arte de efectos visuales de Hechizo de amor (‘98) de Griffin Dunne y como asistente de arte de El hombre que nunca estuvo (‘01) de los hermanos Coen. Pero como si hubiese querido limpiarse un poco de su pasado, Hammer evita las explicaciones en el críptico guión, que comienza con un confuso disparo a un hombre que termina sobreviviendo, y saltos espacio-temporales difíciles de comprender hasta que no se entra en “ritmo”.
Un hombre que podría ser un pariente lejano de Borat (en versión seria) corre por las calles de París como una forma de escapar de su propio sufrimiento. Pero, se sabe, los problemas corren detrás de uno si uno no los resuelve antes de comenzar a correr. Andalucía es una concatenación de imágenes acumuladas y a destiempo de Yacine, el protagonista del film de origen argelino, en su recorrido tortuoso por su actualidad, donde se les van presentando sus extraños amigos del pasado como los amigables enemigos del presente. Es evidente que Yacine tiene cuestiones irresueltas con su entorno, donde todos parecen ocultarle algo, donde todos los que lo rodean parecen saber algo más que él, que apenas entiende por qué le pasan las cosas que le pasan. La tensión provocada por la inmigración no sólo sucede en los guetos sino también en la calle. El humor y lo desopilante de las escenas de Andalucía son el marco para contar esa tensión que no pareciera resolverse por más que esas diferencias crecieran juntas desde chicas. Sorprende también el final, dándole alguna clase de justificación al nombre del film, aunque solamente alguna clase. Acaso como si Andalucía fuese una solución para los problemas de Europa, algo que fue en el pasado: la convivencia pacífica de la diferencia cultural.
Otra manera de disfrutar París (así como Andalucía es el pretexto para el recorrido bizarro) surge a través de Night and Day, del surcoreano Hong Sang-soo. Al principio del film hay una placa que dice que al protagonista del film lo agarraron fumando marihuana en Corea del Sur y tuvo que exiliarse en París para no tener problemas con la policía. Como sea –cierto o no, juego de cajas chinas (coreanas en este caso, perdón) al estilo borgeano–, el recorrido del protagonista coreano por París también tiene bastante de azar, de surrealismo o de absurdo. No es sencillo encasillar a Night and Day (¡vaya tarea del crítico!), pero algo tiene de enredos, de comedia, de cinismo y provocará un poco de impaciencia entre aquellos que quieren ver un cine masticado.
Una niña preadolescente espera en el lobby de un hotel la llegada de su madre. Un hombre en crisis con su pareja ha bajado a comprar cigarrillos y la mujer se queda en la habitación. Ambos acaban de llegar de Estados Unidos, donde tienen un restaurante. La niña comienza a hablar con el hombre, quien la invita a la habitación (donde descansa su mujer). Lo que aparenta ser un acto de piedad (la niña está esperando casi en soledad a su madre) introduce un elemento de tensión entre la pareja que va a derivar en algo mucho más pesado, más inesperado y a la vez más esperable. El tailandés Pen-ek Ratanaruang (creador de Invisible Waves y Last Life in the Universe) presenta en Ploy lo mejor de su cine ascético y dispuesto a todo para regodearse con el atónito e insoportable presente de las personas comunes.
Los cinturones negros tienen una carga simbólica determinante en el viejísimo mundo, aun si están muy gastados. Tres discípulos del karate que parecen perdidos en el bosque de Eiken Shibahara se ven “atrapados” en el centro de una política de reclutadores del ejército japonés para invadir la Manchuria china. Los militares quieren sumar karatecas a sus filas, pero como esto no funciona, “toman” los dojos para entrenar soldados. Taikan, Choei y Giryu son tres karatecas recientemente huérfanos de sensei, y entre ellos habrá una tensión permanente sobre la actitud a tomar frente a la propuesta de los militares (que esconde un plan macabro, como siempre). El género de artes marciales involuciona –o vuelve a las fuentes– para ver peleas durísimas y difícilmente “inventadas”, con una escena final interminable.
La notable última película de Gus van Sant (creador de Elephant, ganador de la Palma de Oro en 2003 y que se vio en el Bafici 2004, y de Last Days, aquella película que relata libremente los últimos días de Kurt Cobain, entre muchas otras) cuenta la historia de Alex, un adolescente skater que mata accidentalmente a un guardia de seguridad cerca de Paranoid Park, un parque de una zona un tanto peligrosa de Portland. Alex decide no contar lo sucedido y prefiere enfrentarse con la culpa y los remordimientos. Para la crítica internacional –y por qué no para la nacional también–, Paranoid Park es lo mejor de Gus van Sant y eso es mucho decir para alguien que en este caso ha trabajado con actores no profesionales y en cuya trayectoria ha dedicado su vida a poner la cámara entre la cultura joven para desguazarla como pocas, para intentar entenderla como casi nadie lo ha hecho en el cine contemporáneo, o por lo menos casi nadie ha llegado tan lejos como él.
Si hay una manera de encontrar al Van Sant antes de Van Sant, al primogénito engendro cinematográfico del realizador norteamericano, es sin duda en el film Mala noche, una película de culto que finalmente podrá verse en Buenos Aires, gracias al Bafici. La peli está basada en una novela autobiográfica de Walt Curtis, un escritor de Oregon (donde reside Van Sant) y fue filmada a muy bajo costo, en 16 mm, y en blanco y negro, en 1985. Retrata la vida marginal de un grupo de jóvenes –también en Portland–, y mete el foco en una relación homosexual de Johnny y dos mexicanos ilegales que aprovechan el interés del güero para poder sobrevivir. Las imperfecciones de un film con música latinoamericana altamente reconocible entre los militantes de izquierda argentinos serán corregidas con el tiempo en el resto de la obra de Van Sant, o quedarán como sellos de época.
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