Jue 12.12.2002
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LA MUSICA DE LOS PIQUETES

Escuchémonos nosotros mismos

POR INA GODOY

Para Rosa y Abelardo, el piquete es, en principio, un terreno de lucha. Pero también es la musa y el escenario de sus canciones. Ninguno tiene su material a la venta y es por eso la inmediatez con que la música sea difundida. Abelardo sugiere que “en eso radica la juventud de lo que hacemos, reflejamos lo que nos toca vivir hoy. Las canciones que hacemos a diario están en nuestras cabezas, el único riesgo de no grabar discos es la pérdida de ese material”. Pablo tiene 24 años, y se encontró con Rata Blanca, Vox Dei y León Gieco a finales de los años ‘80. Ahora, en el 2002, asegura que Huestes de la Resistencia –la banda que integra– supo aceptar su gusto por el heavy metal a la par de una militancia social. “Gieco es ése que, aunque es grande como el monstruo de su canción, sigue al lado de las Madres de la paz, la libertad y la dignidad. Gracias a él y a otros que –como nosotros– estamos ocultos, pero estamos; los que esperan una respuesta de vida, encuentran al menos una mano tendida.” Sus compañeros de Huestes -Juan, Daniel, Fernando y Ariel– lo acompañan para tocar en los escenarios piqueteros, pero Pablo asume el compromiso mucho más activamente: “Hay un antes y un después de mi encuentro con el MTD de Florencio Varela; antes esperaba una marcha para irme de picnic. Después, un día de lluvia en Lanús, conocí a Darío Santillán, y meses más tarde lo mataron. Ese 26 de junio en Puente Pueyrredón, en una mañana ventosa y fría y tras el encontronazo con la yuta, buscábamos nuestra bandera y veíamos a los niños y a las mujeres llorando... Todo fue tan despacio ese día”.
Si es por antigüedad en el oficio, Abelardo Martín (Futrade) cantaba en los primeros cortes de la Ruta 3, en La Matanza. Su vida fue, desde que empezó, un verdadero maratón de contratiempos, que él resume como un índice, entre irónico y distraído: “A los 11 meses me agarró la polio, zafé de que me queden secuelas neurológicas, pero se me atrofiaron los músculos de las piernas y tuve que usar muletas hasta los nueve años; después me operaron. A los 20, un tren arrastró el 4L que manejaba y si no fuese por la prótesis (una especie de sostén externo que le recorre toda la pierna) me rompía entero. Unos años después, cruzando la misma vía en bicicleta, me arrastró un auto. Las dos más jodidas: un colectivo no me vio en la parada y me pasó literalmente por encima, y zafé del alcohol, la más difícil quizás”. Con la misma intensidad, un día se ganó un auto en una rifa, lo vendió y reservó una parte para grabar un disco. En Postales de vida hay un puñado canciones testimoniales de un incansable itinerario.
No les gusta la cumbia villera, contra lo que podría suponerse. Rosa ha compartido escenario con Damas Gratis y eso le ha servido para tenerlo en claro: “Uno de ellos me preguntó por qué no me dedicaba a la cumbia villera, y le dije que eso no es villa sino mentira, que deberían contar lo que sucede de verdad y dejar el boludeo. Pero están enfermos, no pueden ver que en sus contratos ellos forman parte del pago”, afirma. Rosa Marina Huerta tiene 28 años y hace diez que empezó a cantar. Nació y vivió hasta los dos años con su familia, en la ciudad de Montevideo. Luego vinieron a la Argentina. Así fue como llegó a La Matanza y desde ahí, hizo sus primeros viajes al interior, costumbre que –sabe y dice convencida– jamás abandonará: “Quería ver qué pasaba, aprender de la gente, porque siempre creí necesario conocer la realidad que se pretende cantar”. A pesar de tener cierta facilidad para escribir las situaciones que vive y volverlas canción, a Rosa le cuesta mucho cantarlas y más aún venderlas. “No me gusta pensar que el piquete puede ser un medio para vender mi música. No me interesa porque creo que, comercialmente, el camino es otro. De mis principios no me muevo, porque llevo un mensaje y eso es difícil de entender.” Unos días antes de cantar, Rosa suele recibir lo que alguien tenga para decir, y así le llegan muchísimos papelitos desordenados que, luego, se van volviendo canción. “Es importante que puedan expresarse y escucharse, es una práctica saludable porque parece que el micrófono también es de unos pocos y eso no es más que poder. Los supuestos dueños del saber han demostrado lo contrario. Empecemos a escucharnos a nosotros mismos, que seguramente sabemos más.”
Entre los grupos que concurren a los piquetes sin pertenecer de manera activa, Santa Revuelta es uno de los nombres que siempre aparece. Empezaron hace cinco años como “una banda anti-estrella, de música bailable en boliches a las tres de la mañana”, cuenta Aníbal Kohan, compositor y cantante. El proyecto los fue llevando primero a las villas y, de ahí, directo a los piquetes. “De la formación original sólo quedamos Carlos de Hoz y yo. Por carencia de transportes, sonido o negativa de nuestros músicos, nos acostumbramos a ir de a dos con una guitarra, y el resto de la banda en un CD. Pero acá lo importante es que la gente aguante. El lugar para cuidar nuestra calidad es el estudio de grabación, no el piquete.” “Ver salir a la gente con sus hijos de las carpas para pararse frente al escenario y escucharte en el más intenso silencio, no tiene precio”, asegura Rosita. Abelardo asegura que su deseo “es provocar la misma fuerza para resistir en la lucha que ellos me dan, toda esa gente se me metió adentro”. Para Santa Revuelta, “en los bailongos piqueteros, con la sonrisa desdentada de sus jóvenes y las matronas que ríen con chistes verdes, conociendo la tenacidad que tiene esa gente en otros momentos, nos hemos reconciliado con la Argentina”.

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