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› Por Javier Aguirre
El intercambio de música vía Internet no es más un mero superclásico entre piratistas y antipiratistas. Se ha judicializado. Jueces estadounidenses –con pelucas blancas, ruleros y martillitos– están fallando y, atención, la jurisprudencia sugiere que el tráfico de canciones sin pagar un solo peso es una conducta de riesgo. La noticia viene de Boston: Joel Tenenbaum, un estudiante que compartió treinta canciones por la web, fue condenado a pagar 675 mil dólares por violación de copyright. Mano dura.
Como Joel estudia física, la cuenta le debe haber salido fácil: le reclaman 22.500 dólares por canción. Por esa plata podría haber contratado a los artistas para que se la tocaran en vivo (a la canción).
No es un hecho aislado: hace poco se habían cargado, judicialmente hablando, a otro Pibe Download. Voy a la opción “Ediciones anteriores” de pagina12.com.ar para acceder a una nota del NO de abril de este año (¡el periodismo de rock también investiga en los archivos!). La encuentro: sentenciaban a un blogger a pagar 370 mil dólares por filtrar canciones de Guns’n’Roses.
Un par de googlazos y estoy en joelfightsback.com (“Joel contraataca punto com”), sitio oficial de la causa Tenenbaum, en la que su abogado defensor –junto a un equipo de estudiantes de Derecho– revela que en los tribunales yanquis hay unas 30 mil causas similares. ¡La industria del juicio viaja con tracción a MP3!
El romanticismo se aferra al modo de acercarse a la música: Joel dice (meto un copy/paste y traduzco) que “los amigos siempre intercambiaron y se recomendaron música, para evitar clavarse con la compra de un disco feo”. También los guardianes de la ley pueden ponerse en románticos, si advierten que, no obstante la antipatía que despierta cualquier multinacional (entre ellas, las discográficas), con la descarga también pierden los músicos. Evidentemente no los músicos under, pero sí los que venden. ¿Si el mundo entero se convierte en un gran Parque Rivadavia, todo tipo que componga una canción y la grabe estará automáticamente donándola al mercado negro digital global? ¿Todas las canciones serán carne de descarga, lo quiera o no su autor?
Llego a calamaro.com, donde el blogger Andrés se hace eco del caso Joel Tenenbaum, toma partido y titula: “¡Un buen ejemplo!”. Epa. ¿Es el mismo Andrés Calamaro que en su período DeepCamboya subiera un centenar de canciones inéditas a la web para su libre intercambio? El Salmón amplía por mail.
––––- Original Mensaje ––––-
De: Andrés Calamaro
Para: Javier Aguirre
Asunto: Así lo veo yo
El enemigo no es el estudiante piratón que se bajó cuatro canciones. El enemigo se está llenando los bolsillos de oro con el negocio de la comunicación virtual y la flagrante violación del derecho de autor y la propiedad intelectual, que afecta a músicos, autores, productores, inversores, periodistas, artistas de la imagen, novelistas, etcétera.
Si descubro una llave que abre todas las puertas, y entro a tu casa y te dejo pelao, ¿te preocuparía que me frenen a tiempo? Pues esa llave existe, es el download ilegal; me gusta el download, pero si no hay voluntad de ambas partes, no se llama Amor, se llama Violación.
La (conversa) analogía entre amor/violación y download consentido/no consentido suma. Pero el periodismo de rock, además de metáforas y opiniones, requiere datos, pruebas. Y aquí un elemento clave es la lista de la polémica: las 30 canciones por las que cayó Joel. El pibe es rockero: hay Aerosmith, Red Hot Chili Peppers, Limp Bizkit, Rage Against the Machine, Green Day, Nirvana, Eminem, Beck, Ramones y una de Beastie Boys, que se llama... Fight for your Rights (“Pelea por tus derechos”). ¿Por los derechos de quién?
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