EL MOSCA EN LA SOPA CRIOLLA
Entrevista a fondo: Valentín Alzheimer, el nuevo disco de 2 Minutos, las birras de envase verde, los viajes en combi por América latina, la descarga contra su ex sello, el gusto por las canciones de Tan Biónica, la Biblia rockera de Cemento, la valentía de Cristian Aldana y los “hippies tiracohetes” de Callejeros. ¡Paren al Mosca que el mundo se quiere bajar!
› Por Mario Yannoulas
“¡Sos de la B!” La imputación atraviesa como una daga ponzoñosa y en forma de grito la avenida Perón, y tiene como destino a un cuidacoches. “Pará, boludo, no la agités”, lo abanica Mosca a su amigo Pepino. Al parecer, el sujeto que está apoltronado en un escalón frente al bar Las Vegas, en pleno “Down Town” de Valentín Alsina, no se lleva bien con los 2 Minutos. “Se ve que tiene problemitas; no sabés las cosas que les dice a las chicas, se asustan las pibas, ¿viste? Semejante mono... A mí no me puede ni ver”, revela el cantante. “Vos andá con tus amigos de 2 Minutos, a mí me gusta la cumbia”, dice Pepino que le dijo el chabón. Después de aquella pequeña viñeta de territorialidad, el cronista aborda un colectivo y abandona Alsina. Son las seis de la tarde. Los dos amigos bajan por la principal hacia algún otro destino y todavía el calor es imposible.
Al que lo vivió, no hace falta contárselo. Los últimos días de diciembre fueron exageradamente sofocantes en toda el área metropolitana. Los adoquines parecían pequeñas sucursales del sol, el vaho viralizaba como un rumor, las sienes jamás estaban secas y el 160 que paraba en la barrera de Pompeya como para extender la demora, porque el tránsito porteño del martes a las dos de la tarde bien podría ser el de un viernes a las siete. “¿Qué pasó, papá?”, interpela Mosca en plan retórico, aunque sin retirar la sonrisa. Se hizo algo tarde, y el cantante esperaba para comer mientras se conformaba con deglutir noticias en uno de esos matutinos que suelen deambular sobre las mesas de los bares. Los ventiladores del bar Las Vegas están a tope, pero parecen moverse con la velocidad de una babosa a la hora de la siesta. Los dueños transpiran sobre una escalera para instalar otra turbina que apunte justo hacia el centro del salón.
“Hace unas semanas se me rompió la tele, entonces me la paso acá toda la tarde, es como mi oficina”, dice. Dentro de la heladera transpira también la cerveza, cuya marca, elegida por descarte, no es de la preferencia del anfitrión. “Sigue sin enfriarse esa verde, ¿no? Esta no me gusta, la tomo porque hay que tomar algo, pero con el tiempo me volví más exquisito. Hay algunas que las tomás y al día siguiente te agarra el pájaro loco en la cabeza. Y no me vengan con el invento de las saborizadas... ¿cómo se llaman? ‘Artesanales.’ Métanselas en el orto, tráiganme una botella de algo que pueda entender.” Pero la publicidad no termina de engañar: la cerveza no refresca, sólo hace más amena la estadía en el infierno.
Diciembre suele ser un mes singular. En el medio de ese caldo que huele a mezcla de letrina con fruta abrillantada, el estallido de cada año: esta vez, el frenesí de la extorsión policial. “Antes de que se me quemara la tele llegué a ver algo de Córdoba y otras provincias. Medio mierda, desagradable, siempre en fin de año peleando hermanos contra hermanos. ‘Eh, loco, pagame tanto porque, si no, te dejo a toda la ciudad en bolas y vienen quinientos mutantes a robarte todas las hamburguesas, la birra...’ ¿Qué me venís a bardear? Es retorcido, los ratis que se paran de manos, después vienen y te re cagan a tiros, y vos tenés a toda una ciudad para hacer impunemente lo que quieras, cuando al tipo al que le estás reventando el boliche gana dinero honestamente, con su trabajo. He visto a pibitos llevándose motos, otro que decía ‘Poné el asado que llevo el fernet’, no estaban llevando necesidades. Se arma una psicosis grande; la otra vez estaban repartiendo panfletos de que el 20 se pudría todo, y nosotros tocamos gratis acá. No pasó nada, pero crean una mala onda que es una cagada. Ojalá seamos más tolerantes y tengamos un súper mejor 2014.”
–Armamos con dos electroacústicas sin distorsión, una batería y tres micrófonos, nada más. La gente tomando algo, comiendo, nosotros haciendo temas de 2 Minutos en versiones medio folk hippies, más canción, bajándoles la velocidad. La idea era tocar gratis para el barrio y de paso darle una mano a la gente del bar, que es amiga y recién está empezando. Salió todo muy bien.
Además de almacenes, ferreterías, lavanderías, talleres mecánicos y bares, los barrios archivan una buena parte de su identidad en la memoria; y quienes ahí viven, también construyen su lazo con el espacio en torno a recuerdos. Si pierden eso, se quedan sin identidad y se convierten en un capricho empresarial, donde los nativos terminan pasando por inmigrantes. Por eso, decir Valentín Alzheimer –el nombre del noveno álbum de estudio del quinteto, que planea presentarlo oficialmente en abril– es una contradicción en los términos, aunque el juego de palabras sea por demás evidente: en 2014 se cumplen 20 años de la salida de Valentín Alsina, uno de los trabajos fundamentales del punk –bah, del rock– argentino, y la definitiva autonomización del palo punkie local. “Lo de Alzheimer lo pusimos porque estamos más grandes, vamos a cumplir 27 años de banda, que es demasiado, siempre al pie del cañón, tocando, rockeando, viajando... tenemos un espíritu muy festivo y se nota. Estamos... ¿más adultos? ¿Más viejos, quizá?”, se interroga con la puerta de la heladera abierta.
“Cuando subimos a las combis, viajando por el país o Latinoamérica, somos mucho de cagarnos de risa con boludeces. Abrimos el disco con una canción que se llama Gizmo, que es una cosa re tierna de la película Gremlins, y es nuestra ecuación para ver la vida: que no se te moje el peluche porque se pone loco; eso está en la realidad del ser humano. Lo decimos cuando uno de nosotros se descarrila. Así, muchas canciones que están adentro de Valentín Alzheimer...”
–En cierta parte, sí. Había un hilo conductor. Cosas como Internenmé o Panik Attack tenían ese estilo, pero después había cancioncitas lindas como Metal Marciano Rojo. A nivel general era un disco más oscuro.
–La lírica es totalmente diferente. Otra etapa, otras cosas. El concepto del disco anterior era muy reventado, desde la tapa, las letras, el packaging y el diseño, era todo muy pesuti. Fue como nuestro Lado oscuro de la Luna versión punk, aunque resultó medio incomprendido dentro de nuestro mismo público. Este disco es más... ¿urgente, quizás? Pongámosle ese mote. Hay lindas canciones que hablan de todo un poco. Es muy ortodoxo, seguimos las reglas, es punk rock derecho y viejo, hardcore derecho y viejo, bien cabeza y duro, con melodía, siguiendo los cánones IRAM del estilo. Estamos muy contentos con nuestro nuevo hijo bastardo, es una onda “piña en la boca”, doce canciones en 24 minutos con todo en el estilo que nosotros hacemos: punk rock vieja escuela, acelerado, hardcore violento. Volvimos a las fuentes. Bah, nunca nos fuimos.
–Sí, tenemos el mote de inventores del mal llamado “rock barrial”. Sin querer lo inventé, soy un campeón, ja ja ja. Aparte hablamos muchas cosas en lunfardo. Al principio nos preguntaban mucho: “¿Qué es morfar? ¿Qué es laburar?”. No sé bien por qué pasó eso con nosotros. Más allá de que sea algo argentino, de acá, creo que es medio parecido en todos lados, es como universal; no encuentro otra explicación. Viajamos por toda Latinoamérica, nos cruzamos mucho con Babasónicos, y nos va bien, quizá no tanto como a otras bandas que tienen un público más amplio, porque a nosotros nos viene a ver un gueto, que son los punkies y los hardcore.
–Nos habíamos quedado sin compañía después de irnos de Pop Art, de “Pop Rat”. Nos quedamos en bolas. Empezamos a averiguar estudios, lugares de fabricación de discos y todo eso. Dijimos: “Ya fue el disco, recontra caducó, saquémoslo, pero dividido en tres simples de cuatro temas, y que el disquito venga incluido en la entrada de cada show”. Y cuando veníamos afilando el lápiz para ver cómo carajo salíamos con eso, pintó compañía nueva. Ahora pertenecemos a la escudería de Rock y Reggae, que tiene a Las Manos de Filippi y Cuatro Pesos de Propina. Les tiramos la onda, y nos sacaron cagando: “¿Qué tres simples? Hacete un disco entero”. Teníamos las canciones, entramos a grabarlo donde grabamos la última vez, en Chacarita. Algunas cosas no las teníamos ni demeadas, entramos al estudio: “¿Cuáles son los tonos, Mosca? Acá, acá y acá”. Las tocábamos un poco y arrancábamos. Así salió, rápido y ágil.
–No nos daban bola. El primer disco que sacamos para ellos fue Súper 8 y les terminamos haciendo de cadetes, nos daban la plata para ir a pagar el estudio, cobrábamos los cheques. Ni pelota, el disco se vendió porque es 2 Minutos, nada más. Se pusieron las pilas con Un mundo de sensaciones, nos hicieron un par de videítos, lo produjo Juanchi Baleirón, después se comieron los 20 y los 25 años del grupo, y los 30 años del punk, la vez ésa que me di vuelta. Y cuando sacamos Vamos a la granja ni sabían que lo tenían adentro, lo debían tener en un ropero al lado de La Trastienda. Nos pudrimos de que no nos pasaran cabida. Así que nos vemos en Disney.
–Me caen bien, me parecen simpáticas las canciones. Con mi hijo a veces escuchamos por YouTube, porque no tengo ningún disco. Hay un montón de bandas que me gustan: Valle de Muñecas, El Otro Yo y ni hablar de las bandas punk rock, que son todas de la misma época. Después hay recambio, lo que hace Banda de Turistas también está bueno, hemos compartido algún Vive Latino con ellos.
–Lo vi en un par de lugares y pensé: ¿este loco qué hace acá? Ja ja ja. Puede andar el muñeco, ¿no? Hace mucho que no lo veo, sé que está incursionando por ese lado y creo que puede venir bien, está luchando para que el músico tenga más cosas a su favor. Yo grabé no sé cuántos discos y no tengo obra social, ¡maten a los tipos de Sadaic! Si este muñeco salta por todos nosotros y les pone el pecho a las balas, está genial. Aparte, hizo toda la movida de la UMI, un hito histórico para la música argentina.
–Cemento era una Biblia. Quedó la historia dentro de ese lugar, nada más. No hay más lugares con esa mística. Después de estos hippies putos de Callejeros, que me enteré de que algunos vivían por acá cerca, se pudrió todo. Cerró Cemento, cerró Arlequines y los lugares chiquitos ni hablar. De ahí salió la gran mayoría del rock vernáculo, los Redonditos de Ricota, Sumo... y el chabón se tuvo que comer un pijazo por cinco rolingas del orto a los que les pintó tirar cohetes.
–Sí, que a la gente no le pase nada. El argentino tiene esa costumbre de que cambia algo cuando alguien se muere. Si mirás la historia, ves que es bastante clásico: se sacó el servicio militar por Carrasco, que fue el gran mártir. Carrera march, salto rana, quinientas flexiones... se murió Carrasco, ¿y qué pasó? Basta de colimba. Nosotros hemos tocado en lugares en los que prendías un pucho y volaba todo a la mierda. Inconciencia total. Después de eso se aprendió a cuidar al público, lamentablemente se comieron el gancho los tiracohetes estos, que venían con el festivalito de “La banda más pirotécnica”. ¿Y cuántos cadáveres tienen en su haber, incluidos parientes? Las más perjudicadas fueron las bandas del under, y Callejeros, pobres, no tenían muchos aliados, ¿quiénes saltaban por ellos? Los Jóvenes Pordioseros y dos bandas más. Los demás los queríamos matar por la cagada que se habían mandado. Si hacés un recuento, sabés que la historia es así.
* Sábado 11 en la Fiesta Clandestina junto a Los Olestar, en Groove, Av. Santa Fe 4389. A las 23.
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