BABÁSONICOS PRESENTA A PROPÓSITO, EN EL QUILMES ROCK
La banda acaba de publicar su décimo disco oficial en veinte años de historia, sin haber pisado jamás una sala de ensayo. La mutación, la fantasía y el delirio constante de un quinteto de ganadores del pop en una cruzada eterna
por la dignidad del vértigo. ¿Qué le pasó a mi rock and roll y con qué se confundió el público de rock?,
son sólo algunos de los interrogantes a los que Adrián Dárgelos y Diego Tuñón se entregan en esta extensa charla.
› Por Luis Paz
¿Es Babasónicos la última banda joven? Superficialmente, no: cientos, miles de bandas de jóvenes han tomado los escenarios en las últimas dos décadas. Pero analizándolo con cierta profundidad, Babasónicos sí es la última banda joven en haber entrado al Parlamento del Rock y en haberse mantenido allí, con constancia, en los últimos diez años, desde Jessico hasta el flamante A propósito, una nueva entrega que pone a jugar al delirio de siempre con ciertos mutágenos novedosos. Si la juventud es el espacio de lo concreto desde donde el vacío del futuro todavía asusta, pero por igual motiva; si el cambio de piel, de voz y de actitudes son ejes de la juventud; si la no complacencia, la no concordia con la imposición y la puesta en duda constante de los propios pilares morales son actitudes jóvenes; si el sudor, el baile y la pérdida en la muchedumbre son quimeras jóvenes; si el joven es, sobre todo, un desposeído de sentidos que debe hacerse cargo de explorar los conceptos y armar su propia aventura, pues no quedan entonces demasiadas dudas de que Babasónicos es la gran banda joven de los últimos 20 años. Quizá sea una contradicción lógica y la juventud se corte mucho antes que en 20 años. Pero, como dice Dárgelos, “¿qué importa la lógica, si todos admitimos que el rock es fantasía?”.
Adrián Dárgelos: –Primero, en que yo sólo sé hacer eso; entonces, ¿cómo no voy a hacer un disco? Pero también lo hacemos porque las ideas tienen un tiempo y vencen, porque el mundo será más cruel dentro de dos semanas. Lo que era provocador hace dos años, ya no lo es, porque la realidad se va superando, el conjunto de actitudes y de conductas va avanzando, y se van generando nuevos estándares de moral en los que lo anterior ya no provoca.
A. D.: –El grupo responde siempre a la realidad de la coyuntura. A propósito tiene diez títulos, diez canciones, que traen un montón de puntos de vista y de personajes que salen de mi choque con la imaginación. Y lo que hace el disco es ponerlos a discutir con esa realidad, claro.
A. D.: –A veces con cinismo, a veces con cretinismo, a veces con humor. Al menos logré en este disco que no me digan que sueno irónico. Si sólo hay cinismo, te estás riendo desde otro lado, no estás sucio, no estás en el chiquero. El cretino está en la porquería, no está exento de ella. Creo que sobre todo hay un humor, aunque esos personajes no se estén riendo de las cosas que pasan. Ni nosotros, como músicos, nos estamos riendo de eso.
A. D.: –Eso te pone en un desafío nuevo: ¿cómo obtener un punto de vista loable, digno y provocador cuando la poesía que yo podía disfrutar está en cualquier lado, hasta en los conductores de televisión? Yendo más lejos que ellos, que se mofan de la realidad, mientras que yo imagino cosas que ni suceden. A propósito versa sobre la mutación, el delirio y la fantasía. Mis personajes están inventados y conviven con otros mediante una actitud de heroísmo. Son, también, más sobrenaturales. En sus horas de encrucijada no hay otro humano que les haga de oyentes, porque están entretenidos por la realidad. Entonces toda la discusión de ellos se da dentro del delirio.
A. D.: –Lo que pasa en este disco es que hay mutación: los temas tienen codas, mutan sin explicar el porqué de su mutación. Esa mutación está en las letras, también, donde los personajes cambian de género o de edad, o se cambia directamente de voz narrativa, y no se explica por qué sucede. Encontramos una veta diferente y la profundizamos. No hay mucho de eso. Estaba rastreando el fenómeno, pero es muy pequeño hasta en la literatura. Tenés Orlando, de Virginia Woolf; o Jacobo el mutante, de Mario Bellatín; algunas cosas en El tercer policía, de Flann O’Brien; o en Los versos satánicos, de Salman Rushdie. Pero es algo muy menor en la literatura. El problema es cómo actúa la mutación, que no explica cómo lleva a algo de un lado al otro. Tenés que aceptarlo como un mazazo. ¿Por qué? ¿No es lógico? Qué importa la lógica, si estás aceptando que esto es fantasía. Vimos esa mutación y le agregamos fantasía y locura. Y la suma de ellas da delirio.
A. D.: –Son rasgos de autor que no puedo sacarme. Me gustaría escribir como otro. No estoy conciliado con no poder salirme de mí, pero en este disco encontré una forma narrativa nueva donde fui más el médium que un factor enunciador. Entonces las ideas aparecen, chocan y se pegan con otras, tienen un encuentro más brusco, pero que se entiende. Estos títulos no persiguen un deseo: acá el deseo es atravesado por la imaginación.
Diego Tuñón: –Esa imaginación ocurre en el plano armónico, en lo musical, también. Adrián y Mariano (Roger, guitarrista) tenían un grupo de canciones antes de grabar. Lo que nos gusta es descomponerlas, orquestar y combinar esas piezas de modos diferentes. Es muy notoria la búsqueda que encaró Panza (Castellano, baterista) en este disco. Diego (Rodríguez, guitarrista) también encaró las guitarras desde la no ortodoxia. Alguien nos hizo ver que en este disco nadie toca acordes: hay una melodía, un swing rector, y cada uno va apoyando otras melodías allí, pero siempre de un modo irracional. No apoyamos lo clásico. Sí el swing y la velocidad.
A. D.: –Somos buscadores. Y como tales no sabemos qué buscamos, pero somos conscientes de que nuestra profesión, esto por lo que se nos respeta, es buscar; quizá más eso que hacer música. Ya grabamos como 300 canciones. ¿Cuál es el motivo? Bueno, el motivo nuestro siempre es el hambre. Salimos de expedición y traemos canciones. Lo que a mí me maravilla es que antes no había nada, había silencio, y luego de cierto número de días tenemos 22 temas, por ejemplo. Lo hermoso es que lo creado es envase de sensaciones, la canción es el envase de algo que se transporta, que impregna en vos y que te deja la noción de que entendiste algo o nadás en ese entendimiento que te da, eso que provoca tanto regocijo y que es tan espléndido.
A. D.: –Si sos buscador de oro, sabés qué buscar. Acá no sabés por dónde empezar, estás parado en el desierto del silencio y buscás que algo te eleve. Hay cierta elevación mágica que no la provoca nada, y este mundo es mezquino y miserable, y casi solamente la música te da esa elevación. Pero qué poco, en toda la cultura, genera esa situación. Qué poco.
A. D.: –En Mucho había diez sobre diez: todas las canciones la tenían. En A propósito también. Por eso estoy tan apasionado por los discos nuevos de Babasónicos. Los discos viejos no tienen un porcentaje tan alto de acierto, aunque no hubiésemos podido sobrevivir sin ellos. Lo sorprendente desde Jessico es que hay un 90 o 100 por ciento de eso en los discos. Hay personas a las que no les gustan estos discos, pero eso ni me importa. Lo indiscutible es que salgo hacia una cruzada por la dignidad y el encuentro de sensaciones y, básicamente, lo logro. Porque lo que te muestro en un disco, te lo muestro porque siento que lo encontré. En eso yo no miento.
A. D.: –Para nosotros es salir al todo por el todo. Para nosotros, los discos son esa cruzada épica por la dignidad de salir al encuentro del tiempo mágico. Parece medio pelotudo dicho así.
A. D.: –Este disco va a condicionar a todo. Ya empezamos a manejar la retrospectiva del repertorio que se une a esto y el sábado (en el show del Quilmes Rock) vas a empezar a ver la dinámica que agarran. Tocaremos tres títulos de este disco y traeremos canciones viejas a colación.
A. D.: –Puede ser por la falta de Gabo que te parezca que comparten un swing similar. Con Gabo podría haber habido otro desarrollo del swing. No me molesta esa transversalidad, pero podría haber sido distinto. No excuso, de todos modos, que éste sea un disco menor. Para nada. Es muy loable cómo la banda, en plena crisis de la pérdida, enfrentó el desafío.
A. D.: –Más que nada, el problema era cómo hacer que el disco no tuviera un acento métrico redundante en las melodías y las letras. Es algo que la canción tiene, y más la canción argentina...
A. D.: –Bueno, este disco no contiene la palabra amor. Eso podría ser un sticker para la tapa del disco.
A. D.: –Honestamente no nos damos cuenta del nivel de prolijidad de un show. Somos unos locos haciendo shows. Vi a Echo & The Bunnymen en el ‘98, haciendo Killing Moon, y no erraban nada, era aburrido. Pero nosotros tenemos swings raros: si te perdés en Pendejo, trastabillás y es delirante volver a entrar bien. Quizás estuve más errático, pero me divertí mucho.
D. T.: –Además, qué aburridas son las bandas sin problemas, las perfectas.
A. D.: –No fui a ver a U2, pero fui a una suerte de fiesta íntima que dieron para 50 amigos británicos que se trajeron en sus mil aviones. Eran ellos, los Muse, sus amigos y dos argentinos. Uno era yo. Y en un momento, Bono me cuenta que The Edge estaba enojado. Y alguien le pregunta por qué y resulta que uno de los tipos que están abajo del escenario manipulando los efectos no había logrado el sonido que él usaba en esa canción. Era algo intrascendente, una cosa mínima. Si nosotros erramos, se nota mucho.
A. D.: –No quiero hablar de eso, no quiero ser acusado de no ver lo que está pasando, pero sentí que no había nadie que se rebelara contra nada. Yo saco discos hace 20 años, soy uno de los más viejos ya dentro del rock. Pero me llama la atención que no aparezca un Babasónicos cada tres años. ¿Por qué no hay una generación que nos cite como influencia?
A. D.: –Pero eso es viejo. Es como era cuando arranqué yo decir que Los Beatles eran una influencia. Once años me separan de Virus, una banda que yo idolatraba, pero a los chicos de ahora los separan 30 años de ellos.
D. T.: –El revisionismo empezó con el CD, nosotros fuimos la primera generación que tuvo que competir contra la historia del vinilo. Y la última generación que vivió el fenómeno del rock.
A. D.: –Si no entraste en la última ventana de ingreso al rock, es como que no existís. Los que acomodan las bateas de discos ponen Babasónicos, Miranda!, Arbol, Kapanga y no tienen qué mas poner. Tienen a Los Abuelos de la Nada, que no producen un disco desde el ‘89, pero no entró nada más. Es como si el rock se hubiese quedado congelado. Es algo peligrosísimo. Hace unos años se vino el meta-rock y nos pusimos a hacer Infame porque no queríamos ser parte del meta-rock, del rock hablando del rock. No sé, hablo de Black Rebel Motorcycle Club, Kings of Leon, los Cooper Temple Clause. ¿Qué carajo era eso, Creedence treinta años después? Hay una tendencia mundial que dice: “Yo no viví eso, pero estoy en ésa ahora”. Entonces hay góticos treinta años después de la música gótica. Es algo que me pregunté.
A. D.: –¿Desde cuándo uno tiene que andar con una cámara en el bolsillo todo el día? No era una conducta cultural ésa. Eso viene de un producto que agrega un marketing, que impulsa una conducta de consumo, que se hace cultura. ¿Y ahora? Son infaltables las cámaras. Encima que no ven nada de lo que filman, sólo unas lucecitas desde lejos, yo los miro a los ojos y les canto y se pierden ese momento. Es algo que me pregunto en el show.
A. D.: –La catarsis es un gozo imposible para uno solo. Está en el cantar, el moverse transpirado, en estar recibiendo la sensación de la magia sin envase, cuando la música abraza todo y la multitud es una cosa única.
A. D.: –Por mí, que se comporten como quieran, porque conmigo no se comportan peor que así. En 20 años no me han prendido bengalas, tal vez alguna acá o allá, pero nos es algo ajeno. Yo me di cuenta en el primer disco que si seguía haciendo una música que tendía al hardcore y al mosh, no me iban a ir a escuchar: iban a ir a saltar y nada más. Entonces cambié. Me fascina que la gente se vuelva loca y baile descontrolada, pero no quería un show de varones adelante peleándose entre sí.
A. D.: –Para algo sos el factótum de tu idea de banda de rock. Vas tirando la que te gusta y a los que no les gusta, que no te vayan a ver. Eso no lo hacés por la plata sino porque te gusta. Así no estás preso de la voluntad irracional de tu público porque necesitás su dinero; vos le bajás la línea al público, proponiéndole el entorno donde ese público festeja. Me hace sentir incómodo hablar de bengalas, porque justamente soy de los que habla desde afuera. Atravesé 20 años sin bengalas. Pero también atravesé 20 años sin que nadie me pintara un “trapo”. No tuve nada del sistema del “trapo”.
A. D.: –Algunos se vieron beneficiados con que la taquilla se movía más. Pero, ¿por qué el público tiene que ser protagonista? ¿Cuándo esa idea fue concebida y arengada, como para tener tanto éxito? ¿Por qué hay que ser un público orgulloso y pensar “qué gran público que somos”? No sé. O sé, pero queda feo que me ponga a decir: porque los demás hicieron esto, esto y esto. Está bien, reconocen que Babasónicos nunca lo hizo, eso me basta. Y luego hay que ver dos cosas. El público no puede hacer una autocrítica, la sociedad no puede hacer autocrítica, no tienen capacidad para hacerlo, la autocrítica la puede hacer cada uno. Vos te podés pensar a vos mismo, la sociedad no puede pensarse a sí misma. Y después, tampoco es que en masa el público hace eso, tampoco se puede acusar al público de rock de haber conducido al rock a todo esto. El problema es de unos pocos que se quedan con una idea tan rara que genera pelotudeces como la que mató a Miguel Ramírez. Para mí el público de rock es el millón y medio de personas que con cierta frecuencia va a ver espectáculos de rock. Y dentro de todos esos, algunos entendieron cualquier cosa. No sé por qué, pero me lo pregunto.
* Babasónicos toca el sábado 21 de mayo en el Quilmes Rock (GEBA, Marcelino Freyre 3831, a las 21).
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