Jue 17.04.2014
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AL CINE A VER A LAMB OF GOD

Alta Resolution

As The Palaces Burn no es un registro en vivo, sino un documental sobre una banda en ruta. A media máquina.

› Por Mario Yannoulas

“Viajo por el mundo y me pagan por gritar.” Así de simple resultaba para Randy Blythe, hasta hace no mucho, ser el cantante de Lamb of God. El primer tercio del documental As The Palaces Burn, que ya se estrenó en las salas de Buenos Aires, parece una versión pseudo loser de Flight 666, de Iron Maiden. “No viajamos en primera, ni tenemos un jet con el logo del grupo. Estaríamos excitados si fuera la primera vez, pero salir de gira puede ser muy duro”, aclara el baterista Chris Adler luego de 15 años de viajar casi sin pausa. En ese camino entre el goce y el sacrificio, tan usual para el relato rockero en primera persona –AC/DC ya habló del recorrido a la cima–, transita la primera parte del documental sobre una de las bandas más relevantes de la nueva ola de metal norteamericano.

En otro momento de la industria, la suerte de Lamb of God hubiera sido probablemente aún más feliz, pero la película no se detiene en eso sino en lo increíble que resulta, para los pelilargos de Richmond, que la música los mantenga en contacto con gentes tan remotas: desde Colombia hasta la India, pasando por Jerusalén. Un paseo por el mundo para la presentación de Resolution, su último CD, permite mostrar las historias de algunos fanáticos: un taxista de Medellín cuyos parientes murieron en batallas del narcotráfico, y una chica que no sólo es mujer en la India –donde las perspectivas de género distan mucho de ser igualitarias– sino que es, además, una mujer metalera que canta en una banda. “Las letras de Randy me llegan mucho”, dice, mientras viaja en tren hacia el concierto.

De repente, y bajo el mismo título, empieza otra película. Lo que Lamb of God había planeado como su Flight 666 empieza a ser su Gimme Shelter. En pleno rodaje, a Randy lo detienen en República Checa, donde permanece encarcelado por 38 días. Lo acusan de homicidio culposo por, supuestamente, haber empujado desde el escenario a un fan que murió horas después tras golpearse contra las vallas. Aparecen mensajes de solidaridad hacia él de colegas como Ozzy Osbourne, Slash o Corey Taylor, y la banda se enfrenta a su primer gran interrogante existencial. Las cámaras están ahí, capturándolo todo, y si pudieran entrar a la cárcel, también lo harían. Se ven conversaciones desesperadas de managers y abogados, a los músicos organizar una subasta para costear la fianza. Mientras, Randy, que no recuerda el episodio –el grupo ni siquiera sabía que alguien había muerto luego de su show–, recurre a la fuerza que lo ayudó a dejar el alcohol hace unos años para despejar la cabeza. Después de ser liberado y pisar los Estados Unidos, vuelve a Praga para enfrentar el juicio oral. Ante la falta de pruebas, es exculpado totalmente. “Sé que soy inocente, pero el hecho de que un fan haya muerto en un recital nuestro no deja de darme vueltas en la cabeza”, lanza.

Lo más rescatable del segundo tramo de As The Palaces Burn no es su estética próxima al reality show sino cómo aporta nuevos elementos para la discusión respecto de la responsabilidad de los músicos sobre la salud del público, así como del riesgo que acarrean los códigos y prácticas propios de cada género, en este caso, el stage diving. El episodio es lejano a Cromañón, no sólo por magnitud sino porque la cadena de responsabilidades es mucho más corta. Sin embargo, con esa cuestión aún en debate y no del todo resuelta, el documental debe despertar algún cosquilleo extra para el público argentino. Cuanto menos, agitar el debate sobre los rasgos intrínsecos de la práctica rockera: ¿cuánto riesgo es lícito, o al menos necesario, para que el ritual esté completo? ¿Las bandas siempre deben responder por todo lo que ocurra en el recinto? ¿Qué responsabilidad le cabe a cada espectador particular sobre su propia seguridad? Por lo pronto, el cantante le responde a Eddie Trunk: “No volvería a tocar en República Checa. Por respeto. Esa gente ya tuvo demasiado de nosotros”.

* En cartel en salas de cine de Buenos Aires.

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