Jueves, 19 de junio de 2014 | Hoy
AGUAS(RE)FUERTES
Por Andrés Valenzuela
El primer gol de “Les Bleus” enciende la alarma. Les recuerda a los argentinos que se arrimaron para el festival de historieta Lyon BD que a la medianoche juega la Selección: el ilustrador del NO Gustavo Sala, Eduardo Risso, Dante Ginevra, Pedro Mancini, Lucas Varela, Ed Carosia y el cronista. Primera inquietud: no hay tele en el bar donde se celebra el fin del festival. Tampoco se ve a ninguno de los franceses preocuparse por el Mundial: la delegación albiceleste debe recordárselo cada media hora.
“¿Qué hacemos?” “Vamos a un bar, boludo.” “Bancá, no nos podemos rajar, es re temprano, nos matan.” Finalmente, el consenso es irse 40 minutos antes de la medianoche. Abrazos generalizados. A uno que no le interesa el fútbol hay que empujarlo porque se entretiene en las despedidas.
La primera parada está cruzando la plaza, cerca del prometedor plasma desde donde llegaban los gritos franceses horas antes. Un índice arriba informa que si los argentinos se quedan tendrán que buscar otro bar para ver el segundo tiempo. Es de noche. Para una ciudad pequeñoburguesa (descripción textual de un organizador del festival), las 23 de un domingo es una hora desusada. La ciudad duerme.
El grupo se resigna a caminar, escaleras y colina abajo, por la Rue de la Grand-Côte. Apenas el primero pisa un escalón, suena una flauta espantosa. Quien toca está colocadísimo. Es el primer francés roto que se ve en una semana. Se le adosa a Risso y hay que hacer un esfuerzo grupal para separarlos y mandar al flautista a “inspirar” a unas parejitas que disfruta(ba)n de la oscuridad.
Donde termina la Grand-Côte hay un local de comida india. Hay muchos “Tandoori” en la ciudad. Adentro el calor es infernal y el encargado promete que, si todos cenan, queda abierto hasta las 2, cuando termine el partido. No todos quieren comer y no hay cerveza. Amablemente indica cómo llegar a otro bar, aunque ninguno de los francoparlantes del grupo termina de entenderlo. Mientras se delibera en la vereda, un cliente sale y señala la dirección correcta. “A la Place de Terraux”, sugiere. El grupo se mueve.
Aparece la sede local de la Iglesia de la Cientología y más escaleras abajo. Antes de llegar a Terraux, aparece una chica algo borracha con la camiseta de Argentina. “¡El partido lo vemos todos acá!”, grita mientras sus amigos tratan de arrastrarla. A 20 metros hay un bar español (Sevilla) lleno de camisetas albicelestes. Son una quincena de pibes que juntan unos papelitos de colores en la industria hotelera y en la gastronómica local. Hay parejas, un cachito de sensación de exilio y muchas ganas de pegar unos cuantos gritos. En la barra también hay una venezolana que tolera estoica el entusiasmo argentino y, entre los espectadores, un chileno que brega por los éxitos latinoamericanos. Es un lugar pequeño, el grupo duda.
El convencimiento llega cuando arranca el primer “Vamos, vamos...”. El que dirige el lugar acomoda unas mesas para los historietistas y, aunque el grupo se divide, también acepta quedarse. La oferta de la noche es una cerveza cara, sardinas y unas albondiguitas que arderán en la boca hasta el mediodía siguiente. Por suerte el primer gol llega pronto.
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