EVARISTO, EX LA POLLA RECORDS, AHORA CON GATILLAZO
Mohicano de una raza difícil de encontrar, punk antisistémico y voraz verborrágico contra todo tipo de dominación, el vasco Evaristo Páramos es capaz de despacharse contra las redes sociales (“Doña Rogelia ha sufrido una evolución / en vez de crucifijo usa un ratón”), asegura que no se ha gastado todo su dinero “en drogas” y es capaz de describir como pocos el rol del gran burgués a la hora de planificar el baño de un hotel de lujo.
› Por Mario Yannoulas
La saliva no terminaba de caer, espumosa, aferrada a la bocha del micrófono y los pelos de la barba. Evaristo la tomó con su mano, peinó el líquido desde la frente hasta los rulos como untándose gel frente al espejo, y siguió como si nada, montado en su sonrisa socarrona. Detrás de la lluvia de pollos, envases de todo tipo y cuerpos punks envasados en cuero y borcegos que se desplomaban entre las vallas y el escenario, los cinco hombres hacían lo suyo. Txiki, Angel, Butonbiko, Tripi. Y Evaristo Páramos. El de La Polla. Gatillazo ladraba el modesto telón de fondo. Y detrás de todo eso, un agente de seguridad fregaba una carilina contra su nariz, pintándola de rojo, con la expresión de quien teme que su honor parezca herido. Como el de un periodista que no consigue la entrevista que salió a buscar.
“No. Entrevista nada. Que me he encontrado con un amigo al que no le veía desde hacía diez años.” Las caras de algunos organizadores y el cronista languidecieron. “Vamos a ver qué podemos hacer. Vos viste cómo es”, se habían atajado un rato antes. “Esta es una banda socialista. Votan todo. Así que van a decidir cuántos vienen a charlar. Pero quédate tranquilo que vas a poder hablar.” “Todos esperan que uno esté haciendo una gracia... y yo hago caca”, juega, socio de la escatología, el hombre que marcó la historia del punk español y el mundo occidental con su música, pero sobre todo con sus letras atestadas de nihilismo, llevando aun más allá al No future de los Pistols. “¿Podés esperar y hacerla después del show?”
El hotel cuatro estrellas donde se hospedan es el mismo, el mismo día, donde descansa David Bisbal. Bienvenido DAVID. SIEMPRE CONTIGO. ARGENTINA FANS CLUB OFICIAL DAVID BISBAL. Y su cara dibujada al costado. “¿Viste el pasacalles? Lo colgué anoche.” “¿Y? ¿Te ha saludado el chaval? ¿Te ha dado bola o no te ha dado bola?”, irrumpe Evaristo en la puerta. “Jódeme, que no te ha dado bola.” La bisbalera contraataca: “Bueno... ¿nos sacamos una?”. “No tengo idea de quién es este tipo, pero me lo estuve cruzando toda la tarde”, susurra después de aquella foto absurda. “¿Quién es David Bisbal?”, aparece Sergio, parte de la organización de la gira de Gatillazo por la Argentina (que también incluye Córdoba y Buenos Aires), y enfermo de amor por Evaristo. “Lo quiero tanto como a mis hijos, te juro. Bisbal tendría que suicidarse al lado de este tipo. Los chicos lo volvieron loco toda la tarde. Está en la habitación 914, vayan de nuevo a romperle las pelotas.”
“¡Eeeevaristo...! ¡Eeeevaristo...!” Pablo Cono se molesta con el coreo temprano mientras trata de cantar en Mal Pasar, y pide más respeto. Cambia puteadas con uno y le promete rosca debajo de las tablas. Las puertas de Galpón 11, casi acostadas sobre el Paraná y custodiadas de lejos por el Monumento a la Bandera, sucumben ante la irresistible presión de un puñado de público sin ticket que hace cobrar a patovas y canas por igual. La puerta queda, desde entonces, abierta a la comunidad y al fresco.
En el pueblo vasco de Salvatierra, donde no nació pero sí se crió, Evaristo formó La Polla Records cuando caía el telón de los ‘70. Durante los veinticinco años siguientes se hicieron conocidos en los claustros del rock gracias a discos como Salve, No somos nada o Toda la puta vida igual, hasta que se separaron en 2004 por peleas internas a las que el cantante no fue invitado. The Kagas y The Meas desfilaron como proyectos alternativos transitorios hasta la afirmación de Gatillazo, el quinteto que encabeza desde 2005 hasta hoy, siempre con un sonido punk crudo y dentro de lo que algunos llaman “rock radical vasco”, espacio que compartió históricamente con bandas como RIP y Eskorbuto. Pero los temas que lo ocupan, puntos más, comas menos, siguen siendo los mismos. Así como en los ‘80 creyó ver la decadencia del mandato “Sexo, drogas y rock and roll” en manos del combo “Herpes, talco y tecno-pop”, ahora les agrega a las relaciones sociales la influencia de Internet y sus redes, que tejen un estado de dominación hiperpolicíaco, un panóptico digital en el que todos colaboran: “Doña Rogelia ha sufrido una evolución / en vez de crucifijo usa un ratón / sigue sin vida propia / pero ahora es más dañina. / ¡Mucho cuidado y mucha atención!”, expele desde Sex Pastels (Pinhead, 2008), su disco de estudio más reciente, que lo trae por América latina.
Es un tipo de cincuenta años perseguido por las paradojas. La incansable crítica a la sociedad en la que respira es la que lo llevó a ganarse la vida y un lugar dentro de ella, con admiración y respeto. Pequeños burgueses lo idolatran. Un grupo de Facebook lo propone como ministro de Educación para España. Quizá lo que más disfrute sea sentirse un grano que brota con fiereza donde no debería estar, una falla natural en una superficie que se pretende perfecta. “La verdad es que todo esto me da mucho placer, dices lo que te da la gana y encima con altavoces.”
–Me hago una idea y lo tengo en cuenta, pero me tiene que dar igual por qué viene o no la gente, o qué hacen aquí. Se supone que son mayores de edad y saben lo que hacen, no puedo pensar por los demás, tengo que estar de este lado de la barra. Me la suda por qué lo hacen, no les desprecio, ni les amo.
–Hombre, aparte de medio de vida, un tipo que se mete en un grupo y dice que no quiere que le vean, miente como un bellaco. Y ni que hablar del que canta o lo que sea que yo hago, pues ése es el más fantasma de todos. No falla.
Una vez llegado al Galpón intuye la presencia de unas pocas cámaras. Esos dedos a punto de dispararle. Entra en la sala hecha de biombos negros, incendia las conversaciones vigentes, asume el centro de la atención y se encuentra con un cable blanco en el piso, se agacha para levantarlo, lo manipula como los monos de Odisea en el espacio, exagera sus expresiones más desencajadas y alza la cabeza para juntarse con las lentes. Muestra los aros que penden de su oreja. Enciende un cigarro. Ahí se encuentra con ese amigo que hace diez años que no ve, y se fuga a camarines.
Entre los biombos está la melena oscura y la barba trenzada del mismísimo bajista de La Renga. Tete viajó junto a Silvina –su mujer, baterista de Q’Acelga?– para saludar a su amigo y quedarse al espectáculo. “Siempre nos movemos para verlo. Mañana vamos para Córdoba, y el sábado en Buenos Aires. Por algo es que tiene fanáticos en todos lados, es un loco bárbaro y se lo re merece”, apoya con la onda de siempre. Evaristo pasa, le da un abrazo y encara para el escenario. Tete va en busca de más malta rubia: “Recargo el vaso y vamos para allá”.
No hay prolegómeno, ni apagón de luces. Alguna indicación, detalles finales, un cigarrillo encendido y la marcha hacia el frente. Las cenizas parecen salir directamente de su boca. Desfila cómodo entre garzos y botellas. Toma el cigarro, lo eleva al cielo y cabecea contra el público.
Un set basado en los tres discos de Gatillazo –sobre todo el último–, más tres recuerdos de La Polla que hicieron realidad la promesa de las gacetillas: con Carne para la picadora –el primero de los tres–, el Galpón se convirtió en una auténtica caldera. Después de un trance de casi dos horas prácticamente ininterrumpidas, el cierre esperable llegó con el clásico Odio a los partidos, donde Evaristo deja en claro que prefiere la salida individual a andar comulgando con otros. O al menos así lo dijo una vez.
Un miembro de la crew española se acerca. “Tú tenías que hablar con él, ¿verdad? Ven. ¿Vas a grabar? Es un poco reticente a estas cosas. Mejor vamos y te pones a charlar así como si nada, hay que tomarle desprevenido.” “Ah, quedaban pendientes unas preguntitas, ¿verdad? ¿Tienes con qué grabar? Hace poco estuve en una radio y había un aparato que tenía un botón para la tos. Era un cuadradito blanco, con la luz roja de esas que dicen ‘Estás / No Estás’, y al lado un botón que decía ‘Tos’. Te-o–ese. No ponía puntos, así que era ‘Tos’ a secas. En ese momento el tipo que hace la entrevista me preguntó algo como que si la vida tiene sorpresas, y yo le dije: ‘Mira, me vas a perdonar, pero en este momento acabo de tener una’.” Sigue: “Una vez estuve en un hotel y entré a mear. Era un rollo de extrema izquierda, que un poco más a la izquierda ya caían el Coyote y el Correcaminos, pero eso sí, era un hotel que te puedes caer de culo. Me acuerdo de que tuve que bajar la tabla, porque en el agujero las rayas no se sujetan. Entonces vi que había un plástico para que cuando termines lo circules, así el siguiente no tiene que ver la gotita. Quedé flipado. El primer plástico lo quité bien, pero los niños y los ignorantes somos iguales... bueno, los niños son más listos, así que empecé a probar plásticos y dejé ahí un pequeño problema. Pero bueno, era un hotel de muchas estrellas, ya bajaría allí algún general. Gente tan fina y educada, cerdos con tan poca confianza, tío. Vas a casa de un colega y apuntas bien, e intentas tener un detalle: preguntas dónde está la fregona y terminas el asunto. Qué gente más maleducada, ¿adónde está el cerdo que tuvo esa idea? Que venga y me lo diga en la cara, que no me ponga el plastiquito ahí y se esconda como un cobarde. Que me diga: ‘Eres un cerdo, meas mal, y cuando cagas la marca de tus piernas no deja ese calorcito agradable que te libra de cagar en frío’. Vete a la mierda, ¿tú qué sabes si me ducho, subnormal? Perdón, discapacitado psíquico. Dime, chone, ¿llevas mucho tiempo con este aparato encendido?”.
226 canciones recolectó La Polla en su camino, más las 90 entre The Kagas, The Meas y Gatillazo, y desde Salve, primer disco en serio, que Evaristo dejó en claro sobre qué quería hablar: las instituciones religiosas, las relaciones de poder, la miseria humana... la “puta sociedad” a la que jamás le auguró grandes cosas. Que era cierto que se repetía, lo admitió varias veces. “Maldita burguesía / maldita sociedad / odio el dinero y cobro por tocar / soy un tipo decadente (meto mierda sin parar) / el sistema me utiliza (para despistar)”.
–Yo soy un vendido, pero poco. Hay un anuncio de un carro en el que aparece una especie de cantante de grupo de punk como si fuera de mi edad. Me sentí... no sé, una tontería, como solidario con el cantante del anuncio. Porque vendían una mierda de carro... bueno, sería un carro o lo que sea, pero una puta mierda, y salía un seguridad ahí con su traje negro, y el tío cantaba. Primero se limaba las uñas, se pintaba los ojos, se ponía los pelos de punta perfectamente, y salía como un hombre mayor ahí y decía “Maldita burguesía”, “Maldita sociedad”, “Odio el dinero”, y la cuarta frase ni mi hija pudo entenderla, que no está sorda todavía, y mira que vimos muchas veces el anuncio. Pero me dio un odio de la ostia porque... ¿sabes lo que pensé? Que el tipo que estaba filmando y haciendo el anuncio era el típico imbécil que en los primeros tiempos del punk, o como le quieras llamar, se ponía en una esquina del escenario y grababa una hora y media de plano fijo del concierto, porque si bajaba lo mataban. Es curioso porque ahora la gente que está en el mismo sitio que los que les partían la cara a los que filman, tiene un móvil y lo graba y lo pone en Internet. A mí lo que me parece es que eso ya es como la tienda de las verduras, que están las viejas ahí hablando de la vecina.
–Vamos a traducirlo bien: a mí me han visto el culo, pero no me lo han perforado. Por si me acusas de homófobo, es una forma de hablar de gente antigua, vamos a dejarlo ahí.
–A mí me da lo mismo lo que digas tú y cualquiera. Me has preguntado, soy una persona que ahora mismo está ligeramente drogada, pero tampoco me importa. Me acuerdo de donde nací, que era un 13 de junio y que hacía sol... me han dicho, porque todavía el calendario no lo controlaba bien. Bueno, lo del vendido no lo sé. Yo me encuentro muy bien.
-Lo del punk lo veo nada más que como una palabra que puede servir para comunicarte; pero no sé, es como decían por aquí en el fútbol: más que un sentimiento. No es como para explicar. Ha habido toda la vida gente que va en contra del sistema, del poder o como lo quieras llamar. Gente que no admite la dominación, y es que no me entra en la cabeza que haya uno que pueda ser más chulo que yo. No quiero ser más chulo que nadie, pero que alguien quiera ser más chulo que yo porque le da la gana y tiene una escopeta o un sistema de dominio... Toda la teoría de por qué no deben existir la policía, el poder, todos esos libros también me los leí, no me he gastado todo mi dinero en drogas. Estudiado estoy poco, pero he leído un montón. No ligaba mucho, entonces el tiempo que no invertí follando lo invertí leyendo. Yo estoy hablando contigo, pero me doy cuenta de que está esto encendido.
–No me molesta. Pero nunca va a ser lo mismo lo que hable contigo que lo que hable con este aparato. Bueno, tú sabes lo que estás haciendo. A que estoy pareciendo inteligente.
–¿Se trata de parecer?
–No, si cuesta un trabajo terrible. Yo creo que debe ser más barato ser inteligente de verdad, pero bueno... ¿qué pregunta me estabas haciendo? Te interrumpí.
–Esa era la idea (risas).
–Muchísimos. Lo sigo teniendo todo escrito, pero tiene que pegar con las musiquitas que vamos sacando, ésa es la tortura. Además me viene bien: cuanto más ruido metan los demás, menos se oye cómo canto de verdad, porque me he oído cantar cuando estoy solo. Cuando alguien me dice: “Cantas muy bien”, digo “sí” (se ríe). ¿Qué quieres que te diga? Me río en la intimidad.
–Ah, sí. Me la he jugado, ¿verdad?
La charla se disuelve de repente. “Hay un colega que ha venido desde Colombia”, anuncia uno de sus allegados. “¿Por qué has venido desde allí?” Se le acercan los hijos de la gente que pudo pasar al camarín y le piden que firme remeras con su caricatura. “Siempre quieren que escriba sobre mi pelada, pero no, voy a firmar sobre la nariz”, reta, a poco de irse al hotel, y entre cervezas a medio tomar. “Mi hija se llama Lur, que en euskera quiere decir ‘Tierra’. El chico se llama Ibai, que significa ‘Río’. Muchas veces han viajado conmigo, nada más que ahora me he desjuntado y vivo dentro del mismo campo de fútbol. Sí, entre mi casa y el campo habrá cien metros como mucho. Nada más busqué un sitio para alquilar, pero en mi pueblo son pijos hasta las piernas, creen en la teoría de los escalones, que están por encima tuyo. Como ese que en la fábrica gana veinte pesos más que tú. Y el que tiene un carro que te adelanta un poco porque tiene un poco más de aceleración. Esos son mis vecinos, mis compatriotas. Es gente más de vender el piso que de alquilarlo para que después pierda valor y se meta la gentuza. Son muy educados. Es como el que usa el lenguaje respetando a las mujeres y te llama machista porque dices ‘Hijos de puta’.”
–Es la que me ha tocado. Que se joda el siguiente: a mis niños les tocará vivir en una peor. No lo pensé, simplemente... mi idea sobre los hijos era que en esta sociedad tener niños era de gente tonta o mala, pero llega un momento en que te tienes que comer tus palabras porque encuentras la persona adecuada, y vas y los tienes. A los dos los tuve de jugada elaborada, nunca de penalti. Además están un poco creciditos y les veo que se apañan en el mundo que les ha tocado, son listos por parte de madre. En fin, la sensación que te queda puede ser cualquiera.
Asediado por una decena de fanáticos que lo alcanza para sacarse fotos, Evaristo logra subir a la camioneta. Repite su teoría de los escalones frente al hotel. “Bueno, te dejamos tranquilo”, le proponen, y él acota: “No, no. Esta charla se termina cuando lo diga yo”. n n n
* Gatillazo se presenta este sábado con Mal Pasar, Sepulcro Punk, Rolo & Los Fucking Adictos y Superuva en el Estadio Cubierto Malvinas Argentinas, Gutenberg 350, Capital. Desde las 18.
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