EL FOLK ROCK PORTEñO DE CRUCE PELIGROSO
Es de esperar que una banda que reclutó sus miembros mediante flyers y avisos en Facebook no les haga asco a la fusión y a los híbridos. “Meterle distorsión rockera a un siku sale como piña”, aseguran.
› Por Brian Majlin
Tienen una zamba que habla de las calles y los balcones de la ciudad. Mezclan el sonido “natural” del siku con la distorsión de la guitarra eléctrica; y la energía y el microclima de un charango, con la potencia de la batería y los teclados electrónicos. Son cultores de un género al que llaman “rock-folklore-fusión-urbano”. En sus comienzos, hace cuatro años, pusieron avisos en Internet para buscar gente y completar la banda. Carlos Rosales, que hoy lleva la voz y algunos instrumentos alternadamente, no tuvo empacho en convocar al tuntún y, casi, por casualidad. De ese modo, el guitarrista Germán Sapia se incorporó mediante Facebook. Y el baterista Sócrates se sumó gracias a haber pasado bajo la puerta de Carlos un volante de clases de batería. “Al principio no creí que supiera tocar, justamente porque era profe...”, dice Carlos, y todos ríen su broma. Pero lo llamó igual, y así fue gestándose el plantel de Cruce Peligroso, que acaba de presentar su primer disco: Las Notas de la Libertad.
–¿Cuál es el peligro que traen?
Carlos Rosales: –Tenemos amplitud y una mezcla que rompe estructuras.
Germán Sapia: –No nos limitamos a pensar en la composición al estilo rock.
–¿Cómo se dio la fusión con el folklore?
C. R.: –Yo nací escuchando folklore y tango, y eso se pega.
Juampi Robaldo (bajo): –Antes, el que escuchaba Pappo tal vez no escuchaba cumbia, pero ahora hay tolerancia.
Carolina Molinari (percusión): –También es cierto que no todos se lo bancan, pero somos variados, así que alguna canción va a gustar.
Las risas se arremolinan en la pequeña sala de ensayo, en el barrio de Agronomía. Cruce Peligroso es una yunta de amistades impensadas, pero que funciona bien. Con tufillo a viajes por Latinoamérica y a la búsqueda de la esencia autóctona, arriban a una conclusión uniforme: el folklore, al mezclarse con el rock, resulta más permeable a la masa urbana porteña. Pero su cruce incluye mucho más que folklore, en una línea que los identifica con otros músicos como Ricardo Vilca, Rally Barrionuevo, Chango Farías Gómez o Arbolito. “Mezclar la distorsión rockera con un siku es como una piña”, define Germán.
El folklore se ha sabido ganar su lugar, como intentan ganárselo ellos, en un espacio complicado entre la independencia y la búsqueda de escenarios para tocar. “La situación para tocar sigue siendo muy restringida a bandas nuevas que no lleven una cantidad de gente. Desde Cromañón no mejoró”, explica Sócrates con resignación. “Los escenarios disponibles saltan de 150 a 1000 personas, la brecha es muy grande”, agrega el charanguista Leandro Roisman. Eso los deja en una complicada situación porque “el negocio de las bandas no pasa por el disco, sino por tocar”.
–Y no se puede ser independiente de todo...
Robaldo: –Para las bandas independientes es difícil desarrollar la capacidad creativa, porque cuando llegamos a componer, o a la sala, estamos sin la lucidez de la mañana, ya que tuvimos que laburar todo el día.
Es que la fusión también se ve en sus profesiones: son docentes, analistas de sistemas, comerciantes y hasta peluqueros de perros, y todos sueñan con vivir de la música... pero sin amargarse en el camino. La idea de fondo –dicen– es provocar una reacción, llegarle a la gente. “El arte tiene un poder liberador inmenso, tanto para quien lo hace como para quien lo recibe. Es algo que crece a pesar de que uno lo reprima, rompe las estructuras. Y nuestra búsqueda es que eso sea natural”, cierra Rosales. Y se van a ensayar, por la senda del goce y la independencia experimental.
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