DERECHO AL CIELO NOCTURNO PARA PRESOS SUB 18
Alumnos y egresados platenses están dando talleres galácticos a un piberío que sobrevive sin ventanas al cielo ni a la nave que documenta Plutón.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Una chica que vino de afuera cuenta la vez que el humano llegó a la Luna y los pibes, que viven ahí dentro, escuchan como si se tratara de un relato de ciencia ficción. Es que el encierro les atrofió las dimensiones. Amputó de habilidades sus sentidos. Los empequeñeció a su escala más pequeña: la de su propio aislamiento. Si el hombre alumbró sus mejores ideas cuando se miró más allá de sí mismo, ¿de qué forma podría mejorarse ahogándose en la soledad de su culpa? Las contradicciones de un sistema carcelario que se pretende resocializador caben en calabozos de 3 por 3 sin ventanas o, en el mejor de los casos, con unas miserables aberturas que dan a otra pared. Las estrechas murallas restringen el sentido de pertenencia de personas que no poseen más que un legajo que los declara culpables.
La Plata arrumbó sus marginalidades a los confines, allí donde la avenida 520 se aleja hacia la Ruta 2 y el aroma de los tilos se vuelve un recuerdo lejano entre los loqueros y prisiones de su lejano oeste. En la localidad de Abasto funcionan cuatro institutos de menores que, según distintos informes, concentran el cincuenta por ciento de la población carcelaria sub 18 de toda la provincia de Buenos Aires. Las noticias dan cuenta de reclusos peligrosos que se amasijan entre sí o que trepan los paredones ideando la fuga. Todos calzan chancletas porque les impiden tener zapatillas con cordones, material que, de contrabando, algunos usan para terminar con el calvario. El tiempo no se mide por horas ni por días, sino por los instantes que quiebran la monotonía del encierro: la próxima comida, un fulbito en el recreo, la visita de un familiar.
Pero hay algo que rompe la rutina insalubre más allá de las pequeñas concesiones penitenciarias. Una vez por semana, durante un ratito, los muchachos salen al patio y miran el cielo. En medio de la noche asoman las estrellas, destellos que viajaron años luz para recordarnos una que tal vez ya ni exista. Sus cabezas, entonces, se proyectan en las siderales dimensiones del cosmos y una escala de medición desconocida irrumpe. Los metros se vuelven polvo en la infinitud de la existencia galáctica. Eso es lo que logra “Derecho al cielo nocturno”, un programa que, desde hace dos años, llevan adelante alumnos y egresados platenses de Astronomía, Derecho, Psicología y Humanidades.
Si bien existe un importante volumen de leyes, tratados y convenciones internacionales que determinan las condiciones aptas para el encierro, la realidad indica que los presos se encuentran privados no sólo de la libertad para circular por la calle, sino también de la que les permite observar lo que ocurre más allá de sus cabezas. El cielo es algo que pueden ver durante algunos momentos puntuales del día, y la noche se reduce a una nostalgia evocada en la soledad del engome.
“La idea es que tengan contacto con el paisaje. El derecho que debe prohibirse es el ambulatorio, no así los otros. El derecho a contemplar el paisaje debería estar garantizado, porque simboliza mirar el cielo y proyectarse en eso”, explica Manuela Sáez, astrónoma del observatorio de La Plata. La acompañan sus colegas Federico de Luca e Ignacio Gargiulo, la psicóloga Johana Sosa y la abogada Dolores Fuse. Todos forman parte de un equipo de trabajo aún más grande, en el que ninguno tiene más de 30 años.
El programa propone explicarles a los pibes las constelaciones, las fases de la Luna, la noción de distancia y brillo de las estrellas, asociar los distintos tipos de períodos temporales con los movimientos de la tierra y entender por qué el día es día y la noche, noche. También describen la conquista espacial del hombre y el estudio de los astros como un producto histórico-social inherente a cada cultura. Las actividades incluyen enseñanzas y juegos que estimulan también la expresión de quienes, para la ley, sólo tienen voz a través de sus abogados. Una de las preferidas es aquella en la que primero se les pide que dibujen algún cuerpo celeste tal como lo imaginan, para luego explicárselos y, finalmente, hacérselos ver con sus propios ojos en el cielo nocturno.
En esas proyecciones se despliegan sensibilidades ignoradas por el sistema punitivo. Son aquellas que permiten comprender la individualidad en el concierto inmenso de la existencia. Ubicarse en el aquí y ahora luego de entender el allá y el después. Un pequeño paso para el hombre, un gran paso hacia la libertad.
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