Jue 16.04.2015
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NUEVE RECOMENDACIONES PARA EL BAFICI [17]

Una exhibición de atrocidades

Películas sobre Banda de Turistas y Nairobi, un fabuloso tratado sobre los VJ, desventuradas juvenilias como
Días extraños y Noche de perros, magia postapocalíptica con la cultura pop como moneda, animaciones sobre la perra
vida y un festival pornográfico sobre bifes mal cocidos y mal comidos.

› Por Hernán Panessi y Luis Paz

Poner al rock de moda (Santiago Charrière, Argentina, 2015, Competencia argentina) Para acá y para allá. La película de Santiago Charrière sigue a Banda de Turistas y muestra cómo es la intimidad de una banda de rock. Recuerda un poco a Privado, de Leo Damario, aquel rockumental de Babasónicos sobre el disco A propósito. Y de alguna manera, Poner al rock de moda contiene algo del sueño húmedo de Cameron Crowe en Casi famosos: hay shows, hay birras, hay groupies, hay giras y hay –por supuesto– acceso preferencial a los recovecos del rockstar. Se sabe (y no es spoiler): los Banda de Turistas dejaron de ser apenas una revelación para ser punta de lanza de una movida que, parece, ya no tiene techo. Es que, claro, ahí anda México y la cosa cambia. Por caso, este trabajo planta bandera justo un pasito atrás de la legitimación y aporta una mirada por sobre el proceso compositivo de un hit. Y en sus intersticios, la fórmula de la Coca-Cola: la química para armar Química. Y desde allí sale a flote el camino del héroe y la necesidad del reconocimiento en pos de sobrevivir en la esquiva ruta del éxito. H. P.

Generación artificial (Federico Pintos, Argentina, 2015, Competencia argentina) “Antenas, negocios, teléfonos públicos, cualquier cosa” puede ser material de esos collagistas en movimiento que son los video jockeys. Primero, videastas: de las visuales orgánicas de Bernie Heredia, la “pudredumbre” de Marcelo Rondinone, los disketes de Alejandro Delgado, la búsqueda de “la gente que sale de noche” y los ataques de epilepsia en las primeras presentaciones de Lascano. Más tarde, diseñadores: cuando la Era VHS llegó a su fin, los “amantes del software pirateado” dominaron en el boom de las fiestas electrónicas. Y finalmente, programadores: ¿pero puede haber sólo un caldero lleno de algoritmos al final del arcoiris de los VJ? Acida en todas sus acepciones, eventual pionera seapunk en su origen hace 15 años, la película de Pintos se plantea documental sobre pioneros, auge y transformaciones del arte de la remezcla de videos, pero en verdad entraña una mirada punzante sobre el arte contemporáneo y el corrimiento digital de los límites de lo bello, pero también de lo útil y de lo memorable. L. P.

Jungle Boyz (Marcos Díaz Mathé, Iván Díaz Mathe, Segundo Bercetche, Argentina, 2015, Música) Obedeciendo a los preceptos del dub ligados al cuelgue marihuano, este documental se presenta como un cóctel drogón cercano al cine new age de Godfrey Reggio (prohibido olvidar Koyaanisqatsi, Powaqqatsi y Nagoyqatsi) o, incluso, a Fata Morgana de Werner Herzog en clave reggae. Las imágenes van fundiéndose y activan el dispositivo del goce: en Jungle Boyz confluyen la pasión y la fugacidad de algunos instantes bellos. Sensual y seductor, el dub cósmico de Nairobi encuentra en este film a su pareja perfecta. Las voces de autoridad las ponen Lee “Scratch” Perry y Mad Professor, pioneros del género. Y debido a su condición de inclasificables hasta la médula, suman mecha a esa vela y van yuxtaponiendo viajes, texturas, testimonios y sonidos. Desde sus bandejas y su boca, los Nairobi pretenden trascender el tiempo y el espacio. Es que, principalmente, Nairobi es una banda con base de operaciones en Argentina pero, acá queda visto, se visten más cómodos –de Pablito Lescano a Joe Ariwa, desde Morón hasta Gambia– al probarse las vestiduras de “músicos del mundo”. H. P.

Días extraños (Juan Sebastián Quebrada, Argentina/Colombia, 2015, Competencia internacional) Desde la desdicha de no hacer nada, una pareja colombiana vaga por Buenos Aires en el pedo de su conflicto y ni el porro ni Spinetta ni los cuchillos ni abusar de una uruguaya empastillada ni pelearle la ropa a un tintorero chino ni provocarse y celarse va a salvarlos. Tampoco el amor. Como la ducha o el lavarropas de ese departamento nefasto donde nunca hay muecas de vida, su relación empieza a quedar irreparable cuando la desidia y el desinterés colonizan su cama. Hay puteadas y sopapos en un escenario porteño tan gris que no habría hecho falta el recurso al presentar Días extraños en blanco y negro, una Buenos Aires que expele el apocalipsis de un par de jóvenes cuya fuerza ni ellos quieren. Las estaciones vacías, puentes y bondis que se les cruzan hacen más evidente su estancamiento, y la reacción parece imposible, porque, después de todo, ¿cuánto más puede haber bajo los caídos en el pozo? Desechados de todos lados menos de su nido de miseria y encono, el Maricón y la Maricona no tienen nafta ni para gritar, en un sprint final que va hacia la literalidad del hogar roto. L. P.

Noche de perros (Ignacio Sesma, Argentina, 2015, Panorama) Dos jóvenes dejan de lado sus responsabilidades y deciden irse de joda. Así se para Noche de perros y la premisa es interesante. Hay algo del vagabundeo y la nocturnidad del cine del Che Sandoval. Por eso, porque en la noche está el agite, activan, toman “prestado” un coche y se van derecho a romperla toda. Las ganas están ahí. Y desde ese puntapié de aventuras –que son cómodas porque, pase lo que pase, con victorias o tribulaciones, son de los demás– se asoma un buen ejercicio cercano al mejor pulso de la nueva comedia norteamericana. O, más acá, al “espíritu VideoFilms” y la demencia de Fomento Producciones. De su entramado, un aprendizaje: no debés tomar decisiones después de la una de la mañana. Y en la ficción, como en el Marqués de Sade o El gladiador, ellos atacan y atacan. Se habla de coger, se van de pico pero no le pueden meter un gol ni al arcoiris. Suena Marciano’s Crew y todo es mejor. Pim, pum, pam, dale que la ponemos, dale que sale. Y si sale, gol. Pero no, no sale nada, les roban el coche y el que roba a otro ladrón... H. P.

Crumbs (Miguel Llansó, Etiopía/España/Finlandia, 2015, Vanguardia & género) La postapocalíptica tierra de Crumbs trasparenta la desolación posterior a una guerra tan grande, tan grande, que ni siquiera se la llamó Tercera Guerra Mundial. Fue tanto más cojuda que se la conoce como La Gran Guerra. En el yermo, se le reza a San Pablo Picasso, Stephen Hawking III y Justin Bieber IV, Michael Jordan es el Dios regente, Dangerous de Michael Jackson la gran gema de la abuela cósmica y Papá Noel tiene sangre de guerrero molegon, tribu que lleva cimitarras por armas y muñecos plásticos de las Tortugas Ninja por amuleto. Pero pese a la chorrería de cultura pop, Crumbs es altamente inteligente, maneja un humor excepcional, es hermosa e intigrante a la vista y plantea la ecuación última acerca del pop de masas: ¿qué legado místico fundarán los ídolos de hoy, de pvc y vinilo? A la palestra, Crumbs sube una espada de plástico de Carrefour cual Excalibur y un sancochado de paganismo, retrofuturismo postapocalíptico a la Fallout, personajes mágicos a la Caro y Jeunet, souvenirs y salones de bolos como llaves y puertas cósmicas. L. P.

Brujerías (Virginia Curiá, España/Brasil, 2015, Baficito) A Disney, Pixar y Dreamworks se le está frunciendo un poco: España anda afilada en el mágico mundo de la animación. Los gráficos poligonales alla PlayStation 1 no impiden conmover: Brujerías es la respuesta ibérica al dominio estadounidense del entretenimiento para pibes. Cierto, cierto, es difícil competir cuando existen Toy Story, Buscando a Nemo o Wall-E. Sin embargo, el paladar puede ir ejercitándose y los prejuicios, bajándose. Entonces, el Baficito –la versión guachines de papá Bafici– entrega un cine distinto y engorda, así, la palestra de posibilidades del goce. “Vuela, vuela con el ungüento de la abuela”, dice Malva y activa un hechizo con su pócima apestosa. Luego de un choque, su abuela desaparece. Los apuntados son unos malosos empresarios que quieren comprarle su droguería para emplazar allí una fábrica de cosméticos. Y, de paso, quitarle la brujería a la pequeña. Es que, en el fondo, pese a que insinúa vestirse de artefacto infantil, la lucha entre la independencia y la industria anda por ahí. En la pantalla y en todo lo demás. H. P.

World of tomorrow (Don Hertzfeldt, Estados Unidos, 2015, Vanguardia & Género)La pequeña Emily Prime tiene mucho de Boo, la nenita de Monsters Inc., aunque intervenida por el cincel de Don Herzfeldt, el tipo que mejor supo explicar la vida con apenas un globo rojo. El resultado, claro, es una pibita automáticamente adorable jugándola de comando emotivo de un corto radical, insolente, gracioso e intenso. El carozo está en que a Emily se le aparece una Emily de tercera generación, que de a ratos es su versión 227 años más adelante, de a ratos su nieta, y casi siempre su maestra jedi. Emily tiene la llave para dominar el tiempo, pero no puede evitar colgarse dibujando “triángalos” en el cielo. Microbrevísima historia del tiempo, la peli 2015 de este conjurador californiano parece hecha por todos los Pixar en ácido, y se ubica bien entre Billy’s Balloon y The Meaning of Life, sus “oldies but goldies”. En el mundo del mañana hay un cubo que contiene todo el entretenimiento, unas pantallas que son ventana a la historia, robots animatrónicos, viajes en el tiempo apenas más difíciles de realizar que el envío de un mensaje de texto. Hay outernet. Y hay un final fabuloso. L. P.

Steak (r)évolution(Frank Ribière, Francia, 2014, Panorama) Unos franceses vivían convencidos de que en su país estaba la mejor carne del mundo. Decidieron ponerse a prueba: sumaron millas y morfaron unos cuantos bocados. Con tanta fibra, grasa y músculo, se sorprendieron grosso. Y, por caso, dieron con una revolución de calorías. Algunas paradas: Brooklyn, León, San Pablo, Toscana, Laguiole, Montreal, Londres, Tokio, La Pampa y, lógicamente, Mataderos. ¿El objeto? La Black Angus, una raza bovina de ensueño. A la sazón, este documental viene a certificar un momento de las industrias culturales: la gastronomía ocupa una de las principales obsesiones del planeta. El comercio internacional, el negocio del cuero, los saladeros, los distintos tipos de engordes, el circo detrás de ese Santo Grial vacuno. Y desde allí, algunas verdades: en el futuro habrá menos carne, costará más cara pero será de mayor calidad. Steak (r)évolution construye una historia posible sobre la liturgia carnicera sin elaborar discursos éticos ni bajar línea con moralina. Ni más ni menos que un festival pornográfico de carne roja. H. P.

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