GRAFFITI MUNDO
Recorrido con un colectivo de trabajo que reúne talentos sub-30 del arte, la publicidad, el diseño gráfico, el marketing y el periodismo, dedicados a difundir la efervescente escena street art porteña.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Paredes convertidas en galerías al aire libre, sin curadores ni impedimentos ridículos de museo como no tocar las obras o evitar las fotos con flash. Acá es al revés: si no flasheás, es porque te perdiste de algo. Y mientras en el barrio siguen discutiendo si una pared pintada es arte o vandalismo, dos inglesas se establecieron en Buenos Aires el día que descubrieron aquello que permanece oculto a los peatones urgentes, a los que patean la ciudad sin ir a ningún lado. Se llaman Marian Charles y Jo Sharif, y son los espíritus de Graffiti Mundo, un colectivo de trabajo que reúne talentos sub-30 del arte, la publicidad, el diseño gráfico, el marketing y el periodismo, dedicados todos ellos a difundir la efervescente escena street art porteña a través de un sinfín de actividades.
“Creamos puentes entre la gente y el arte en la calle, difundiendo a los artistas y contando la historia oculta detrás de las paredes”, define Cecilia Quiles, una de las integrantes de Graffiti Mundo, acerca de la principal fortaleza del colectivo: los tours urbanos que, con singular éxito, otros aventureros ya lo promovieron en Nueva York, Berlín, Melbourne y San Pablo (considerada por muchos como la meca latinoamericana del street art). De a pie, en bicicleta o sobre una camioneta, en día de semana o a fin de la misma, dedicada a curiosos o fotógrafos profesionales, y hasta en castellano o en inglés, son algunas de las múltiples variantes que ofrece este servicio increíble capaz de reunir a gringos y criollos en una recorrida por Colegiales, Palermo o Villa Crespo (o bien entre La Boca, Barracas, Parque Patricios y Once), mostrando la evolución del arte urbano en Buenos Aires, que lo mismo sería hablar de nuestra historia política contemporánea.
“En la Argentina, las primeras intervenciones urbanas tuvieron que ver con pintadas de propaganda política en la reinstauración democrática de 1983”, explica con tino enciclopédico Ana Laura Montenegro, una periodista de pura cepa que se arrimó al colectivo por curiosidad y terminó convirtiéndose en una de sus guías más notables. Detrás, observa una pintada a tamaño real de El Nestornauta, esa libre versión de Oesterheld que La Cámpora instaló como icono viral en 2010 para promover lo que terminó siendo el último acto público de Kirchner. Según convida la colega, la escena local surge tras la dictadura, como una forma de explorar nuevas formas de expresión con lapiceras, fibrones, pinturas y aerosoles en paredes, parques, bancos de plaza, senderos, puentes, construcciones abandonadas, estaciones ferroviarias, guardarrails, medianeras y todo espacio público susceptible de ser escrachado.
Aunque se toman como registros iniciales las pinturas rupestres milenarias, la historia traza al Mayo Francés como primer caldo de cultivo de expresiones urbanas combinadas con ciertas aspiraciones artísticas, algo que pocos años más tarde retomarían las bandas callejeras de Estados Unidos para marcar territorio a través de símbolos claramente advertibles. Pero no sólo de trinchera, marcha y bombo está hecho el street art local. También se registran influencias de la psicodelia, el manga y el animé, la iconografía, el comic, el diseño gráfico, las bellas artes y varias técnicas académicas al servicio de aerosol, acrílico, stencil, fibrones, papeles impresos y pegados con engrudo, stickers convencionales o nuevos experimentos, entre los que se destacan una argamasa de látex, asfalto y tierra, y hasta un matafuegos relleno con pintura.
“La gente se asombra al descubrir cómo las paredes cuentan historias. Es muy conmovedor ver sus reacciones, sus respuestas y sus emociones”, cuenta Cecilia. En el recorrido se observan intervenciones en barandas, puentes, murallones, cordones de veredas, autos abandonados y hasta en las paredes de la megaplanta eléctrica de Edenor en Colegiales. “A diferencia de otras ciudades, en donde la actividad es rechazada y clandestina, Buenos Aires goza de una gran aceptación por parte de la comunidad en general”, apunta Ana Laura. “Este consentimiento les permite a los artistas tomarse su tiempo para pintar, e incluso hacerlo junto a otros amigos y colegas, facilitando piezas de mayor tamaño y elaboración.”
Esta institucionalización del street art (en el que los tours de Graffiti Mundo irrumpen como causa y también como consecuencia) se pone de manifiesto a través de varios fenómenos. A la exposición convencional en lugares tales como el Centro Cultural Rojas, Ciudad Emergente, arteBA, Centro Cultural Recoleta, Palais de Glace y Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (en donde se replica intramuros una expresión por naturaleza outdoor) se le suman los intereses comerciales de firmas que buscan proyectar sus ambiciones a través de estrategias que hasta no hace mucho sonaban insólitas y que hoy saben geniales, como aquella célebre marca de aerosoles que acaba de lanzar una línea exclusiva para artistas callejeros.
Y no sólo eso: también se convirtió en objeto de estudios de académicos y curiosos, como el programa Paredes que hablan que alguna vez se emitió por I.Sat, o los libros Hasta la victoria stencil o Graffiti Argentina (de pluma doméstica y editorial británica). Graffiti Mundo también está trabajando en la causa desde hace tres años con dos objetivos en mente: “Un libro que se enfocará en los antecedentes históricos, artísticos y culturales que favorecieron el desarrollo del arte callejero local, y un documental que se sostendrá más con entrevistas, pintadas en vivo e imágenes para narrar lo sucedido”, anticipa Cecilia.
Icónico, críptico, ampuloso y subversivo, también efímero y fugaz. Así se presenta por las calles un street art que asume muchos protagonistas y pocas identidades. “Para ellos, lo importante es la obra y no su autor”, defiende Ana Laura, mientras cifra y descifra el nombre de los artistas y de los colectivos de trabajo que intervinieron en cada una de las obras que ella misma va descubriendo en el tour: Buenos Aires Stencil (creadores del logo “Disney War” con cara de Bush y orejas de Mickey), Jaz (“mantiene la esencia de la calle pintando con brea, ladrillo y carbón”), Triángulo Dorado (trío egresado de Bellas Artes), los Doma (“pioneros en instalaciones no convencionales de espacios públicos”), Pum Pum (o la chica que vive rebotando ofertas de marcas), Tec (mitad en Buenos Aires, mitad en Berlín) o los Run Don’t Walk, convocados alguna vez por Bansky, el misterioso inglés que pintó ventanas en el Muro de Gaza y subastó obras por Christie’s en 300 mil euros, pero de quien aún se desconoce identidad y aspecto físico.
El recorrido concluye en Hollywood in Cambodia, la primera y única galería estable de street art en el país, que surgió cuando los dueños del Post Bar (Thames 1885, Palermo) convocaron a algunos artistas para decorar el boliche y se dieron cuenta de que ningún billete sería capaz de honrar semejante creatividad. El arreglo fue la cesión de dos ambientes en el primer piso, en donde hoy funciona esa muestra permanente de venta y exhibición de piezas que pueden encontrarse a la vuelta de una esquina que aguarda volver a ser intervenida una y mil veces más.
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