ART FUTURA: EL FUTURO LLEGó... LA SEMANA PASADA II
Es considerado el “Andy Warhol de la web” por haber registrado la pérdida de la intimidad antes de Facebook y Gran Hermano.
› Por Federico Lisica
El comienzo del documental We Live in Public promete: “Esta es la historia del pionero más grande de Internet del que jamás oíste hablar”. En los títulos finales se ve la dedicatoria a Marcel Duchamp. Quien cubre el tiempo restante es Josh Harris. Una de las personas que –entre mediados de los ‘90 y comienzos del nuevo siglo– anticipó lo que harían las redes sociales. El consabido tema de la pérdida de la intimidad a costa de relaciones digitalizadas. Con Pseudo.com –primer canal de TV interactivo ensamblado con video streaming y dial-up–, Harris ganó 80 millones de dólares. Luego ideó Quiet. Metió cerca de 100 personas en un bunker neoyorquino bajo una consigna: “Todo es gratis, excepto el video”. En la megaperformance, los encerrados podían tener sexo, disparar con metralletas, confesarse frente a un experto de la CIA y derrapar en cámara. Con su tercera invención –la que le da nombre al film– logró su propio Truman Show. Corría 2001, el año que explotó la burbuja digital, y entonces Harris se quedó alienado, sin novia y casi sin un morlaco. Menos de una década después –despreciado por YouTube, Facebook y MySpace–, promete volver. Hasta ahí el film. La charla con el NO se inicia con un viejo deseo: “Si tuviera 14 años, tendría mi grupo. Pero no sería una rock band, sería una net band. Más que instrumentos tendríamos conexiones con nuestros amigos virtuales. Como el control operativo de CNN. Y de ahí iría clickeando lo que los demás verían. Lo que me piden, se los doy”.
–Los llamo “conciertos culturales”. Se dará en muy pocos años. El mayor cambio será que quien esté sobre el escenario orquestará los signos de los asistentes y se los amplificará a los virtuales. Te va a volar la mente. Cuando vayas a esos recitales, ya vas a conocer previamente a todos, porque estuviste en sus cuartos tocándoles la nariz. La intimidad en los viejos conciertos era a través de las drogas. La nueva droga es lo virtual.
Harris no se considera un performer, ni un entrepreneur 2.0: dice que va a crear la Factory que soñó Andy Warhol en el Centro Pompidou, sueña con otro proyecto llamado The Wired City y se define como “uno de los artistas más grandes del siglo XXI”: “Pablo Picasso dibujaba deconstruyendo a la gente, yo les doy una nueva singularidad, de hecho ya no existe el humano, somos singularidades conectadas... y voy muy bien hasta ahora”. Mientras lo cuenta, el cigarro que tiene en su mano no le tiembla ni un poco. Toda esta excentricidad andante fue captada en el film de Ondi Timoner (ganador en Sundance). A Timoner le gusta el pulso urgente, los trapitos sucios, el drama a la Spinal Tap y por momentos uno no sabe si reírse o desconfiar de este tipo que habla sin parar ni pestañear. Además de su ascenso y caída estrepitosa, en We Live in Public está el aislamiento infantil, su obsesión con La isla de Gilligan y el alter ego (un clown tan terrorífico como el de It) con el que se presentaba a las reuniones de su empresa. También su posible redención en Etiopía. “Allí tienen la cultura más ancestral del mundo, es el último lugar donde hay humanos verdaderos”, confiesa.
–No. Pero lo que Mark (Zuckerberg) y yo vimos es esto: la privacidad está muerta. Y no es un problema. El verdadero conflicto es que estamos perdiendo nuestra individualidad. Tenemos mundos tan pequeños a nuestro alcance que nuestro cerebro se fractura. En diez años vamos a ser multiprocesamiento para la web.
–Lo fuerte es que quienes más me observan no es la gente en su casa, o en el cine, sino el gobierno federal. Y, loco, son buenísimos en eso.
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