Jue 02.01.2014
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EL CICLO INFINITO, 78 MINUTOS INTERMINABLES

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El experimento cinematográfico del húngaro Zoltan Sostai es como una larga cinemática de fichín que no lleva a ningún lado y ¡tampoco puede saltarse!

› Por Hernán Panessi

Press Start. En 120 historias del cine, el director y escritor alemán Alexander Kluge dice que el nuevo cine surgirá sin que nadie lo planifique. Por eso, no deja de sorprender que llegue a las pantallas —en medio de la modernidad y la impostura— un artefacto tan extraño como El ciclo infinito, de Zoltan Sostai. Un film hecho —adrede— como si se tratara de una cinemática de un videojuego. Ya lo probó Final Fantasy: El espíritu en nosotros y lo subrayó fuerte —con otra intención, mismo resultado— Sucker Punch: Mundo surreal. Acá hay una ausencia: la del joystick. Se trata de 78 minutos de un render en tiempo real, de una cinemática, una secuencia de video a través de la cual el jugador no tiene control de lo que acontece. Y así, una incomodidad. Y asá, donde los bytes hacen mella de la falta de calor humano o del exceso de ceros y unos, El ciclo infinito —pese a que Internet y ciertos festivales internacionales se encargaron de agigantarla— gravita bien en el medio de la confusión cinéfila y cierto goce fichinero.

En la historia, Jack, un astronauta perdido, necesita encontrar la salida de un extraño laberinto cibernético que lo conduce por varias habitaciones. Para escapar, necesitará de unas contraseñas. Atrapado en ese mundo virtual que está a punto de desaparecer, Jack deberá ayudarse de los personajes que irá encontrando para poder dar con el punto de fuga y volver, de esta forma, a la realidad. El ciclo infinito, ópera prima del húngaro Sostai, sujeta en una animación hiperrealista, aunque lejos de gemas futuristas como Tron: El legado o del desparpajo suntuoso de Ralph: El demoledor, es, asimismo, El ciclo interminable. La dinámica de punto de partida —el astronauta vuelve constantemente sobre sus pasos— dificulta el avance o construcción de una trama posible: es un videojuego en el cine (y actualmente en cartelera), no una película basada en un videojuego.

Y, pretendidamente, el cine del futuro —¿será éste?, ¿será aquel?, ¿no será ninguno?— busca causar en el espectador el cuestionamiento retórico de: ¿hacia dónde vamos? Y también se sabe: el futuro llegó hace rato; todo un palo, ya lo videogames. Pero en el intento, este armatoste electrónico no se rescata entre la masturbación de su propia ruptura —de nuevo: 78 minutos de pura cinemática— y una historia distópica de agujeros espacio-temporales que ya vimos anteriormente. Incluso, en mejor factura. Y con todo aquello a cuestas, una particularidad: nuestro país fue el primero en estrenar comercialmente este largometraje a nivel mundial.

Bajo el influjo del futuro —que ayer fue vanguardia, luego un estándar, más tarde demodé y hoy futuro nuevamente— se estrenó, para consumir con lentes anaglifos, en 3D. El experimento por un nuevo cine, llevándole la contra a Alexander Kluge y a buena parte de la modestia, terminó siendo planificado. Y tanto la modernidad como la impostura se preguntan al unísono: ¿cuál será el botón para adelantar esta cinemática? Press any button to continue.

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