ENTREVISTA A CHRISTIAN LIVINGSTONE, GUITARRISTA DE THE DATSUNS
Durante el ciclo “Music is my Girlfriend”, una de las bandas más crudas y salvajes del garage neocelandés pasará por Buenos Aires con su rock visceral y su impronta setentista.
› Por Daniel Jimenez
Nueva Zelanda, 1996. Un grupete de amigos arman una banda mientras sueñan una y otra vez con los riffs asesinos de Jimmy Page y los alaridos guerreros de Roger Daltrey. Es que en Cambridge, una ciudad semi-rural de 11 mil habitantes, nacer músico es estar condenado al destierro: cinco casas de hospedajes, un par de bares y un montón de studs para caballos pura sangre conforman casi todo el inventario.
Con algunos ensayos encima y aprovisionados de cervezas varias, los Trinkets se presentaban aquel año en el festival “La batalla de las bandas”, que servía como disparador para que un puñado de artistas salidos del evento llegaran a ser considerados por la escasa prensa local. Los Trinkets perdieron, pero dos inviernos más tarde se llevaron el primer premio, un guitarrista y un nuevo nombre: The Datsuns.
Inspirado en un emblemático auto nipón que formó parte de lo que alguna vez se llamó jap crap (porquerías japonesas), este cuarteto de la tierra de los All Blacks y el demonio de Tasmania halló en el violero Christian Livingstone la pieza que faltaba para cerrar el rompecabezas salvaje, crudo y vintage con el que estos “caballeros del rock valvular” han girado por más de treinta países de todo el mundo.
“¿Ser músico en Cambridge? Es imposible para un músico vivir en una ciudad como Cambridge”, afirma a pura carcajada Livingstone. “Para nosotros hacer música era la única forma de entretenimiento que podíamos tener; pero no para los demás sino para nosotros mismos. Por esos días solíamos ensayar en un viejo cine abandonado del pueblo, donde también se montaban obras de teatro”, recuerda con humor.
Junto al cantante y bajista Dolf de Borst, al guitarrista Phil Buscke y al baterista Matt Osment –hoy reemplazado por Ben Cole–, Christian eligió un camino más que difícil: abrirse paso en una escena tan postergada como fútil en la exportación de talentos musicales (al menos de esos que se cuelgan una Stratocaster al cuello y salen en la tapa de las revistas). Por eso, sin perder tiempo, decidieron que si no querían pasar el resto de sus vidas limpiando bosta de equino, debían mudarse a Londres. Allí es donde pasan las cosas. Entonces hicieron las valijas y viajaron a la capital de la vanguardia europea con sus Oxford planchados y su melena setentista al viento, dispuestos a sobrevivir con los yeites de cualquier atorrante de barrio.
“Cuando llegamos a Londres por primera vez estuvimos durmiendo en el piso, en el departamento de mucha gente extraña, gente que no conocíamos. Nos manteníamos vivos comiendo pan que comprábamos en un supermercado cercano. Luego, cuando las compañías se volvieron interesadas en la banda, organizábamos las reuniones con ellos en el horario de almuerzo o de cena, así nos pagaban la comida y no teníamos que gastar”, suelta con tono argento. “Como banda hemos vivido muchos años juntos, así que cuando tuvimos un poco de plata empezamos a alquilar un departamento. Ahí sí teníamos amigos durmiendo en el piso todos los días (risas). Creo que es parte del ciclo de vida del rock and roll.” Pero nada fue fácil. Con un demo en la mano y la calentura propia de adolescentes con sobrecarga de adrenalina, golpearon la puerta de distintos sellos, pero ninguno los tomó en serio.
Así fue que, tomando el oxidado y querible postulado del punk, montaron su propia compañía discográfica: Hell Squad Records. “No queremos formar parte del sistema mainstream del rock y no queremos componer canciones para la radio, ni vestir un look determinado. Queremos ser nosotros mismos. Además, nadie nos quería contratar”, se sincera el guitarrista. De esa forma llegaron en 2001 a su demoledor debut homónimo; una feroz patada en los dientes con un borceguí con punta de acero. Y empezaron a llover los elogios de la prensa, de los fans y de los colegas, como Jack White, quien se impresionó tanto por la performance en vivo del grupo que los invitó a salir de gira por Estados Unidos en 2002 (algo que repetirían con Metallica en 2004).
Su rock garagero e hiperkinético los colocó lentamente en una posición casi única para un proyecto salido de Nueva Zelanda que conjugaba un sonido decididamente vintage y una actitud propia de los MC5 en una crisis de nervios. Condimentos que, para Livingstone, se encuentran en extinción: “Lo que sucede es que las bandas de rock and roll siempre han estado alrededor de los centros de la moda y esas cosas, por lo que a veces su importancia se pierde. Aun si a vos no te gusta el rock and roll, siempre habrá chicos que estarán formando una banda de rock en un pequeño pueblo de algún lugar del mundo. El rock and roll es una enfermedad que jamás podrá ser curada”.
Para Outta Sight/Outta Mind, su segundo disco, subieron la apuesta y contrataron para la producción nada menos que a John Paul Jones, bajista histórico de Led Zeppelin, quien les enseñó algunos trucos del negocio y debió soportar su insistente demanda de anécdotas de Zepp. Para el guitarrista, fue una de las mejores experiencias que le tocó vivir. “Fue realmente maravilloso trabajar con John. El es un gran músico y una persona súper agradable. Nos ayudó mucho a realizar todo el material y nos contó algunas historias increíbles, además de... ¡zapar juntos canciones de Led Zeppelin!”, comenta despertando la envidia de más de uno.
Si bien el álbum no recibió las críticas esperadas, sirvió para aderezar un estado de gracia que los llevó a participar del Ozzfest junto a Marilyn Manson, Korn y Disturbed, entre otros. Un recuerdo agridulce que Christian se toma con humor neocelandés: “El público nos trató tan mal que después de tocar queríamos hacer remeras donde se leyera ‘La banda más odiada del Ozzfest’ en el pecho, y ‘The Datsuns’ en la espalda. Pero al final no las hicimos”. Pero no todos los festivales fueron así. “Una vez tocamos en el ‘Rock and roll Boat’, que se hace en Suecia. Eso fue totalmente loco. Eran unos 1300 suecos totalmente borrachos que se vuelven salvajes por veinticuatro horas arriba de un barco, que es el tiempo que dura el evento. La gente se desnudaba, bebía y bailaba rock and roll; estaban endemoniados. ¡Qué buenos tiempos aquéllos!”
Luego de girar sin parar por todo el planeta, los muchachos pensaron en 2005 que era momento de parar la pelota y dedicarse al próximo álbum. Con las ideas más claras editaron Smoke and Mirrors, su tercera producción, que los trae por primera vez a la Argentina y que estarán presentando en Buenos Aires en el ciclo “Music is my Girlfriend”.
Con la impronta de los viejos próceres de los ‘70 como santos benefactores y su rabia valvular intacta, la banda más visceral salida del paraíso del kiwi hará su debut porteño en pocos días. Inesperado, sí, hasta para los propios músicos: “Hemos tenido la intención de hacer un tour por Sudamérica desde hace varios años, pero nunca tuvimos la oportunidad; por eso estamos muy excitados de tocar allí”, asegura Livingstone, y abre la expectativa: “Van a ver a una gran banda de rock and roll”. Reserven sus asientos.
* The Datsuns se presentará el martes 8 de abril, junto a Los Lotus y The Tormentos en La Trastienda Club, Balcarce 460. A las 20.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux