Jue 24.03.2011
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ROCKEROS QUE INVADEN TRIBUNALES

La mancha

› Por Alejandra Dandan

No todos los Tribunales son puntuales con los horarios, pero los de San Martín obligan a las desveladas. A las nueve y media de la mañana, en punto, suelen abrir las puertas para empezar a ordenar el tráfico de los que llegan para las audiencias. A esa hora es posible empezar a ver, entonces, una hilera que se va formando frente a un vallado. Una fila que, como toda fila, es un mapa, un punto de exploración, una muestra sobre lo que aparecerá probablemente del otro lado. Entre los primeros que aparece suele estar el viejo Lagarone, uno de los antiguos militantes de la JP de Escobar, barba blanca y laburante; alguien que estuvo secuestrado hace años, en los primeros días del golpe de Estado en la comisaría de Escobar, adentro de un camión celular, con el padre de Manuel y Gastón Gonçalves.

Con su enorme barba, el hombre va recibiendo a los que llegan, como si cada quien fuese parte de una misma trama, como si esos dolores tan viejos lo hiciesen parar en ese lugar. En fin, después suelen llegar en tren o en coche —lo que consigan— algunos otros sobrevivientes de Escobar, algún peronista, otro socialista y viejos militantes de la época cargados de carteles. En ocasiones aparece un grupo de estudiantes secundarios de una escuela de la zona, integrantes de los núcleos más politizados de una escuela de San Isidro. Llegan a escuchar relatos de lo que sucedió con alguno de los padres de sus amigos o de algún pariente poco conocido. Ahí, en ese acordeón de buzos y camperas acomodados en son de espera, desembarcan cada tanto muchachas y muchachos de pelos rasgados, multicolores, que mezclan las miradas más remilgadas entre alguna bandera, los overoles de los portuarios o abogados. Los pantalones chupines y los amuletos de ropas negras se acoplan a la hilera para sostener durante el resto del tiempo los sueños de la espera.

Suelen pararse alrededor de Gastón y de Manuel, anudándose como en un cerco, rodeándolos como una casta de protección. No hace falta preguntarles nada para saberlos parte de esa generación de músicos del rock que llega a plantar presencia, y a convertir de algún modo en escenario ese espacio que se abre en un descampado de José León Suárez, en las afueras del anfiteatro municipal donde se desarrolla el juicio a Luis Abelardo Patti desde hace meses. Poco después, cuando el Tribunal Oral Federal Nº 1 de San Martín da por comenzada la audiencia, los músicos se acercan para sentarse en las butacas de la sala, una sala que como es un anfiteatro queda a oscuras mientras se prolonga la audiencia y donde el escenario aparece como el único punto iluminado. En ese momento es cuando entonces sucede que ya nadie sabe bien quién es quién. Cuando las formas de la fila de la entrada desaparecen, cuando todo se confunde con todo porque todos somos siluetas que generan un bloque compacto, una amalgama, una sola mancha negra expandida en la sala. Desde el primer día del juicio, la Comisión de sobrevivientes y familiares de ex detenidos de Campo de Mayo coloca en la primera fila de la sala las imágenes de los desaparecidos. Son dos hileras de presencias de imágenes en blanco y negro que quedan esparcidas en la sala antes de comenzar cada audiencia. La mancha negra, entonces, aparece después, desde la tercera fila hacia el fondo, cuando la sala se convierte en un profundo segundo escenario.

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