LA EXPERIENCIA DE KARAMELO SANTO EN LA BOCA
La comunidad
El grupo mendocino vive en una casona del barrio desde hace cinco años, y en todo ese tiempoha construido una fluida red de intercambio y solidaridad con los vecinos. Esto incluye recitales solidarios, actividades culturales, asado, mate, Leo García, Los Pibes Chorros y Viejas Locas.
POR CRISTIAN VITALE
lMiércoles, 4 de la tarde. El paisaje cotidiano de La Boca es similar al de tu barrio: cinco o seis pibes tomando cerveza en el quiosco; una señora que va de compras remolcada por un perro; tres minitas corte rollinga fumando en la otra esquina, relojeando a los pibes. Uno que vende posters de Boca, otro que toca el acordeón a piano. Y gente caminando por Almirante Brown, ahí cerca de las cinco esquinas. Muchos colectivos, smog y el aroma del Riachuelo, que se hace notar. Pero La Boca se torna única por el colorido vivo de las casas –precarias y de las otras– que resisten a los años. De una de ellas –”la casa” para Karamelo Santo– sale un pibe rubio que atiende e invita: “Subí, los pibes están laburando”.
Para acceder al amplio y antiquísimo bunker del grupo mendocino hay que subir una escalera caracol. En un cuarto, Lucas Villafañe –tecladista de la banda– manipula una PC y da indicaciones a una banda de Tigre que está grabando en el estudio casero. Como en la pieza no se puede fumar tabaco, uno de los chicos sale para descansar. “Mata laburar con los Karamelo, ellos se hicieron de abajo”, comenta al pasar, apoyado en una baranda de madera no del todo confiable. Goy, guitarrista y cantante, va y viene (“ya te cuento de qué va la movida”, dice). Goy no disimula su origen cuyano: se maneja con un tiempo propio, libre de convenciones: “Primero anclamos en Tigre, vivimos en una comunidad okupa con malabaristas, periodistas y actores de teatro –rememora sobre la llegada a Buenos Aires–. Después caímos en La Boca porque es el lugar más barato para alquilar. Al principio se hacía difícil pagar el alquiler, pero nos rompimos el lomo: experimentamos tocando el saxo en la calle o dando clases de percusión hasta que el dinero de las giras nos salvó la cabeza”, comenta.
Hace cinco años que Karamelo Santo está en Buenos Aires. Como cuenta Goy, el arribo a La Boca fue complicado. Primero tenían que pagar 700 pesos de alquiler y no sabían cómo hacer. Hoy pagan 150 menos. En verdad, la casa lo vale: tiene tres piezas, dos baños, cocina, comedor y una terraza inmensa donde, una vez por mes, organizan fiestas multiculturales. Se nota, por la calidad de su estructura –madera fina, techos altos, arañas fastuosas–, que fue habitada por una familia de clase alta a finales del siglo XIX. “Vivía una familia que se mudó al norte después de la epidemia de fiebre amarilla de la década del ‘20”, informa Goy. Al año de ser ocupada por los cuyanos, la casa llegó a estar habitada por 30 personas. Chicos músicos, chicas artesanas y algún que otro habitante ocasional. Ahora sólo viven ocho. “En un tiempo, algunos pibes venían a dormir para no ir a la casa pasados o borrachos. Dejábamos la puerta abierta toda la noche.”
–¿En serio? Igual que en el campo...
–Tal cual. Durante tres años no hubo problemas, pero a lo último nos robaron instrumentos, una bicicleta... Todo mal. Por rabia nomás, decidimos cerrar la puerta. Ahora seguimos bancando gente, pero tienen que tocar el timbre. Tratamos de frenar ciertas costumbres. Antes se explotaba hasta muy tarde; en cambio ahora frenamos la mano. Los vecinos presionaban para que nos fuéramos.
Así es. Cuando llegaron al barrio, los Karamelo tuvieron sus problemas de convivencia. En el barrio late un clásico entre los viejos vecinos y “forasteros” recién llegados. Los mendocinos, autodefinidos como “hombres sensibles”, juegan a dos puntas para zafar: “El primer choque fue con los pibes de la cuadra. Tratamos de jugar la ficha de integración más acertada porque no queríamos estar mal. Cuando llegamos, percibimos que había una guerra y tratamos de mezclar el agua con el aceite; empezamos a hacer asados en la terraza”. Ahora todo parece estar en su lugar. Cada vez que hay un piquete en la avenida Almirante Brown o en el Puente Avellaneda, las organizaciones los convocan para tocar mientras se corta la calle. “No lo llamaría militancia –explica Goy–, la palabra huele a sacerdocio; en cambio nosotros, como muchas otras bandas del tercer mundo, sóloacompañamos las movidas populares. A través de esas vivencias uno va armando una estética social. Siempre estuvimos metidos en esto y por eso nos ubican en un lugar de liderazgo que no pretendemos. Salir en los medios implica que alguien del barrio venga a proponerte movidas porque sos conocido. Nos hacemos cargo de tratar de transmitirle a la gente nuestro modo de vida que, si bien no es diferente del de los demás, tiene en común el hecho de vivir en comunidad.”
Además de tocar en los piquetes, hacen sonido en peñas y fiestas para recaudar fondos, colaboran con los comedores escolares y organizan fiestas para las organizaciones del barrio. Dice el cantante: “Les cuesta subir a la casa porque te ven gringo; pero los que suben, se integran (el pibe de la tapa de “Perfectos idiotas” trabaja en la estación de servicio de la esquina). Tratamos de brindar una cultura distinta para sacar a la gente de Canal 9 o de Radio 10, que están armando un cambio social muy fuerte que, si no se controla culturalmente, puede llegar a ser repulsivo”.
“La Casa” es también testigo de una reciprocidad cultural internacional. La banda realizó giras por el exterior, trabó amistad con Manu Chao, pero también con artistas y gente que visitan la ciudad. “Vienen europeos, yanquis... El otro día vino una austríaca que hace tatuajes marroquíes y nos prendimos todos. Es muy grato.”
–¿Hay similitudes entre la casa y los lugares okupa europeos que visitaron?
–Ellos están mejor organizados. En Alternasia de París hay una exposición muy rica con fotos y videos de lo que pasa en la Argentina. Nosotros tratamos de hacer algo parecido; exposiciones de cuadros, etcétera. Pero todavía no se ha gestado ningún movimiento cultural; simplemente tratamos de imponer una estética que implica tener una mente abierta. Trabajamos con un puré de culturas para tirar una onda que escape al snobismo. Acá suenan Los Pibes Chorros, Sepultura, Antonio Tormo y Marley por igual.
–¿La cumbia es una mierda o no?
–No... No tenemos problemas con la cumbia, pero tratamos de que se consuma todo, de que los pibes no sean víctimas de lo exigido por el barrio. Yo, como rockero, si me imponen la cumbia y el rock como el folklore del lugar, lo pateo. Me gustan porque sí. Acá vienen viejitas rock and roll a los que les decimos: “¿Les gusta La Renga porque les gusta o porque, si no, no son parte de este barrio?”. Acá es más rockero escuchar a Leo García que a Viejas Locas.