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Jueves, 21 de noviembre de 2013

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE OMAR RODRíGUEZ-LóPEZ

“Todo lo que es digital en algún momento va a caer”

Hiperactivo, metafísico y brillante, el músico estrenó en Buenos Aires su nuevo combo, Bosnian Rainbows, y habló sobre At The Drive-In, Mars Volta, la pervivencia de las cosas materiales y la necesidad de mudar de pieles.

 Por Lucas Kuperman

Pese a la suma de apellidos comunes que lo coronan, Omar Rodríguez-López destacaría en cualquier guía telefónica del rock. Es que formó parte de gran cantidad de proyectos musicales, entre ellos la banda post-punk At The Drive-In (que sonó fuerte con el hitazo One Armed Scissors), y fue miembro fundador (y fundamental) de una de las bandas más importantes de la primera década del milenio, que intentó llevar al rock, la psicodelia, los ritmos latinos y la improvisación a niveles extremos: los geniales The Mars Volta. Luego de un final un tanto abrupto, el violero está centrado de lleno en su nuevo proyecto, Bosnian Rainbows, que recientemente paseó por Buenos Aires, compartiendo tablas con quien fue su compañero en la batería de Mars Volta, Deantoni Parks, sumado a la fantástica vocalista Teri Gender Bender, y al tecladista Nicci Kasper.

Luego de girar por los otros lados del mundo (Japón, Estados Unidos) y de un recital volador/electro/punk en Argentina (la cantante del grupo terminó sin zapatillas entre la gente que copó Groove), Omar Rodríguez-López atendió al NO, en exclusiva, para hablar sobre su nuevo proyecto musical y algunas perlitas de su historia.

Este violero maradoniano (zurdo, talentosísimo y con una ex rulanga similar a la del 10) acaba de volver de Japón, donde tocó con Damo Suzuki, tremendo músico del país nipón que integró la banda alemana de krautrock Can. “Fue increíble, un show de ocho horas –comenta–. Cada tanto podíamos tomarnos un break y volver a subir. Fue algo súper lindo. Siempre me recuerdo que soy muy afortunado. Tengo amigos que nunca han salido de El Paso, y yo puedo irme a Japón, Europa o Argentina. Nunca me lo tomo a la ligera, ni me quejo de un vuelo si se demora o es largo. Cada momento es una oportunidad para crecer, aprender y desarrollarte. La vida es potencial: una cosa puede suceder, convertirse en otra. La energía no se puede crear ni destruir: siempre está cambiando.”

Con un poco más de un año desde su fundación, Bosnian Rainbows –un proyecto que excede lo meramente musical– ya salió de gira: “En octubre nos fuimos a Alemania a grabar el disco (Bosnian Rainbows) que salió en junio. Es chistoso, pero estando tan metidos en el proceso creativo, se nos fue olvidando. Parte del ethos del grupo es la convivencia, cómo la estamos pasando, el vivir realmente: la comida, las películas, las conversaciones, la política. Nos fuimos a El Paso a vivir un mes todos juntos, pasamos otro mes en Atlanta, Georgia, e incluso fuimos a Malibú. Nos encerramos... ¡y a veces se nos olvida entregar las cosas! Se trata de vivir el proyecto. Tengo una carrera de muchos años, y muchos estuvieron enfocados en los negocios. Creo que eso no es bueno para un ser humano. Si estás metido en esa onda, y sos manager, está bien porque es tu negocio. Pero si estás comprometido con el proceso, la búsqueda, las preguntas y las respuestas, te puede joder enfocarte demasiado en el negocio. Hay que balancear las cosas. Todas los que conozco y yo nos metimos por lo mismo: somos muy curiosos, tenemos muchas preguntas, queremos descubrir cosas, y la única forma es pasar por el proceso. Conocí gente que traía otro trip, que tocaba por las chicas o porque quería ser famoso. Empezar por el lado del negocio y la fama es muy triste”.

Pese a que Bosnian Rainbows es un excelente disco debut y a que Turtle Neck tiene alma y destino de hitazo lisérgico, Omar se lamenta por algunos cambios que le hubiese gustado hacer: “Coño, si hubiese sabido en ese entonces lo que sé ahora, hubiese cambiado algunas cosas”, dice jocoso.

Bueno, se dice que un disco no se termina, se abandona.

–Exactamente. Hay que aplicar las cosas que se aprendieron en el proceso al próximo proyecto. Esa frase también la decía Alfred Hitchcock. Cuando se abandona un proyecto, de repente muere. Es decir, la música es algo vivo, sigue cambiando, y cuando tocás esas canciones en vivo o en un ensayo, está cambiando. Son las mismas notas, los mismos arreglos, pero se cambian sutilmente. Cuando decidís hacer un disco y vas a mezclar o hacer un master, es la muerte de esa canción, de ese disco. Es algo que ya no se puede cambiar. Sí en el escenario, pero no en la esencia de la canción. El disco es una foto de un momento de tu vida. Lo que pasa es que si te sacás una de determinada manera, la gente quiere que seas siempre igual. La gente espera que tengas la misma cara que tenías en la foto.

El disco aún no fue distribuido en Argentina. ¿Lo editarán acá en formato físico o al menos podrá conseguirse de manera digital?

–¡No hombre! Yo sé que un disco es tal sólo si es un disco. El disco es lo único que importa. Entiendo que las cosas están cambiando, y eso es bueno, pero si estás hablando de hacer un disco, deberías hacer lo posible para ahorrar dos mil dólares para poder fabricarlo. Verlo, tocarlo, leerlo, tener algo físico, que exista, es importante. Todo lo que es digital en algún momento va a caer. La historia se repite, y ahora la onda es la digital. Si hablamos de cosas más profundas, sería lindo que cuando me muera estén mis huesos y al lado el vinilo que hice. Si pasa algo apocalíptico, es importante que se encuentren discos, guitarras, herramientas, retratos, llaves. Lo digital desaparece, se pierde mucha cultura. Ahora toda la gente importante que piensa cosas impresionantes o encuentra nuevos territorios en psicología está escribiendo puro e-mail. Si eso se pierde, hermano, se va a perder muchísima cultura.

Tu forma de componer es muy particular. Tanto los discos de Mars Volta como el de Bosnian Rainbows son viajes sonoros. Uno no se acerca a las canciones por separado, sino a la obra con el viaje que propone el disco.

–Tomarlo como un viaje en vez de como canciones individuales es súper importante. El creador lo experimenta de esa forma. Escuchar el disco como un disco es meterte en la cabeza del creador. Es conocer a la persona un poquito. Por eso me encanta escuchar The Beatles (el “álbum blanco” de Los Beatles). Te metés en esa onda, y lo que pasa es que podés experimentar el disco y fluye todo. Uno sabe que esa gente lo estaba pasando increíble y tenían una conexión espectacular. Ese disco fluye de un lado para el otro, y por momentos te das cuenta de que no se estaban comunicando tanto.

En una oportunidad comentaste que en Noctourniquet, el último disco de Mars Volta, te habías aburrido de la guitarra y tocaste muchos teclados. Para este debut de Bosnian Rainbows volviste al amor por las seis cuerdas.

–Sí, siempre voy a tener ese amor. Analicé que cuando estoy aburrido con el instrumento, estoy aburrido conmigo. Es un reflejo, un espejo. Si algo no está del todo bien es porque me estoy poniendo vago. El problema de ese momento no era la guitarra, el problema era mi acercamiento a ella. La guitarra siempre me va a inspirar algo súper lindo. Me gusta componer al piano, incluso a veces escribo en él y luego toco en guitarra. Es una forma de mantenerme involucrado. Es muy fácil decir: “Me aburrí de la guitarra” sin reflexionar un poco y pensar qué se puede hacer. Es como una relación romántica. Como dice Erich Fromm, el amor es un arte: uno tiene que estar siempre pensando, ensayando, reflexionando y encontrando vibras, formas y procesos nuevos. Estoy aprendiendo que siempre es así, en todo. Descubrí que muchas veces, cuando un amigo me molestaba, reflexionaba, y lo que me molestaba era que su forma de actuar me recordaba a mí. Normalmente se le pide al otro que cambie, cuando debería cambiar uno.

Consultado por el final de Mars Volta, Omar comenta que no fue tan abrupto como se pensó en un primer momento. “Para los fans tal vez sí, pero para mí no”, asegura. “Cuando estás metido, todo está sucediendo. Para mí todo era súper obvio, al igual que cuando dejé At The Drive-In para crear Mars Volta. Así es la vida, uno tiene que estar preparado para el cambio porque es lo único constante en la vida. Es algo súper lindo. A veces cuando uno no quiere dejar ir, se puede convertir en algo triste. Pero el cambio es bueno. Hay un dicho entre los árabes que dice que, si el árbol de tu casa se está pudriendo, quémalo y siembra otro. Uno tiene que estar siempre preparado para renacer y seguir adelante. Mars Volta fue un momento súper importante para mí, y fue difícil porque había dejado un grupo muy popular como At The Drive-In, y mucha gente había invertido tiempo, dinero y energía en él. Todos me dijeron que estaba totalmente loco y equivocado, que iba a ser un fracaso, que no sabía lo que estaba haciendo. Y mirá, seguí el camino, seguí mi instinto, y todo salió bien.

¿Por qué decidiste armar otra banda y no seguir como solista luego de Mars Volta?

–Ya había hecho eso durante diez años. En Mars Volta, realmente mi único colaborador era Cedric (Bixler Zavala), que hacía las letras y las voces. Yo componía toda la producción, contrataba a los músicos, escribía la música. Diez años antes estaba en At The Drive-In, que era un grupo colaborativo, colectivo. Después de ocho años de ese grupo me harté del proyecto colaborativo y quería hacer otro donde yo mandara e hiciera todo. Eso pensaba entonces, por eso empecé Mars Volta. Quería alejarme del mundo para poder proteger la integridad y no perder una visión. Igual después de hacer ambos, después de todo ese trip, encontré que la colaboración es la cosa más importante en este mundo, porque eso es convivir.

¿Seguís en contacto con Cedric u otros músicos de Mars Volta?

–Ahora no realmente. No por mala onda, sino porque las cosas nuevas necesitan tiempo para ajustarse. Cada cual tiene que vivir su vida y cada uno está metido en su proyecto. Sé que es una cosa que con el tiempo va a cambiar. Estoy viajando mucho y tan metido y comprometido en este proyecto que no tengo ni tiempo para hacer otras cosas.

El año pasado volvieron a hacer algunos conciertos con At The Drive-In, ¿cómo viviste esa vuelta y por qué no siguieron tocando?

–Creo que por lo mismo, la gente está haciendo diferentes cosas. Jim tiene un restaurant y otros proyectos que son compromisos de mucho tiempo. Pero fue muy lindo, súper interesante. Hubo mucha nostalgia y buena vibra. Me gustó mucho. No sé si habrá otra vuelta. Estuve diez años diciendo que nunca iba a volver con At The Drive-In y mirá lo que pasó. Uno nunca puede decir que no. Igualmente ahora estoy muy metido con Bosnian Rainbows.

Omar no se puede quedar quieto. Solía grabar casi diez discos al año, aunque comenta que hoy está más tranquilo: “Me he metido muy dentro de mí mismo y de mi familia. Se trata de vivir y no estar grabando tanto. Antes estaba experimentando todo el tiempo, y hacía diez discos al año, aunque editaba cuatro. Empecé a pasar mucho tiempo con mi familia, con mi madre antes de que falleciera. Estoy en una cosa interna ahora, y sólo puedo involucrarme en Bosnian Rainbows. Es súper importante no causar fricción cuando no hay motivo. Al principio pensaba en por qué no estaba haciendo nada o no tenía ganas de hacer algo, hasta que me pregunté: “¿Dónde carajo dice que tengo que grabar?”. Pensar también es parte de crear. Muchas veces me quedo solo pensando por horas en un silloncito en un cuartito blanco. Me fascina, me encanta”.

Teniendo en cuenta la extensa obra del violero, el coqueteo con el mestizaje es algo muy presente. Por ejemplo, L’Via L’Viaquez, una de las canciones de Frances the Mute, de Mars Volta, tiene un licuado de géneros imposible. “Sí, ¿verdad? Tiene un poco de todo. Un beat de hip hop, un break antes del coro que es como drum & bass, electrónica, salsa, psicodelia y algo de rock. Pensar en esa canción me hace sentir muy bien.”

Cuando tocaste con De Facto incursionaste en el dub reggae, ¡hiciste de todo a nivel musical!

–Me la pasé súper bien. El día que llegó una persona y me dijo: “Oye, deja tu trabajo. Ya no tienes que hacer pizzas ni limpiar baños. Ahora sólo vas a hacer música”, supe que era afortunado. La única manera en que podía honrar eso, era hacerlo. Entonces, cada vez que se me antojaba algo lo hacía: jazz, dub, algo minimalista, de todo. Siempre me causó mucho conflicto o risa ver músicos que están pataleando, batallando y trabajando en algo que no quieren hacer, y de repente les llega el contrato para hacer música y hacen un disco cada tres años. No lo puedo creer, ya no tienen que limpiar baños o hacer pizzas, hacen menos de lo que hacían antes ¡y se quejan!

La música más fuerte de Puerto Rico, tu país natal, es hoy el reggaetón. Habiendo investigado tanta música, ¿se verá algún día un Omar reggaetonero?

–La vida es puro cambio, siempre está la posibilidad. El reggaetón, como lo entiendo, es un género en particular. El problema que tengo es que me gustan todos los géneros. Me gusta agarrar los colores, mezclarlos y usarlos a mi manera. De Facto era una cosa dub reggae, pero no era sólo eso. Tenía colores y cosas de salsa, de jazz. Visto desde esa perspectiva, creo que así son mis discos. Realmente son los colores, las emociones y los sentimientos lo que me interesa, más que los géneros. Es súper peligroso meterte solamente en un género. Tengo un amigo que tiene 45 años y sólo tiene su camiseta de Metallica, el pelo largo, y sus jeans negros, igual que cuando tenía 14. Está muy bien porque lo pone feliz y contento, pero a mí me gusta experimentar un poquito de todo.

También hiciste música para películas e incluso incursionaste en la dirección.

–Paralelamente tengo una carrera cinematográfica como director. Cuando no estoy con Bosnian Rainbows estoy girando al mundo con películas, yendo a festivales de cine, y me ha ido muy bien.

¡Vení a estrenarlas en Argentina que las queremos ver!

–Sería increíble. Pienso pasar más tiempo en Argentina, meterme un poquito en esa escena y conocer un poco más. Sólo he ido cuatro veces y fueron todas muy rápidas. En el poco tiempo que estuve conocí a Tweety González, y afortunadamente también pasé un tiempo con Luis Alberto Spinetta, una persona que cambiaba todo el tiempo, súper inspirador. Nunca pude instalarme un tiempo, y creo que es algo que va a suceder pronto.

En el autocine

–Ya explicaste que la mayoría de tus influencias no son musicales, y mencionaste a Lenny Bruce, Werner Herzog, Carlos Castaneda, Marcelo Ortega y Larry Harlow, entre otros. ¿Qué otros artistas te conmueven o inspiran?

–Me conmueve muchísimo Javier Bardem. Es un actor increíble que me inspira cuando estoy creando música últimamente. Lo veo en diferentes películas, cómo cambia y su esencia, hay algo ahí que me interesa mucho. También su mujer, Penélope Cruz. Incluso el director Ridley Scott, que sigue con sus películas increíbles más allá de que la gente lo critique. El cambia y la gente sigue criticándolo para que en diez o veinte años digan que sus películas son una obra de arte (risas). Muchas veces se critica lo que no se entiende.

Dos fuera de serie

Entre todos los músicos con los que tocaste, tenés una gran amistad con John Frusciante, incluso hicieron un disco juntos, que llevó por título sus nombres. ¿Seguís en contacto con él, lo ves?

–Sí, claro. Cuando voy a Los Angeles me quedo con él y su esposa. Nos la pasamos viendo películas, y a las cinco de la mañana terminamos tocando. Es natural, no tiene que ver con el estudio sino con la convivencia. Su esposa no tiene problema. Es directora de cine, escritora, también hace música y tiene su propio estudio. Ambos son muy amables y la pasamos súper bien. Incluso, nos la pasábamos hasta la madrugada viendo Breaking Bad. Fue un programa súper bien hecho: la edición, la luz, las cámaras, la actuación, el guión. Cuando eso pasa, todos terminan queriendo formar parte.

Un mundo feliz

Vivís hace muchos años en Estados Unidos. ¿Extrañás Puerto Rico?

–Siempre extraño Puerto Rico, y voy cada año. También me encanta México, porque pasé mucho tiempo ahí, viví en Puebla cinco años. Aunque sea muy diferente, tiene una onda similar y me enamoré de México. Como adulto volví a vivir a Guadalajara otros cuatro años. Igual, vivir en El Paso es lindo porque todo el mundo te va a decir que no es Texas, no es Estados Unidos. Como los mexicanos te van a decir que Juárez no es México. Yo digo que hay que pensar a El Paso como en un México del Primer Mundo. Tiene su propia onda. Cualquier ciudad que está entre dos mundos crea uno distinto, y eso es lo lindo.

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