KRóNICA DE VIAJE
Mientras el fútbol se rinde a sus pies (vaya lugar común), algunas viejas generaciones añoran un pasado comunista y las nuevas huestes esperan en la puerta entrar a la Comunidad Europea. Si es que ésta no se desarma antes.
› Por Matias Franchini
Empezó la Eurocopa, y entonces el torneo futbolero más importante después de los mundiales representa un buen motivo para darse una vuelta y preguntarse cómo se vive por uno de sus países organizadores: Ucrania (el otro es Polonia). Parte de la Unión Soviética hasta hace dos décadas, la tierra que vio nacer a Leon Trotsky es un verdadero mundo aparte en el que conviven imágenes que transportan a la etapa sovietista y cierta nostalgia por algunas virtudes de aquel sistema, con las ansias y la necesidad de las nuevas generaciones de profundizar el proceso de integración al mundo globalizado, soñando con el Estado de Bienestar de la juventud de Occidente y esperando la chance de hacerse la América en un país con más futuro. Pues bien, nada mejor que inmiscuirse en usos y costumbres de jóvenes (y adultos) en esta tierra de bebedores entrenados, mujeres infartantes que se saludan con un beso en la boca entre amigas, gente cálida y abierta que en general hace malabares para sobrevivir y llegar a fin de mes, y en la que aún perdura un pasado que invade el presente bastante seguido. Allá vamos, pasen y vean.
“Yo tenía 6 años en el ‘91, y recuerdo apenas algunas imágenes de cuando la gente salió a la calle a festejar la independencia. Después, con el tiempo, muchos se fueron dando cuenta de que antes estaban mejor, que se manejaban e inculcaban otros valores morales. Pero mi generación no vivió nada de aquello, nos tocó esto, y lo único que queda es mirar para adelante para no quedarnos afuera del mundo”, cuenta Danylo Koicheva (26), que trabaja en un McDonald’s de Kiev a cambio de 280 dólares por mes. Ser parte de la cadena de hamburguesas es un muy buen trabajo para cualquier joven ucraniano. Quizá justamente un signo de esas ansias de consumir y globalizarse sea el hecho de que los locales de la empresa norteamericana son un boom y están abarrotados de gente a cualquier hora del día, en cualquier lugar de Ucrania. Aunque la nostalgia está, sobre todo en los adultos: se estima que uno de cada dos ucranianos cree que se viviría mejor si aún existiera el bloque y el país fuera parte del mismo.
Pero el sovietismo aún perdura más allá de las palabras y de las ideologías. La primera postal cuando se llega a Kiev, y en el camino entre el aeropuerto y el centro (unos 30 minutos), la representa un sinfín de los clásicos monoblocks sesentosos que uno apreciaba en los films, ya grises y descuidados, uno al lado del otro, en una ciudad inmensa, con calles en las que coquetean los vigentísimos Ladas con un parque automotor ya viejo, de los ‘90. Los tranvías son ruidosos y cargan varias décadas encima, al igual que los trenes. Pero no sólo en las construcciones y en el transporte se respira aire soviético: entre monumentos de Lenin, en las vestimentas casi no hay colores fuertes, y el estilo también parece trasladarnos a otra década. Otro rasgo es que no existe la cultura de atención al cliente, aun en dueños que se encargan de sus propios negocios: el maltrato al consumidor es notable y omnipresente.
Y luego, en la televisión, en los diarios, incluso en el imaginario popular, todo gira alrededor de lo que sucede (o no) allá arriba, en Rusia: sí, para la mayoría de los ucranianos, el resto del mundo es algo lejano, desconocido, casi inalcanzable, y que por ende no merece demasiada atención. De regreso a oktubre.
Inicialmente debería mencionarse que se trata de la segunda república más grande de la ex Unión Soviética, con casi 46 millones de habitantes, y también del segundo país en tamaño de toda Europa (su superficie únicamente es menor a la de Rusia). Se (neo)independizó en agosto de 1991, tras 72 años de llamarse República Soviética de Ucrania. Otros datos: su economía se basa en la industria –tiene vastos recursos mineros y es el cuarto productor mundial de acero– y en la agricultura, aunque tras la caída del comunismo se contrajo gravemente y perdió competitividad. Actualmente enfrenta una grave crisis demográfica, con altas tasas de mortalidad y muy bajas de natalidad, y el desequilibrio también es político, con altísimos niveles de corrupción. Además, tal vez debido al énfasis que la Unión Soviética puso sobre el acceso total a la educación para todos los ciudadanos –que continúa hasta el día de hoy–, la tasa de alfabetización es de 99,4 por ciento.
El alto nivel de necesidades en su población y su bajo grado de desarrollo la torna muy distante de los índices de la gran mayoría de los países de Europa Occidental; estamos ante uno de los países más pobres, donde gran parte de los ciudadanos trabaja para sobrevivir. Para colmo, el resto del continente los excluye, los desintegra en la época de la integración. Postales: un sueldo promedio para un empleado de supermercado, por ejemplo, llega a los 250 dólares mensuales. La esperanza de vida de los hombres es de 61 años: se fuma muchísimo, se bebe a granel y se hace vida sedentaria. Viajar al exterior es un imposible para casi todos, por los costos y porque requiere de una visa para la gran mayoría de los destinos. Se calcula que recién en una década el país podría cumplir algunos de los requisitos para estar en lista de espera y poder ingresar a la Unión Europea.
Claro que la contracara de ese casi 90 por ciento de la población que sobrevive día a día sin grandes chances de progreso ni capacidad de ahorro, es el restante 10 por ciento que pasa sus días entre el lujo y la ostentación, fruto de una riqueza mayormente acumulada en los años inmediatos siguientes a 1991 y tras la caída de la URSS, en base a negocios no siempre claros y muchas veces asociados con actos de corrupción.
Aunque, opuesto a lo que podría suponerse, no existe el resentimiento ni la inseguridad para con los más pudientes: el acto habitual del ucraniano rico de estacionar un Mercedes-Benz en la puerta de una discoteca o restaurant, entre aceleradas y excentricidades, y ante la mirada de sus compatriotas menos opulentos, no despierta rabietas, ni rencores, sino admiración y respeto, por ejemplo. La convivencia es pacífica, aun a pesar de la importancia que tiene el status en Ucrania. Sí, aquí el status lo es todo y, en ese marco, también el extranjero –únicamente por ser extranjero– es en ocasiones vanagloriado cual estrella de rock.
Annia Rodnenko (22) estudia para ser profesora y traductora de inglés, una de las profesiones con más potencial dado el escaso conocimiento del idioma anglosajón que tienen los nativos. Paga por adelantado todo su año en la universidad pública en Kiev y también alquila una habitación por 80 dólares mensuales en un piso donde conviven ocho personas, a razón de dos por cada una de las cuatro piezas. Jamás pudo ir a un recital internacional (el precio de las entradas es inaccesible para el ciudadano común: ver a Robert Plant el año último costaba 100 euros por ticket).
La educación primaria y secundaria es gratuita, y muy buena por cierto; no así el sistema de salud, que además de ser pago se fue deteriorando aún más. En la universidad sólo los mejores promedios cursan gratuitamente, el resto debe pagar y, teniendo en cuenta el costo de vida local, los aranceles son elevadísimos. A pesar de ello, buena parte de los jóvenes elige una carrera terciaria o universitaria. “Mi sueño es conocer Barcelona o Venecia, pero es casi imposible para un ucraniano común viajar afuera. Por eso algunas mujeres están a la expectativa de conocer un extranjero, ya que les daría la chance de salir del país, además de una potencial ayuda económica, porque el día a día nuestro es muy duro”, explica Annia, que trabaja de recepcionista en un gimnasio a cambio de 290 dólares.
Muy lejos aún de ser parte de la Unión Europea y tener el ansiado pasaporte comunitario, excepto Rusia, casi todos los países del mundo exigen visa a los ucranianos, que en general es cara.
A partir de esta realidad, entonces, hay dos caminos que pueden llegar a anexarse: el de algunas mujeres ucranianas y el de miles de turistas sexuales (en su mayoría ingleses y americanos post-50) que eligen Ucrania dada la belleza de las mujeres nativas y la expectativa que en éstas puede generar un potentado visitante ocasional. El encanto de las ucranianas es un apartado fuera de discusión. Rubias, morochas, altas, medianas, ojos claros, oscuros, típicas rusas, de todo: la variedad es inmensa, aunque casi todas irradian la misma simpatía y calidez. Chicas osadas: es habitual ver cómo las nuevas generaciones de jóvenes y adolescentes se saludan entre amigas con un pasional beso en la boca, nada de piquitos. Muak.
Gary Taylor (42) es irlandés y anda deambulando por Ucrania desde hace unos 5 años. De ciudad en ciudad y de hostel en hostel, va y viene, pasea, busca mujeres, agenda teléfonos. De vez en cuando sale con alguna. Su objetivo es claro. Es un turista sexual, como tantos. “Acá es muy fácil entablar contacto con las mujeres, cualquier excusa es válida para poder conversar. Lo que sí es que, sobre todo con el extranjero, tratan de sacar ventaja económica, y se mueven mucho por interés. Pero a mí no me molesta”, afirma. Incluso son conocidos varios casos de americanos que como último paso de una larga estafa llegan al país atraídos por supuestas mujeres que conocen vía Internet. Pero son excepciones. Con su pensión de 900 euros del gobierno de Irlanda, Taylor vive tranquilamente en el país más barato de Europa, en el que a la hora de emprender un negocio las reglas son más que claras: quizá no habrá que lidiar con trámites y habilitaciones oficiales sino, más bien, con las legendarias mafias, que pueden golpear tu puerta en el momento menos pensado, aunque por supuesto dependiendo de la magnitud del negocio.
Matías Bispe (35) es argentino y junto a un socio montó un hostel durante el verano pasado en Sevastopol, bien al sur del país. Alquilaron un departamento grande por la temporada, compraron algo de equipamiento, pintaron “Crazy House Hostel” en la pared del lado de afuera y subieron el proyecto a las páginas de Internet especializadas en reservas. El negocio fue un boom, y casi sin inversión. ¿Cómo es ser microempresario extranjero en Ucrania? “Con mi socio invertimos 650 dólares cada uno para empezar, sumando todos los gastos. Nos fue muy bien y en los tres meses que duró el emprendimiento jamás se nos apareció algún funcionario o representante oficial. Acá las reglas a veces no existen, es un país muy desorganizado en el que mucho se maneja de forma ilegal, todo se arregla con dinero”, sostiene Bispe.
Ucrania dejó de ser un lugar ignorado y se está convirtiendo en un destino cada vez más común para el turista europeo, sobre todo porque es muy económico, con gente amable y con atractivos no sólo históricos sino también naturales. Los lugares más visitados son la capital Kiev, Lviv (al oeste, casi en el límite con Polonia), Járkov –al este, cerca de la frontera con Rusia– y, ya más abajo, Odessa, con su famoso puerto y la península de Crimea, una república independiente dentro del país que controla Rusia y donde se aloja la más importante flota de la marina rusa. Al norte, el punto de mayor interés es Chérnobil, que en 1986 fue cuasi abandonada tras el accidente ocurrido en la central nuclear homónima. En el norte y el este del país se habla el idioma oficial, que es el ucraniano; al este y al sur se habla ruso, incluso en las nuevas generaciones y a pesar de que en las escuelas la enseñanza se dicta en ucraniano. Salvo el sentimiento nacionalista existente al noroeste, el resto se divide entre quienes son ciudadanos sin patria, huérfanos tras la caída de la URSS y entre quienes mantienen un sentimiento de pertenencia importante con Rusia, el motor del ex bloque. Las diferencias regionales son evidentes: la caída de la Unión Soviética se interpreta como algo negativo tanto en el este como en el sur del país. Mientras tanto, en el oeste muy poca gente se lamenta por haberse independizado de Moscú. El motivo de estas diferencias obedece a que zonas como Odessa o Crimea se desarrollaron en la época de los zares y durante la industrialización soviética, y su etnia principal siempre ha sido la rusa. En cambio, regiones como Galitzia (oeste) han estado durante siglos bajo dominación polaca o austríaca, y tienen una cultura y unas tradiciones –e incluso una religión– muy distintas, más occidentales.
Bohdan Plysyuk (18) es de Odessa y se define como un “punkie 77”. Canta en una banda llamada The Hatebreeders y cada noche de verano se junta con sus amigos en alguna plaza para tomar litros de vodka, reír, divertirse y pasar el tiempo. Es difícil encontrar mayores de 25 años por las noches, ya que es usual que a esa edad buena parte de los jóvenes ya esté casado (sí, legalmente). En una sociedad completamente machista, la figura del macho proveedor y la mujer que aspira a ser ama de casa y criar hijos está muy latente. Hay gran diversidad de tribus urbanas y las minorías aún no son aceptadas del todo, sean punks, hippies y ni hablar gays o lesbianas. Donde no hay divisiones es en la devoción popular por el alcohol: todos son bebedores entrenados.
Entrar en un shop (están abiertos las 24 horas del día) de despacho de alimentos y bebidas impresiona: hay una variedad espeluznante de distintos vodkas, en diversos tamaños, con multiplicidad de gamas y colores, sumado a otros tipos de alcoholes y licores, claro. La postal impone respeto. Bohdan se considera ruso. “En Odessa todos nos sentimos más rusos que ucranianos. Ese sentimiento se explica en que lo que somos hoy como pueblo es gracias a Rusia, a los valores que nos fue transmitiendo el modelo. Y eso se transmite dentro de nuestras casas, en nuestras familias. Hoy no hay futuro”, remarca Plysyuk mientras bebe vodka con jugo de naranja, aunque por separado, como se acostumbra aquí.
Tras pasar un tiempo en Ucrania, deja de sorprender ver a personas completamente alcoholizadas, tiradas en el piso, aniquiladas de tanto beber. Y eso que poseen una cultura alcohólica pasmosa, que deja estupefacto a cualquiera. A pesar de que la ley antidrogas es durísima, se consume ganjah y ciertas drogas duras como heroína o ketamina, además de anfetaminas, la estrella entre las drogas ilegales. Conseguir cocaína es un imposible, y si se logra, será a precios inabordables: vicio VIP. Pese a las restricciones (fumar un porro en la vía pública puede ser penado con seis meses de cárcel, siempre que no se llegue a un arreglo económico con los policías de turno), Ucrania es el país con más contagios de HIV fruto del uso intravenoso de la heroína. Pero es el alcohol el que copa la parada.
“Hasta ahora hicimos seis recitales, pero no pudimos terminar ninguno, siempre empezamos a romper todo y nos terminan bajando del escenario”, cuenta Bohda. En los recitales, el público ucraniano es hot, salta, baila, grita, hace pogo, se expresa como no sucede en casi ningún lugar de Europa. Ah, y en los boliches se bailan lentos. Sí, cada diez canciones festivas, suena un lento y ante decenas de parejas bailando agarrados y susurrándose al oído.
Pero la estrella indiscutida del ocio ucraniano es el karaoke. En la calle, en las plazas, en los boliches, en los bares, el karaoke representa el pasatiempo popular más venerado. Para Olga Barchuk (54), cocinera en un buffet, la canción ya no sigue siendo la misma. “Mirá, yo crecí, me eduqué y desarrollé los valores que tengo durante el comunismo. La gente de mi generación en general recuerda mucho aquellos años, no sé si porque eran mejores o porque lo que vino después fue peor. Es una especie de nostalgia, por varios factores. Pero a mí como madre me preocupa el futuro de nuestros hijos, acá hay pocos trabajos bien retribuidos, todo se maneja con una gran corrupción y el resto de Europa nos rechaza. Vamos de mal en peor”, se lamenta. ¿El futuro ya llegó?
Aunque ahora es tiempo de fútbol, de fiesta para un pueblo bien futbolero, y habrá que ver el impacto social y económico que puede marcar la Eurocopa. Lo cierto es que por estos días los miles de turistas e hinchas europeos acostumbrados al confort y al bienestar occidentales descubrirán otro mundo, literalmente. Porque el Este también existe.
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